Mié 12.08.2015
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CINE › VETERANOS REBELDES EN EL CONCORSO INTERNAZIONALE DEL FESTIVAL DE LOCARNO

El discreto encanto de la subversión

El georgiano Otar Iosseliani, el polaco Andrzej Zulawski, el holandés Alex van Warmerdam y la belga Chantal Ackerman tienen todavía mucho que decir y compiten por el Leopardo de Oro con películas que no se ajustan a las normas del mercado.

› Por Luciano Monteagudo

Página/12 En Suiza

Desde Locarno

Se diría que el cineasta georgiano Otar Iosseliani (radicado en París desde 1980, cuando la censura de la ex Unión Soviética lo empujó a probar suerte fuera de su país) es un subversivo discreto, alguien capaz de ir en contra de algunos de los valores más encarnados de la cultura occidental –la sobreestimación moral del trabajo, el endiosamiento del poder–, pero siempre con una sonrisa, ajeno a cualquier crispación, como si en esa forma amable y distendida que es la marca de su cine se encontrara la clave de su irrisión.

Sin embargo, dos años atrás, el legendario director de Hogar, dulce hogar y Jardines en otoño aprovechó el momento del homenaje que le tributaba el Festival de Locarno –con el Leopardo de Oro en sus manos y la Piazza Grande repleta– para atacar, como ningún otro cineasta de su talla lo hizo en los últimos años, a los otros principales festivales de cine europeos. “Tenemos que recordar que la Mostra de Venecia fue fundada por Mussolini y que ahora se inclina en esa dirección”, señaló temerariamente. Y no dejó a Cannes afuera de sus críticas: “A pesar del buen trabajo del presidente Gilles Jacob, hace tiempo que el festival ha vendido su alma a los grandes estudios de Hollywood”. Para Iosseliani, “solamente Locarno permanece fiel al cine como expresión artística y como reflexión intelectual; únicamente Locarno está dispuesta a tomar riesgos y a defender al cine como arte”.

Como para darle la razón, Locarno incluye en la competencia oficial de esta nueva edición –que culmina el próximo sábado– la película más reciente de Iosseliani, la estupenda Chant d’hiver, en la que este veterano caballero libertino de 81 años sigue siendo fiel a su pensamiento y a su obra. Como suele suceder en su cine, no hay en este canto invernal protagonizado por dos viejos amigos –¡sacrilegio, una película protagonizada por ancianos felices!– un argumento en el sentido tradicional, sino una serie de personajes y viñetas que se van entrelazando libremente, sin recurrir casi a la palabra. Hay algo profundamente chaplinesco en su obra, una predilección por la narración puramente visual en la que el humor siempre prevalece por encima de todas las penurias del mundo, que Iosseliani nunca se priva de exponer críticamente.

Como sucede en Chaplin, Iosseliani vuelve a celebrar la anarquía y la libertad y a tomar partido por los rotosos y los enamorados, aquellos que en un parque –como sucede en la película– no respetan los senderos trazados y prefieren en cambio seguir su propio camino, disfrutando del placer de pisar alegremente el césped. Y sus enemigos siguen siendo –ya sea en 1789, donde la película se inicia con un enigmático prólogo– los que cortan cabezas en nombre de la revolución, los uniformados que hoy expulsan a los inmigrantes ante la indiferencia de una burguesía satisfecha de sí misma, o los que persiguen el orden a toda costa, por absurdo que sea.

Los virtuosos planos secuencia de Iosseliani son su marca de fábrica y no faltan en Chant d’hiver, que aprovecha todo el dinamismo de una banda de chicas y muchachos que le roban las carteras a señoras encopetadas para lograr un movimiento siempre vertiginoso dentro del cuadro. Tampoco falta a la cita un viejo amigo de Iosseliani, el gran Pierre Etaix, hace un par de años visitante ilustre de Buenos Aires, que aquí interpreta –sin palabras, como es su costumbre– a un amable e inofensivo clochard a quien la policía se empeña en barrer debajo de la alfombra.

