Viernes, 1 de septiembre de 2006 | Hoy
CINE › “SOFACAMA”, DEL DIRECTOR ARGENTINO ULISES ROSELL
Por Horacio Bernades
Argentina, 2006.
La familia como despelote es el tema que parece desvelar a Ulises Rosell. Así al menos lo hacen pensar sus dos películas en solitario. Proveniente de aquellas célebres Historias breves de 1995, Rosell había aportado a esa selección –en dúo con Andrés Tambornino– uno de sus mejores pasajes, el corto Dónde y cómo Oliveira perdió a Achala. Del dúo, Rosell pasó al terceto con El descanso (2002) y casi al mismo tiempo concretó su ópera prima da solo, el documental Bonanza. Allí registraba los trabajos (múltiples, caóticos, al borde de la legalidad) y los días (largos, imprevisibles, al margen de cualquier sistema) de los Muschinchi, chatarreros asentados al costado de la ruta. Bajo techo y corrido hacia la clase media, el clan protagónico de Sofacama bien podría verse como variante de los Muschinchi. Algo menos marginales, pero el despelote sigue siendo su hábitat.
¿Será esa transición de los márgenes hacia un centro aún así destartalado representativa del desplazamiento cinematográfico que Rosell hace con Sofacama? Producida por Rolo Azpeitía –cuyo antecedente más notorio es la bastante mainstream Herencia–, el primer largo de ficción del director luce un acabado inusitadamente prolijo y profesional para quien se inició con una película que hacía del desorden su tema y estilo. Ese acabado es visible (y audible) en la secuencia de títulos, miniaudiovisual animado que –junto a la magnífica música de Gustavo Pomeranec y el límpido sonido de Martín Grignaschi– está entre lo mejor que el cine argentino haya producido en sus respectivos rubros. “Ya va a aparecer”, dice Berni (Cecilia Roth), cuando no encuentra algo que busca, en medio de un quilombo de estanterías, baratijas y objetos desparramados por la casa. “Yo siempre digo que las cosas aparecen cuando uno las necesita”, enseña Berni a Carmen (María Fernanda Callejón), con un dejo new age de bolsillo.
Con un marido que la abandonó y tres varones a su cargo, los trabajos de Berni parecen tan inaprensibles y diversificados como los de Bonanza. Fabrica velas, recorre galerías con un muestrario de anillos, ofrece sus productos donde va. “Siempre te ponés a hablar con las vendedoras, mamá”, reprocha Leo, el hijo del medio (el debutante Martín Piroyansky), mientras se prueba un short que no quiere comprar. En ese punto entre el nene que hace lo que mamá le indica y a su vez se rebela está Leo, preso de un estado de indefinición al que suele dársele el nombre de adolescencia. Las hormonas de Leo se hallan revolucionadas por la presencia de Carmen, la intrusa del título que Sofacama iba a tener. Leo no es el único de la familia que notó que Carmen está fuerte. En cuanto llega a casa, el hermano mayor, Miguel (Juan Pablo Garaventa), estudia a fondo a la nueva integrante de la familia, mientras Nahuel, el menor (Nicolás Condito), patea la de cuero contra la pared.
Hay en Sofacama una captación exacta de esa especie de vestuario ampliado que es una hermandad de varones, hecha de cargadas, empellones y pelotazos en medio del living. Hasta el punto de que bien podría considerarse esa zona de la película como versión masculina de La ciénaga (parentesco quealguna escena con todos en la cama refuerza). Y es un hallazgo el modo en que la película aborda personajes y situaciones, siempre como asomándose. Más precisamente, como si la cámara fuera la intrusa del título original, registrando las cosas del inorgánico modo en que el mundo –siempre en transición, siempre en fuga, como lo está la adolescencia misma– se presenta ante ella. Lleva un tiempo saber qué relación tiene Carmen con Berni y el resto de la familia, qué hace y cómo fue a parar allí. Así como está bastante avanzado el metraje cuando uno se entera de a qué se debe la falta de padre y hasta cuándo se remonta.
Sumado a la magnífica dirección de actores (los tres chicos están perfectos, Callejón es un hallazgo comparable al de Mimí Ardú en El bonaerense y Roth brinda una de sus actuaciones menos envaradas), ese estilo de relato –acorde con la intención de hacer de Sofacama más una colección de impresiones que un cerrado encadenamiento lógico– da por resultado una película que parece respirar del modo en que las cosas lo hacen en la realidad. Un modo caótico, fragmentario, incompleto. Despelotado, como las familias que parecen gustarle a Ulises Rosell.
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