CINE › PABLO TRAPERO Y EL CLAN, SU PELíCULA SOBRE LA FAMILIA PUCCIO
El realizador de Leonera dice que el tema del clan Puccio le interesaba como materia para una ficción “desde que empecé a dirigir”. Y explica por qué el accionar de los secuestradores sirve también como una pintura de época y un retrato de los vínculos familiares.
› Por Oscar Ranzani
Si treinta años después de conocidos los hechos un caso policial tan resonante vuelve a ser noticia es porque el impacto que provocó en su momento no se borra debido a lo espeluznante que resultó. El caso es el de la familia Puccio que, entre 1982 y 1985, efectuó cuatro secuestros extorsivos: los de los empresarios Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet, Emilio Naum y Nélida Bollini de Prado, la única sobreviviente de todos porque fue encontrada cuando se iba a cobrar su rescate. El clan Puccio estaba comandado por el ominoso Arquímedes, quien contó con el apoyo de parte de su familia, que estaba integrada, entre otros, por Alejando Puccio, el rugbier del CASI que llegó a formar parte del equipo de Los Pumas. El hecho de que una familia acomodada de San Isidro realizara secuestros extorsivos, escondiera a sus víctimas en su vivienda y las asesinara a sangre fría resultó increíble para muchos de sus vecinos y para parte del sector de la clase acomodada: la visión habitual era –y es– que los crímenes los cometían los marginales. Y los Puccio vuelven a ser noticia porque Pablo Trapero dirigió El clan, que, con protagónicos de Guillermo Francella (Arquímedes) y Peter Lanzani (Alejandro), reconstruye su siniestra historia entre 1982 y 1985; es decir, entre el fin de la dictadura y el retorno de la democracia.
El film se estrena este jueves y luego realizará un recorrido por importantes festivales internacionales, que comienzan con el de Venecia. Trapero confiesa que se siente “muy contento” de que El clan forme parte de la competencia internacional que premia al ganador con el León de Oro. “Es un festival que todos sabemos lo importante que es. Personalmente, significa volver a un lugar donde sentí cosas muy lindas, cuando en su momento estrené Mundo grúa. Muchas de las cosas que viví a partir de ese momento fuera de Argentina empezaron a pasar en el festival. Y volver ahora después de dieciséis años es realmente muy emocionante”, explica el cineasta, antes de mencionar las cosas que le hicieron ruido a ese adolescente de entonces cuando se enteró del caso Puccio. “Varias cosas”, dice que le impresionaron del clan. “Primero, la sorpresa de que había gente que tenía a otras personas dentro de su casa familiar. Yo era muy pendejo, pero recuerdo que secuestraban gente en su casa, que es algo que me llamó mucho la atención. También me llamó la atención que Alejandro era un pibe rugbier, Puma, y que estuviera involucrado en estos casos tan oscuros. Y con eso tuve para rato, porque las noticias iban saliendo casi a cuentagotas. Ahora podemos ver retrospectivamente, pero en ese momento no estaba claro cómo era la verdadera noticia. También me llamaba la atención que había mucha gente que pensaba que definitivamente era un error, que ellos eran víctimas de un gran complot”, agrega el realizador.
–Muy temprano. El momento en que empecé a trabajar concretamente en la idea de una película fue en la época de Leonera, pero como caso para convertirlo en una película, desde que empecé a dirigir.
–Por un lado, tiene todos los elementos de una película de género muy clásica, como las que yo veía cuando era pibe. Por otro lado, sentía que, a través de una historia muy particular, muy personal, se podía contar un fragmento de nuestra historia entre el ’82 y el ’85, justo la etapa de la transición entre la dictadura y la democracia.
