CINE › TERMINATOR GENESIS MARCA EL REGRESO DE ARNOLD SCHWARZENEGGER A LA FRANQUICIA
Retirado de la política, el ex gobernador de California vuelve a la saga que en 1984 lo vio nacer como una suerte de Adán anabólico y confirma que es el único patovica de Hollywood que usa de modo creativo su sentido del ridículo.
› Por Horacio Bernades
“¡Llamen a Arnie!” El grito habrá resonado en todo Hollywood tras la poco atractiva Terminator - La salvación (2009), que tenía poca relación con la trilogía inicial. “¡Vuelvan el tiempo atrás!”, habrá reclamado algún productor, refiriéndose tanto a la saga misma como a los rulos temporales que le son propios. Ambas solicitudes se cumplen en Terminator Génesis, quinta entrega de la serie fílmica iniciada por James Cameron en 1984. Ver de vuelta al gran Arnie siempre es bueno: el austríaco es el único patovica del cine que usa en modo creativo su sentido del ridículo. Volver a experimentar mareo por las idas y vueltas en el tiempo tampoco está nada mal: el pueblo quiere dos, tres, muchas más Terminator. Claro que si Schwarzenegger queda casi del todo confinado a la mera función de distensión cómica, ya no es lo mismo. Como tampoco lo es que en varios pasajes se caiga en las sobreexplicaciones científico-técnicas que abruman la ciencia ficción de hoy en día. O que al conjunto le falte esa “quinta velocidad” que las películas verdaderamente buenas ponen por sobre las demás.
Dirigida por el televisivo Alan Taylor (capítulos de Los Soprano, Mad Men y Juego de tronos, antes de ponerse al frente de la segunda Thor), sobre guión de Patrick Lussier y Laeta Kalogrydis (la Alejandro Magno de Oliver Stone, La isla siniestra de Scorsese), Terminator Génesis se inicia en el año 2029, cuando John Connor (el australiano Jason Clarke) envía a su hombre de confianza, Kyle Reese (Jai Courtney, del mismo origen), en viaje hacia atrás en el tiempo. El objetivo: impedir que su madre, Sarah Connor (la británica Emilia Clarke, Daeneris Targaryen en Juego de tronos), sea asesinada por un Terminator enviado a tal efecto. El lugar al que Reese tiene que arribar es la ciudad de Los Angeles. El año, 1984. En otras palabras, y como en tantas operaciones recientes de reseteo cinematográfico, vuelta al origen (de allí, y no de alguna connotación mítica, el título de la película).
Ese regreso se hace literal gracias a una buena reescritura, por vía digital, del comienzo de la primera Terminator. Ese en el que Schwarzenegger se presenta como un Adán anabólico, con una misión digna de Caín. “Soy más que un profeta”, dice en esa línea mística John Connor, cuyas iniciales se corresponden con las del Salvador al que la fe cristiana rinde culto. Pero estamos en tiempos en que ni Jesús se libra de la sospecha, y Génesis es una Terminator de estos tiempos. Con el espíritu de época se corresponde también la idea de que tanto el pasado como el futuro son reescribibles. Idea que Terminator Génesis concreta con generosidad y alguna explicitez. Esa idea de reescritura hacia atrás y hacia adelante previene a la película, además, tanto de la tentación retro como de la previsibilidad dramática.
En otra evidente sintonía con el zeitgeist de la época, Sarah Connor no es ahora ninguna oscura camarera, sino ya una guerrera en tiempo y forma, que recibirá a su protector sin inocencia y hasta guiándolo en todo el trayecto. A su vez, el envejecido T-800 de Schwarzenegger (el actor tiene 68) da un paso más (o menos) con respecto a su condición de ángel guardián de Terminator 2 (1991) y 3 (2003), comportándose de un modo que justifica que la chica lo llame “Pops” (algo así como “papi”). Exhibiendo canas, forzada sonrisa de perro guardián y camperón militar, el T-800 repite como un mantra que está viejo, pero no obsoleto.
Como efecto cómico –y ese es básicamente el rol que se le asigna al ex gobernador de California–, el guión de Terminator Génesis echa mano del latiguillo (“Volveré”, avisa ridículamente el T-800, antes de tirarse de un helicóptero) y la autorreferencia. La película entera puede verse como una gigantesca autorreferencia de 2 horas 6 minutos: el playback del inicio de la primera, el regreso al año 2019 para impedir el Juicio Final de la segunda y un comienzo en el que, como en la tercera, las máquinas reinan. Autorreferencias, acumulación y variaciones. En tren de “engorde” argumental, todo tiende a duplicarse: viajes temporales, tiempos alternos y Terminator malos –al primero de ellos, que recuerda al exterminador mercurial de T 2, lo encarna el coreano Lee Byung-hung, a quien los cinéfilos conocerán de A Bittersweet Life y The Good, The Bad and the Weird–, así como vueltas de tuerca argumentales (otro rasgo típico de los tanques actuales) y comic reliefs.
En ese último carácter, a Arnie se le suma el también grande J. K. Simmons, que hace de un policía a la antigua, “puesto” en la película con bastante calzador. En tren de debilidades deben sumarse algunos actores (Jason Clarke sobreactúa, su tocaya pero no pariente Emilia Clarke hace lo contrario), pero sobre todo una falta de grandeza cinematográfica muy propia del cine de la época, en el que no por nada suele no circular el nombre del director. Falta de grandeza que intenta suplirse con un efecto multiplicador al que obviamente hay que sumarle un vasto surtido de consabidas y correctamente resueltas (pero no más) secuencias de hiperacción. Sumergida en la bruma visual propia del 3D, que colabora con la sensación de poco brillo, la nueva Terminator no es mala. Eso nunca es del todo bueno.
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