Aunque bastante más jóvenes que Iosseliani, otros veteranos que también han sido barridos de las alfombras rojas de Berlín, Cannes o Venecia, muchas veces por hacer un cine a contramano del mercado, también encuentran este año refugio en la competencia de Locarno. Es el caso del polaco Andrzej Zulawski, del holandés Alex van Warmerdam y de la belga Chantal Ackerman.

El recordado director de Lo importante es amar (1974), Una mujer poseída (1981) y La mujer pública (1984) vuelve ahora más distendido que nunca con Cosmos, adaptación de la novela homónima de su célebre compatriota –y argentino por adopción– Witold Gombrowicz. Lo más cercano que Zulawski puede seguramente hacer a una comedia, Cosmos es un film coral y desmadrado, donde el argumento como tal parece ser lo de menos. Un par de intelectuales parisinos busca refugio en una pensión portuguesa (el film fue producido por el legendario Paulo Branco, sostén de gran parte de la obra de Manoel de Oliveira), pero que lleva adelante una peculiar familia francesa, presidida por Sabine Azéma, la última musa de Alain Resnais, con su caballera roja incandescente más desmelenada que nunca.

Como se sabe, el sentido del absurdo y la permanente inmadurez de sus personajes son clave en la obra de Gombrowicz y está muy presente en el Cosmos de Zulawski, donde todos parecen niños grandes. Y cuanto más grandes, más niños. Es por eso quizá que Azéma y Jean-François Balmer (que interpreta a su marido) son quienes, por lejos, se roban la película, por encima de los actores más jóvenes, a quienes el tono tan peculiar del autor polaco no les hace las cosas fáciles. Es que si hay una dificultad en Gombrowicz está en su uso libertario del lenguaje, al que incorpora todo tipo de neologismos y onomatopeyas, y al que quizá convenga abandonarse a su música y no su sentido.

En comparación con Cosmos, la nueva película del holandés Alex van Warmerdam, Schneider vs. Bax, que también practica el juego del absurdo, parece convencional. Y quizá lo sea, pero lo disimula bastante bien. El director de Abel (1986) y Los últimos días de Emma Blank (2009) enfrenta aquí a sendos padres de familia que, detrás de sus respetables apariencias –uno dice ser un reconocido escritor (el propio Van Warmerdam), el otro un inofensivo técnico mecánico–, esconden su oficio de killers profesionales. Sin que en principio lo sepan, ambos tienen asignado por su mismo jefe la misión de eliminarse mutuamente, pero una serie de fatalidades se interprondrán en sus respectivos caminos, hasta convertir esa doble cacería en una suerte de vaudeville donde entran y salen de escena todo tipo de personajes.

Radicalmente distinto a todos los del Concorso Internazionale es el nuevo film de la belga Chantal Akerman, directora de Jeanne Dielman (1975), Un diván en Nueva York (1996) y La locura de Almayer (2011), entre muchos otros títulos que nunca llegaron a la Argentina. Film íntimo, personal al punto de estar hecho por ella sola con su cámara, sin equipo alguno, No Home Movie es un retrato de la madre de la directora, en sus días finales de vida, refugiada en su cómodo departamento de Bruselas, desde donde ya casi no se vincula con el mundo exterior. Ni falta que hace, parece decir su hija Chantal, que como quien no quiere la cosa da cuenta de que esa mujer que lleva con gran dignidad e incluso con buen humor su vejez fue alguna vez una sobreviviente de los campos de concentración del nazismo, donde perdió a buena parte de su familia.

Pero No Home Movie no está en Locarno para dar un nuevo testimonio de la Shoá, sino en todo caso para intentar narrar desde lo más íntimo un fragmento de eso que se llama Historia con mayúsculas: la idea de una Europa que desaparece y se globaliza a través de nuevas herramientas de comunicación, pero que como ese árbol que durante todo el prolongado, dramático plano inicial, soporta estoicamente unos vientos inclementes, dispuesto a vencer la prueba del paso del tiempo.

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