–Más que de la dictadura, creo que es un emergente de la sociedad argentina de esos años, porque la dictadura no fue algo que llegó impuesto de un ovni. Mucha gente fue muy cómplice, así como también había mucha gente que hablaba de defender la democracia y que, sin embargo, tenía sus negocios con la dictadura. Y esos fueron siete años muy dolorosos. Incluso, a los primeros años de la democracia los recuerdo, por un lado, con mucha efervescencia, mucha alegría y, a la vez, con mucho miedo de que se acabara pronto. Y la película refleja esos años: nadie sabía cuán cierto era lo que estaba pasando, lo duro que fue para todos transitar ese cambio en ese momento. Y finalmente hoy estamos felices de tener una democracia de tantos años, pero en esos tiempos fue muy duro.
–En ese sentido, sí. De hecho, a mí me obligó a repensar la escritura. Es una película que tiene quiebres temporales con los que no había trabajado en otras épocas, hay recursos de montaje que tampoco había experimentado en otras películas. Fue un desafío estimulante pero no una limitación.
–Sí, exactamente. No sé si era directo con los militares, pero sí con una parte de la inteligencia de esa época que, por supuesto, como sabemos, de muchos distintos rangos militares pero también civiles. El formaba parte de la SIDE y sabemos que en la SIDE hay rangos distintos de las fuerzas de seguridad, pero también civiles como él.
–Justamente lo que pude entender es que es un caso que hasta hoy sigue siendo importante. El hecho de que alguien te secuestre para cambiarte por dinero siempre es algo que angustia, ya sea de manera privada o de manera pública. Y los medios traducen un poco eso. Hoy, treinta años después, estamos haciendo una película sobre ese caso, con lo que representó hace tres décadas. Y me parece que hoy pasa algo muy similar: cuando surgen, estos casos nos dan mucho miedo a todos. Y sobre todo en esa época porque no se sabía si era un negocio privado o si, en realidad, uno podía estar siendo víctima de la violencia de Estado.
–Sí. Y, de alguna manera, es la puerta de entrada a la historia. Es la manera en que la película invita al espectador a poder ver, porque es tan lejano el universo de Arquímedes y su familia que la película propone verlo a través de los vínculos que más o menos podemos entender más: cómo es la relación de un padre con su hijo, también la de una madre con sus hijos y la de un esposo con su mujer. A estos vínculos todos los podemos entender porque todos somos hijos de alguien, muchos somos papás, tenemos amigos, hermanos. Creo que esos vínculos cotidianos permiten que la gente pueda espiar en la familia de Arquímedes.
–Exactamente. Lo que pude aprender en el proceso de investigación y de escritura fue que si bien sus hijos Alejandro y Maguila tuvieron mucha responsabilidad en los crímenes porque eran adultos, también ellos fueron las primeras víctimas del patriarca. Fueron los primeros que sufrieron esta manipulación tan extrema y les costó mucho salir; lo cual no le quita responsabilidad ni culpabilidad a Alejandro, pero sí puede entenderse un poco distinto si uno ve a sus hijos como sus primeros rehenes.
–Sí, porque él es el que tiene la posibilidad de elegir otra vida y no lo hace, le cuesta decir que no a su padre. Pero, a la vez, le cuesta decir que no a su padre por un beneficio personal, ya que él saca su propio provecho. También tiene otros planes como jugar fuera del país, tiene además una vida que está construyendo, una novia, amigos. Y está esa contradicción entre continuar con el extraño legado familiar o independizarse. Nos pasa a todos con nuestros padres o con nuestros hijos de continuar el legado de nuestra familia o cambiarlo. Eso que para todos es algo tan común, en este caso es más extremo porque el legado de Arquímedes era secuestrar a los amigos de Alex.
–Desafortunadamente algo que estábamos filmando como una noticia de treinta años atrás terminó teniendo una vigencia que nos dejó a todos sorprendidos cuando salieron las noticias sobre la SIDE. Y hay una parte del poder en la Argentina que hace muchos años viene ejerciendo el poder en las sombras. Y ese poder se refleja en muchas cosas y, sobre todo, en la Justicia, que pareciera no ser del todo imparcial como uno desea y cree que es en la Constitución, sino que la justicia, a veces, se acomoda a las noticias o a los momentos de la época.
