Mié 07.09.2005
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CINE › LA COMPETENCIA EN VENECIA

María Magdalena, según Abel Ferrara

La película del director italiano, Mary, despertó muchos aplausos y abucheos.

› Por Luciano Monteagudo
Desde Venecia

A diferencia de la Mostra del año pasado, cuando Cannes se equivocó y dejó pasar de largo a varios de los grandes nombres del cine mundial, que finalmente aterrizaron en Venecia, este año el Lido no contó con esa suerte. Los famosos “abonados” –Hou Hsiao-hsien, Amos Gitai, Wim Wenders, entre algunos de los que el año pasado estuvieron aquí en el Palazzo del Cinema– volvieron en mayo a la Croisette y Marco Müller, el director de la Mostra, tuvo que conformarse entonces con una selección oficial más ecléctica, heterogénea, por no decir errática, en algunos casos.
Esa es al menos una primera impresión de la competencia, cuando ya el festival ha pasado su primera mitad, con grandes cimas, como fue la proyección de Les amants réguliers, la luminosa mirada retrospectiva de Philippe Garel sobre Mayo del ’68, y abismos profundos, como I giorni dell’abbandono, de Roberto Faenza, primera y decepcionante presencia italiana en concurso, una película de la que la Mostra bien podría haber prescindido, considerando que los locales todavía tienen para presentar otros dos films a la consideración del jurado presidido por Dante Ferreti. El director turinense, de quien en la Argentina se conoció solamente su pálida versión de Sostiene Pereira, sobre la novela de Antonio Tabucchi, que sobresalía solamente por la presencia de Marcello Mastroianni, narra aquí el desmoronamiento de una mujer burguesa (Margherita Buy), madre de dos hijos y en apariencia felizmente casada, que de pronto se descubre abandonada. Sin previo aviso, un día su marido se va de la casa, alegando “un vacío existencial”, que decide llenar con una rubia de 18 años, sin que ella atine a nada que no sea una prosaica desesperación.
Convencional, televisiva, I giorni dell’abbandono tiene en todo caso su contracara en Gabrielle, donde es la mujer –nada menos que Isabelle Huppert– quien pone en crisis a su marido. Versión libre de una nouvelle de Joseph Conrad, titulada El regreso, la película del francés Patrice Chéreau transcurre también en el ambiente de la alta burguesía, pero en este caso en la de París de la Belle Epoque, hacia 1912. Dueño de una espléndida mansión, convertida en una suerte de mausoleo en la que ha sepultado a su esposa, el marido (Pascal Gregory) se siente orgulloso y seguro de sí mismo hasta que una tarde encuentra una nota en la que Gabrielle le dice que lo abandona por otro hombre. El piso parece ceder ante sus pies, pero súbitamente ella regresa, esa misma tarde. No parece, sin embargo, que le haya faltado el coraje. “Si hubiera sabido que me amabas, nunca hubiera vuelto”, le dice misteriosamente.
Pieza de cámara para dos espléndidos actores, que ya encabezan la lista de favoritos a llevarse los premios a la mejor interpretación, Gabrielle tiene una evidente impronta teatral, que el mismo Chéreau reconoce, pero al mismo tiempo está filmada con una caligrafía muy dinámica y precisa, como si el director –considerado como uno de los grandes régisseurs de Europa– hubiera querido investigar la zona de intersección entre ambos lenguajes, algo de lo que hasta ahora se había abstenido de hacer. El resultado es un film irreprochablemente sólido, pero solemne y frío, que no alcanzó a levantar la temperatura de la Mostra.
Todo lo contrario sucedió con Mary, la nueva película de Abel Ferrara, cuya primera proyección de prensa, en la inmensa sala Palagalileo, terminó con una guerra de aplausos y abucheos por igual. El director de Maldito policía y El funeral es de esos que no admiten términos medios en la valoración de su cine, y su presentación ayer en Venecia no fue la excepción. ¿Quién fue María Magdalena? Ni prostituta ni amante de Cristo sino discípula aventajada y uno de sus más importantes apóstoles, sugiere este Evangelio según Ferrara, en coincidencia con interpretaciones revisionistas de los últimos tiempos. La excusa es el rodaje de un film sobre su figura, protagonizado por una actriz (Juliette Binoche), que no puede desprenderse del personaje y abandona su carrera para buscar sus huellas en Jerusalén. Paralelamente, un periodista neoyorquino (Forest Whitaker), que conduce un talk show sobre temas religiosos, también se sumerge obsesivamente en el tema, para descubrir que no va a encontrar respuesta a sus interrogantes en los teólogos (auténticos) que lleva a su programa sino dentro de sí mismo, a partir de una situación extrema.
Potente y frontal, como siempre, Ferrara (que aquí contó con la producción de Fernando Sulichin, un argentino que viene de trabajar con Spike Lee y Oliver Stone) primero aborda su material con un grado de complejidad que no suele ser frecuente en su obra. El conflicto palestino-israelí se mete en la película no sólo a través de la experiencia de la actriz en Jerusalén, sino también de las imágenes que el periodista utiliza para ilustrar su programa y que lo hacen preguntarse por el sentido del sacrificio. Pero esos distintos niveles de lectura, que parecen multiplicarse hacia el comienzo, se van agotando hacia el final, cuando el film de Ferrara se vuelve elemental, con una súbita, caprichosa historia de renunciamiento y redención. “Yo fui criado como católico practicante y como tal uno no se cuestiona los Evangelios”, dijo Ferrara aquí en Venecia. “Cuando uno va a la iglesia, te leen la Biblia y no te enseñan a pensar por tu propia cuenta en estos temas. Y es eso lo que trato de hacer en Mary.” Lo hace, sin duda, pero también parecería arrepentirse de hacerlo. Y al final pide perdón por sus pecados. Amén.

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