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Jueves, 6 de agosto de 2015

CINE › LA PRINCESA DE FRANCIA, CON DIRECCIóN DE MATíAS PIñEIRO

Cruces en el ensayo para un radioteatro

El opus 5 del cineasta es la tercera de sus “shakespeareadas”, una serie de películas basadas en comedias de Shakespeare. En este caso, “dialoga” con Trabajos de amor en vano, en una trama plagada de maquinaciones amorosas.

 Por Horacio Bernades

El plano-secuencia que abre La princesa de Francia es, por varios motivos, extraordinario. En primer lugar, claro, por su tratamiento del espacio. Una chica en una terraza es llamada desde fuera de campo. En busca de esa voz, la cámara hace un travelling corto, cambiando de focalización. En vista panorámica (tipo de plano sumamente inusual en el cine argentino) se ve, varios pisos más abajo, una canchita de fútbol, donde unos jugadores pelotean. La fijeza de la cámara, que apunta sobre ellos como a la espera de algo, genera tensión latente. Sobreviene el capricho, el juego cambia. Ahora el que juega es el director, en relación con las expectativas: mientras el número de jugadores de camisetas amarillas aumenta, el de remeras rojas disminuye. Llega un punto en que son como ocho de un lado y dos del otro. ¿A qué juegan? Finalmente, la fuga, el espacio que queda vacío, el cierre del plano, con un movimiento simétrico al que lo había abierto.

Tratamiento del espacio, tensión interna del plano, capricho, juego, simetría, un sentido último no apresable a primera vista, movimiento de fuga: todo ello caracteriza al opus 5 de Matías Piñeiro, tercera de sus “shakespeareadas”, después de Rosalinda (2010) y Viola (2012). Las “shakespeareadas” son una serie de películas basadas en comedias de Shakespeare (Como les guste, Noche de reyes, ahora Trabajos de amor en vano, próximamente Sueño de una noche de verano), en todos los casos formas de diálogo o paráfrasis, en relación con las obras originales. Presentada en los festivales de Locarno, San Sebastián y Toronto, ganadora del premio a Mejor Película en la Competencia Argentina del último Bafici, en La princesa de Francia un elenco de actores ensaya Trabajos de amor en vano, con la intención de hacer de él un radioteatro. La idea es de Víctor (Julián Larquier Tellardini), que tras una estadía de un año en México vuelve al país, con esa puesta en la cabeza.

El tema es que los miembros de un elenco son más que simplemente actores. Cinco de las seis chicas tienen o tuvieron una relación amorosa con Víctor, y el único miembro masculino del elenco, Guillermo (Pablo Sigal) está teniendo una aventura con su novia Paula (Agustina Muñoz). Natalia (Romina Paula) es su ex, pero no se convence de serlo; Ana (María Villar), su amante; Lorena (Laura Paredes), amiga y potencial affaire amoroso también. Condición extensible a Carla, recién integrada al grupo (Elisa Carricajo). La única que queda afuera del círculo de Víctor es Jimena (Gabriela Saidón). Aunque no del todo, ya que es la novia de Guillermo. La figura del círculo es esencial, no sólo al grupo endogámico que los protagonistas constituyen, sino al propio hacer de Piñeiro, que desde su ópera prima (El hombre robado, 2007) trabaja básicamente con el mismo grupo de actores y técnicos. Círculo, también, de obras de Shakespeare, que se cierran sobre sí mismas.

“Todos traicionamos”, dice en un momento uno de ellos. No se trata del raro momento confesional de una trama de maquinaciones amorosas sino del texto de Shakespeare, con el que obviamente las intrigas de La princesa de Francia entran en diálogo. Como sus personajes, Piñeiro prefiere presentar hechos, encuadres, gestos y ritmos visuales antes que razones, motivaciones o móviles de conducta. Hay un culto del secreto, lo que no se ve, el fuera de campo, tanto en Víctor y los demás como en la concepción y puesta en escena de La princesa de Francia. “Le regalo postales sin motivo”, dice Jimena en relación a Ana, refiriéndose a unas reproducciones del francés Bouguereau, cuyo carácter de leit motiv podría residir exclusivamente en el carácter erótico de su pintura. Tanto como la recurrencia a Shakespeare, debida tal vez a la música de los diálogos, su cualidad rítmica, más que a tramas, sentido o personajes.

Tanto como sus actores que hacen de actores, Piñeiro parece tenerlo todo pensado. Unos calculan encuentros, hacen alusiones en clave, regalan libros que funcionan como pruebas de traiciones. Todo, para producir reacciones en los otros. Piñeiro mide el tamaño de cada encuadre, la duración del plano, el momento preciso del corte, la relación entre los planos, para producir una música que no se expresa en notas sino en imágenes. Unos y otro traman para lograr placer. En un único momento, dolor: la notable escena en la que la novia, traidora y traicionada, deja ver su emoción en medio de la representación. En este bello artificio que se presenta como tal, máquina que parecería no necesitarlo, el espectador flota en un adentro-afuera que juega con él. Tanto como el cada vez más notable director de fotografía Fernando Lockett lo hace con luces y sombras, enfoques y desenfoques, brillos y superficies.

7-LA PRINCESA DE FRANCIA

Argentina, 2014

Dirección y guión: Matías Piñeiro

Fotografía: Fernando Lockett

Montaje: Sebastián Schjaer

Duración: 65 minutos

Intérpretes: Julián Larquier Tellarini, Agustina Muñoz, Romina Paula, María Villar, Laura Paredes, Elisa Carricajo, Pablo Sigal, Gabriela Saidón

Estreno en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (todos los días a las 14.30, 17, 19.30 y 22) y auditorio Malba (viernes a las 20)

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La princesa..., premiada en el último Bafici, se exhibe en la Sala Lugones y en el Malba.
 
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