Sábado, 11 de abril de 2015 | Hoy
CINE › LA DIRECTORA FRANCESA MARION VERNOUX PRESENTA SU PELICULA MIS DIAS FELICES
La realizadora de Reinas por un día cuenta ahora en su nuevo film, que integra el ciclo Les Avant-Premières, la historia de una mujer madura que se anima al adulterio. “Su forma de actuar es intuitiva, puro instinto de supervivencia”, dice.
Por Ezequiel Boetti
Caroline tiene prácticamente todo lo que una mujer francesa de clase media-alta con flamantes sesenta años a cuestas podría querer: un marido que la corresponde con devoción, hijas ya asentadas en la adultez, un departamento confortable y mucho tiempo para invertir en sí misma. Pero algo le falta, y ni siquiera ella sabe muy bien qué. Dentista durante décadas, se inscribe en un club de jubilados donde socializa con pares y profesores. Hasta que el de informática avanza tímido pero seguro: un almuerzo, algunos diálogos por la playa y el affaire es inevitable. Así se plantean las cosas en Mis días felices, título que, después de ver el accionar de la protagonista, se presta a varias interpretaciones. ¿Aquéllos días son los de la juventud? ¿Los del puro presente? ¿Los que vendrán? Los espectadores dispuestos a ensayar la propia tendrán la oportunidad este sábado a las 22.15, día y hora pautados para la última proyección en el marco del más que atendible ciclo de preestrenos Les Avant-Premières. Aquellos que no quieran apurar la pizza y la cerveza –o demorarlas hasta la madrugada del domingo– están de parabienes, ya que la película más reciente de la realizadora Marion Vernoux tendrá su estreno comercial el próximo jueves.
Protagonizado por la inoxidable Fanny Ardant y basado en un libro de Fanny Chesnel, también coautora del guión, el film se encuadra dentro de dos de las recurrencias más habituales del cine francés –o al menos del que llega comercialmente hasta estas tierras–, como son la exploración de la clase más acomodada y la reacción de los vínculos familiares ante la irrupción de un factor que amenaza su statu quo. Factor que bien puede ser una desviación interna (ver la reciente Joven y bella) o, tal como ocurre en este caso, externa (Caché, Antes del frío invierno). El objeto de quiebre está encarnado en la figura de Julien (Laurent Lafitte), un auténtico Don Juan varias décadas menor que la protagonista. “Originalmente era muy juvenil, tomaba a Caroline como su mamá y estaba muy perdido. Quise hacer un tipo que amara a todas las mujeres, desde las jóvenes hasta las más maduras, para que en principio tuviesen una relación puramente física y recién después una más sentimental”, explica Vernoux, conocida aquí por Nada que hacer (1999) y la coral Reinas por un día (2001).
–¿Por qué cambió esas características?
–Porque me parecía más feliz como historia, a la vez que más perturbadora. Aquí no hay condescendencia pero sí una verdadera atracción, lo que por momentos me permitía ir más hacia la comedia que a un análisis psicológico. También quería que los dos personajes se dejaran ganar por los sentimientos, que se dejaran llevar. Ella siente culpa no por la historia que está viviendo, sino por la posibilidad de hacer sufrir a su marido.
–En ese sentido, el film no carga las tintas sobre los motivos del affaire. ¿Es producto de la insatisfacción?
–Es cierto que no hay explicaciones, pero creo que se debe a que Caroline es un personaje que está en un momento de su vida en el que debe enfrentarse a la necesidad de llenar un vacío. Su forma de actuar no es premeditada; es muy intuitiva, casi un instinto de supervivencia.
–En una entrevista, usted decía que lo primero que se preguntó fue en qué podía identificarse con la protagonista. ¿Encontró respuesta?
–En realidad, siempre intento identificarme con los personajes que escribo, incluso con los hombres. Debo ponerme en sus lugares cuando imagino los diálogos, así que la empatía y el esfuerzo por comprenderlos son muy fuertes. Mis días felices no es una idea propia (los productores me contactaron), pero fue perfecto porque tenía pensado trabajar con un personaje que estuviera entrando en la vejez, dirigir a actrices de esa generación –hay muchas, muy buenas y muy lindas– y también proyectarme de acá a quince años.
–Da la sensación que el matrimonio se ubica en una clase social media-alta, con la vida económicamente resuelta. ¿Cree que ese factor es condicionante de las situaciones que plantea el film?
–Caroline y su marido tienen una buena posición económica, pero no ocurre lo mismo con sus compañeras del centro de ancianos; no son todas iguales y me gustaba ese contraste. Los que hoy tienen sesenta años forman parte de la última generación francesa que podrá disfrutar la jubilación. Las próximas generaciones no van a tener tanta suerte, porque la gente vive cada vez más tiempo y el dinero no va alcanzar para una vida confortable. También son personajes que deben tener mucha imaginación porque viven más de ochenta años, así que tienen mucho tiempo para ocupar. Y no solamente en cuestiones de dinero, sino también para crear vínculos humanos y no quedarse frente a la televisión.
–La película también muestra la relación de Caroline con sus hijas. ¿Le interesaba explorar la dinámica familiar?
–Sí, quise filmar a una madre que no sea absolutamente maternal y que deje a sus hijas desenvolverse por ellas mismas. No quería una madre modelo, sino una que pueda aportarles la enseñanza de vivir según sus deseos y no seguir la frustración.
–Otras dos películas de su filmografía (Love, etc. y Nada que hacer) ya mostraban affaires por fuera de una relación formal. ¿Siente un interés particular por la temática?
–Lo que me gusta de esos triángulos es que llevan a un desequilibrio, a una obligación de elegir y plantearse cómo seguir de ahí en adelante. Me gusta explorar esas obligaciones y a personajes que estén en una especie de encrucijada emocional.
–Todos sus guiones están escritos no sólo por usted, sino por uno o dos guionistas más. ¿Por qué?
–En general suelo escribir la primera versión sola para liberar todas las ideas que tengo en la cabeza. Pero creo que el cine es un arte colectivo y me gusta enfrentarme cuanto antes a eso. Después, todo el proceso de hacer una película es básicamente convencer: convencer a los financistas, a los actores y por último a los espectadores. Me gusta enfrentarme a esa otredad.
–¿Cómo se lleva con el trabajo en conjunto?
–Creo que a medida que voy envejeciendo acepto más las ideas ajenas que puedan surgir, me de-sequilibran menos. Con la experiencia aprendí a no tener miedo al disenso.
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