Viernes, 28 de agosto de 2015 | Hoy
CINE › TERAPIA EN BROADWAY, DE PETER BOGDANOVICH, CON OWEN WILSON
Por Horacio Bernades
Gracias a sus inicios como crítico y su obra cinematográfica, Peter Bogdanovich tiene bien ganado el carácter de gloria viviente de la cinefilia. Con sus artículos periodísticos y volúmenes de análisis y entrevistas con realizadores míticos (John Ford, Fritz Lang, Howard Hawks & Compañía) en los años ’60, Bogdanovich replicó, casi en soledad, lo que la crítica francesa venía haciendo desde una década atrás, reivindicando el cine clásico de Hollywood. Lanzado a la realización, arrancó con dos obras maestras (Míralos morir, 1968, y La última película, 1971), esparciendo, en el resto de su carrera, gemas en general poco reconocidas, como Nuestro amores tramposos (1981), Máscara (1985), Texasville (1990) y Noises Off (1992). Reducido desde hace un par de décadas a la realización de telefilms, diez años atrás filmó una película que lo mostraba ya con escasa tonicidad (Cat’s Meow). Ahora, con 75 recién cumplidos, firma esta catástrofe originalmente titulada She’s Funny That Way, que en Argentina se estrena con el título Terapia en Broadway.
Con producción de Wes Anderson y Noah Baumbach, en Terapia en Broadway Bogdanovich intenta volver sobre la comedia coral, variante que en Nuestros amores tramposos y Noises Off había manejado con enorme timing y sentido coreográfico de la puesta en escena. Aquí se percibe, casi desde que suenan los primeros compases (Fred Astaire cantando “Cheek to Cheek”, como si fuera una de Woody Allen), que el cansancio ha reemplazado al ritmo y el desconcierto a la puesta. Una entrevista televisiva sirve como no muy apropiado hilo conductor para una serie de historias y personajes que no aglutinan bien. Alrededor de un teatro y un hotel cinco estrellas neoyorquinos giran, en una rueda que anda a los tumbos, un director teatral demasiado dado a las aventuras románticas (Owen Wilson, que no da el tipo), una call girl conocida como Glow, que quiere pasar a la actuación (Imogen Poots), el habitual personaje del actor mujeriego (el británico Rhys Ifans), la pareja del director, que lo descubre con la chica (Kathryn Hahn), el asistente de dirección, que también tiene una aventura con Glow (Will Forte, el hijo de Nebraska), y una psicoanalista totalmente loca, novia de éste y terapeuta de la rompecorazones (Jennifer Aniston).
Al elenco principal se suma un batallón de comediantes a los que Bogdanovich busca rendir homenaje mediante la clase de apariciones breves a las que se conoce como cameos: Ileana Douglas, Cybil Shepherd, Deby Mazar, los veteranos Austin Pendleton y Joanna Lumley y hasta Quentin Tarantino, que aparece en los últimos 30 segundos, totalmente sacado, y se va. La película entera parece un cameo de una hora y media, rellenado con gags que se frotan sin hacer chispa (Owen Wilson hablando por dos teléfonos al mismo tiempo, todas las parejas dándose cita en el mismo restorán), juegos de puertas que suenan gastadas, reciclados de clásicos del rubro (prostituta aniñada, Imogen Poots “hace” de Audrey Hepburn en Muñequita de lujo; se repite un latiguillo tomado de una comedia de Ernst Lubitsch) y citas literales a todos los grandes de la comedia, que dan a pensar que Bogdanovich confunde un género con un altar. Lo que sí funciona son una serie de trompadas, surtidas con el timing, sorpresa y entusiasmo de quien sacude las polillas de la casa.
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