–Es muy importante que el cine pueda señalar, pero es más importante que el público pueda sacar sus conclusiones. Antes de ser realizador, soy espectador, amo el cine, veo cine, me sigue gustando ver películas como antes de hacerlas. Y lo que más me gusta es que las películas me den la oportunidad de recorrer un camino y de indagar, preguntarme, buscar respuestas. Creo que El clan plantea muchas cosas, pero no es una función de las películas explicar al público lo que tiene que pensar. Sí es una propuesta, si querés es una denuncia, una invitación, pero después depende de quienes vemos las películas qué queremos hacer con eso. Me siento muy orgulloso de muchas cosas que lograron mis películas, algunas leyes que se sancionaron gracias a algunas de ellas, pero quienes sancionaron las leyes fueron otras personas. Las películas ayudaron a que un tema fuera conocido. Acá es lo mismo: todo lo que pueda aportar El clan es para que quien la ve del otro lado, tome la posta.
–Sí, desde un primer momento.
–Conocía la experiencia de Guillermo en Historia de un trepador hace muchísimos años (yo también era chico). Me parece un gran actor. En general, siempre hay una diferenciación entre el actor de comedia y el de drama. Para mí, tanto para la comedia como para el drama tenés que ser un actor muy bueno y Guillermo es un capocómico de toda la vida; por lo tanto, intuía que tenía sus herramientas para el drama también. Además, desde hace unos años, él viene haciendo un camino de búsqueda personal y la verdad, yo sentía que esa mirada tan intensa que él tiene en esta película contaba mucho. Fue una experiencia muy linda que transitamos juntos y fue un desafío muy importante para los dos. Pero los dos lo disfrutamos mucho y el resultado está en la pantalla. El tiene una presencia como villano que creo que es inédita en muchos casos.
–Lo primero y lo más fácil (a pesar de que llevó mucho trabajo) fue el acercarse al cambio físico porque teníamos referencias: fotos de Arquímedes, algunos videos donde pudimos ver que era canoso, con una manera de andar muy tranquila. No había mucho material audiovisual de aquella época pero algunas cositas había. Y eso fue una parte. La otra fue la del comportamiento: la manera de hablar, de mirar. Desde un primer momento, le propuse a Guillermo: “Hagamos un villano como en las películas clásicas”. Es decir, esos villanos que te fascinan y te dan miedo. Y Guillermo se entusiasmó mucho con eso. Por supuesto, está basado en un caso real, pero se trata de una interpretación. Y se trata, al fin de cuentas, de convertir un actor tan bueno y con tanta simpatía del público en un villano que, a la vez, tenía que tener magnetismo para que uno quiera seguir mirando, porque si no te aleja.
–Principalmente, fue una investigación un poco vintage, de otra época, porque hay muy poca información del caso en Internet, hay poco material digitalizado. Hablamos con jueces, principalmente con los dos más conocidos que fueron María Romilda Servini de Cubría y Alberto Piotti. También con las familias de las víctimas, amigos de Alejandro, peritos, periodistas: toda la gente que nos pudo ayudar a encontrar información. Obviamente, también la revisión de los expedientes sirvió para encontrar detalles que no están en ningún otro lado. No había información procesada. Toda la información la tuvimos que ir a buscar.
–En un primer momento, me daba un poco de pudor hablar con ellos. Sentía que se podían sentir incómodos y hasta molestos con la idea de que hiciera una película. Y la verdad es que fueron muy generosos, principalmente Rolly Possi (la mujer de Aulet) y Guillermo Manoukian, el hermano de Ricardo. Y, a la vez, ellos mismos necesitaban, de alguna manera, que esto pasara para que se conociera la verdadera historia de estas familias que sufrieron tanto por estos secuestros.
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