Vie 17.07.2015
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CINE › LOS BESOS, DE LA DIRECTORA CORDOBESA JAZMIN CARBALLO

Lo que no alcanza a decirse con palabras

› Por Diego Brodersen

La primera imagen luego de una simple placa en blanco sobre negro lleva a confusión: lo que simula ser un plano tomado desde algún acogedor sitio mientras afuera cae la lluvia se transforma en el interior de un auto, el vidrio en su parabrisas y el agua en el elemento necesario para quitar la suciedad. El resto del film no será tan engañoso; a pesar de ello, la ópera prima de la cordobesa Jazmín Carballo –lanzada hace algunos meses en el Ficic de Cosquín– dejará de lado enjundias y certezas evidentes para trabajar sobre los detalles y los resquicios del devenir cotidiano en la vida de un puñado de personajes jóvenes, en particular los de Jerónimo (Leandro Colja), quien acaba de quedar varado en el aeropuerto en camino hacia otro lado, y Lisa (la propia Carballo, actriz desde antes de su debut detrás de las cámaras). Historia de un reencuentro entre un chico y una chica que –todo parece indicarlo– “tuvieron algo” hace algún tiempo, Los besos apenas si incluye un par de arrumacos, al tiempo que poco y nada les debe a los romances cinematográficos, sea en su vertiente trágica o cómica.

En estricto b&n y un aún más riguroso ajuste a los dogmas del minimalismo narrativo (el término mumblecore surge espontáneamente en la cabeza del cinéfilo), Carballo dedica extensos pasajes al encuentro con amigos y conocidos, un paseo por las afueras, una reunión con birra, faso y karaoke o el ensayo de una banda local (Un día perfecto para el pez banana), cuyos integrantes interpretan personajes secundarios relevantes. En esas instancias no enfáticas, en los silencios y las miradas, en lo que no llega a decirse con palabras, se desarrolla el pequeño drama de Los besos, drama de fin de época de unos chicos de veintipico que, tal vez, deban abandonar su estilo de vida mucho antes de lo que imaginan. O no. Lo cierto es que en la descripción de ese grupo de músicos, vestuaristas y directores de cine en potencia (algo “bohemios”, diría un anciano) la realizadora parece retratar un grupo de pertenencia, los hijos de una clase media de las grandes ciudades dedicados a desarrollar sus anhelos artísticos hasta donde les sea posible, en un momento decisivo de sus vidas. Y en donde, tibiamente, se cuela algo parecido a una ligera alienación, nunca explicitada.

La naturalidad de los diálogos y las situaciones es apuntalada desde la imagen por encuadres de rostros, cuerpos y espacios muchas veces descentrados, y hay lugar incluso para algún que otro fuera de foco extendido en el tiempo, elementos de una búsqueda estética que sólo puede definirse como desprolijidad pulcra. Hay algo orgullosamente indie y ciertamente fresco en el retrato de Carballo, aunque en varios momentos su relato se interna en caminos que no tienen salida a la vista, en devaneos descriptivos algo irrelevantes, perdiendo parte de su fuerza. A pesar de ello, y como nuevo exponente del cine made in Córdoba –usina creativa nada desdeñable–, Los besos busca y encuentra más de una novedad en lo ya conocido y transitado.

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