Lunes, 21 de septiembre de 2015 | Hoy
CINE › PRIMER FIN DE SEMANA EN EL 63º FESTIVAL DE SAN SEBASTIáN
El film que más expectativa había generado, Sunset Song, de Terence Davies, no está a la altura de la trayectoria del director inglés. Entre otras películas, también se vio Truman, del catalán Cesc Gay, con Ricardo Darín, que será estrenada esta semana en la Argentina.
Por Diego Brodersen
Página/12 En España
Desde San Sebastián
Difícil resistirse al sol de Donostia, que acompaña al público, a los invitados y a los periodistas que asisten en masa a las proyecciones del 63º Festival de San Sebastián. No se trata de una metáfora: las funciones suelen estar al límite de la capacidad de las salas y la posibilidad de bañarse en los rayos del astro rey durante algunos minutos, antes de volver a entrar a la sala oscura, se convierte en un auténtico deporte donostiarra. Este primer fin de semana ha visto pasar los primeros films en la competencia oficial y también en las otras secciones paralelas, que serán analizadas por sus respectivos jurados. De todas formas, ningún título había generado tanta expectativa como el último largometraje del veterano realizador inglés Terence Davies, Sunset Song, que tuvo su première mundial hace apenas una semana en el Festival de Toronto y que tiene a la estrella más cercana a la Tierra como protagonista indirecto. Las primeras reseñas llegadas desde Canadá consignaban un film interesante, pero definitivamente no a la altura de lo mejor del director de The Deep Blue Sea y Distant Voices, Still Lives. Y esas consideraciones no dejan de ser esencialmente ciertas.
La adaptación de la novela de Lewis Grassic Gibbon tenía todo, a priori, para transformarse en otra obra maestra en el canon de Davies. La historia es la de Chris Guthrie, una joven escocesa hija de campesinos, a lo largo de varios años a comienzos del siglo XX, la relación con sus padres y hermanos, con el trabajo y el terruño. La narración avanza velozmente y Davies hace un uso intensivo de las elipsis: nacimientos, muertes, mudanzas y crecimientos personales ocupan el centro de la acción, enmarcados por la belleza natural de la comarca (el film transcurre en el pueblo ficticio de Kinraddie). Belleza que demuestra ser también –y en más de una oportunidad– dadora de vida pero también de muerte. La primera hora de metraje permite reconocer inmediatamente el talento de Davies para entrelazar lo personal y lo colectivo, lo íntimo y lo social, logrando en varios pasajes esa cualidad lírica única e inconfundible. Apoyado en la fotografía de Michael McDonough, que evita las tonalidades de la “hora mágica” para concentrarse en un trabajo de iluminación que es, por momentos, muy realista y en otros –fundamentalmente en las escenas de interiores– crea un espectro más bien artificial para reforzar las alegrías, dolores y luchas internas de los personajes.
Sunset Song es, durante esa primera mitad, un film bello y potente, y en Chris la película logra construir a una heroína que poco y nada le debe a los feminismos de salón. Pero luego, a medida que la Gran Guerra se acerca, ocurre algo que transforma al relato en una sucesión de escenas no del todo logradas, como si el mismo sistema de montaje comenzara a jugarle una mala pasada. Esa potencia original es reemplazada por un timbre ilustrativo y no es casual que la voz en off, que había sido utilizada esporádicamente, reaparezca con fuerza para comentar lo que las imágenes y los diálogos no logran transmitir del todo. En última instancia Sunset Song no es, como podía suponerse, simplemente una oda a la vida en la Escocia profunda sino fundamentalmente una elegía sobre un estilo de vida, sobre aquellos que ya no están presentes para caminar sobre esos campos y colinas labrados con esfuerzo y esperanza.
El viaje de Escocia a las calles de Madrid fue realizado en apenas algunos minutos por muchos espectadores de la sala grande del Centro Kursaal, que luego del film de Davies asistieron a la proyección de Truman, del catalán Cesc Gay, que será estrenado esta semana en la Argentina. Relato de amistades profundas y reencuentros protagonizado por Ricardo Darín y Javier Cámara (aunque el poster argento insista en borrar de la imagen al segundo y ocupar su lugar con el perro que da nombre al film), Gay se acerca sin ambages a una sensibilidad mainstream aunque sin abandonar del todo su capacidad para el relato intimista que tan buenos frutos le diera en films como Ficción. En ese coqueteo con ciertos clichés narrativos y el esfuerzo por no caer en el melodrama simplón, la historia del amigo que viaja de Canadá (Cámara) para visitar a su camarada enfermo de cáncer (Darín) encuentra algunas de sus virtudes y también varias de sus limitaciones. En sus peores momentos, Truman se acerca a las tonalidades de una sitcom expansiva cuyo humor hubiera sido llevado a su mínima expresión; en otros, en cambio, aflora la capacidad del realizador para retratar las relaciones humanas de manera franca y sincera.
De Francia –en coproducción con España– se presentó en competencia oficial el nuevo largo de la francesa Lucile Hadzihalilovic (la realizadora de Innocence), una fábula o cuento de hadas oscuro que rápidamente demuestra ser, a pesar de sus imágenes aparentemente realistas, un relato que cabalga entre lo fantástico y lo onírico. La particular isla volcánica de Lanzarote, en las Canarias –la misma que sirviera de trasfondo a También los enanos empezaron desde pequeños, de Werner Herzog– es utilizada por Hadzihalilovic como el marco de una historia de mujeres y niños, aparentemente los únicos habitantes del lugar. A la ausencia total de hombres adultos se suma una particularísima similitud física entre las mujeres. Muy pronto, el más avispado de los chicos descubrirá que su madre –como el resto de las “madres” con sus respectivos hijos– le está ocultando unas cuantas verdades sobre su auténtica condición biológica.
Hay algo cronenbergiano en Evolution, aunque aquí no se trata tanto de una evolución hacia una Nueva Carne: en última instancia los cambios ya se han dado de manera total y el camino es hacia el posible descubrimiento de una instancia anterior, más humana. Reelaboración del mito de las sirenas en clave hiperrealista, hay varios pasajes que demuestran indudablemente el talento de la realizadora para crear imágenes extrañamente bellas, pero el film se siente algo repetitivo y esquemático a pesar de su reducido metraje, de apenas 80 minutos. La función a la que asistió este cronista terminó con algunos abucheos seguidos de un largo y efusivo aplauso. Ninguna de las dos reacciones parece ser la más atinada.
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