CINE › “EL LUCHADOR”, PROTAGONIZADA POR RUSSELL CROWE
Por los caminos del cliché
› Por DIEGO BRODERSEN
La de James J. Braddock, alias El Bulldog de Bergen, neoyorquino de los barrios bajos nacido en 1905, hijo de inmigrantes irlandeses, es una de esas historias reales plagadas de redundancias y clichés. Tantos que resulta difícil creer a priori en su corroborada veracidad histórica. Luego de una breve aunque exitosa carrera como boxeador entre los años 1926 y 1929, Braddock, junto con su mujer y sus hijos –y como otros millones de ciudadanos norteamericanos–, debió enfrentar todo tipo de adversidades durante la Gran Depresión de los tempranos ’30. Pero sin trabajo ni dinero, sobreviviendo apenas con lo indispensable para mantener a su familia a flote, el “hombre Cenicienta” del título original tuvo acceso a una de esas quiméricas segundas oportunidades: la Fortuna dio inicio a una segunda etapa pugilística que lo llevaría, no sin grandes esfuerzos, a obtener el título de los pesos pesado del mundo en junio de 1935, en un famoso combate cuyas apuestas lo daban como perdedor seguro por 20 a 1. Y a transformarse, de paso, en ídolo de las multitudes hambrientas y desfavorecidas. Hasta aquí, la historia que todo amante del deporte recuerda y repite para la inmortalidad.
Los guionistas y el realizador Ron Howard (Apollo 13, Una mente brillante) transforman los hechos históricos en una “película inspiradora”, como les gusta decir a los anglosajones. Es decir, evitan cualquier tipo de interferencias que puedan quebrar su apuesta al didactismo. Cada escena de la recta ascenso-caída-ascenso, que la trama describe sin desplazamientos laterales, está esbozada para demostrar que la fuerza de voluntad individual es capaz de torcer destinos y cuajar en una personalidad ejemplar. Prototípica y harto previsible mucho más allá de la historia en la cual se basa, El luchador deja colar algunas escenas que insinúan la necesidad creciente de la sindicalización y la defensa del trabajador en aquellos duros tiempos, pero las olvida rápidamente para centrarse en otro triunfo de la individualidad. Tampoco se hace mención, ni siquiera un atisbo, de los oscuros manejos de un deporte históricamente manchado por corrupciones y “arreglos” de todo tipo.
La genealogía del film de boxeo es extensa e ilustre, con referentes históricos como El campeón (1931, King Vidor), The Set-Up (1949, Robert Wise), o La caída de un ídolo (1956, Mark Robson). El luchador parece resguardarse en un clasicismo desbordado y algo anacrónico, mucho más cerca de la saga Rocky (un correlato que los realizadores nunca admitirían) que de la riqueza y exuberancia de El Toro salvaje. Russell Crowe, en la piel de Jim Braddock, encarna a otro de sus recurrentes personajes monolíticos, quien recibe primeros planos a diestra y siniestra cada vez que el piano se asoma en la banda de sonido, telegrafiando al espectador un nuevo “momento emotivo”. No hay entonces demasiado lugar para la sorpresa ni, paradójicamente, para la emoción. Al menos la pelea final, en la mejor tradición del género, ofrece unos veinte minutos de recreación pugilística. Un poco de sangre entre tanta anemia.
5-EL LUCHADOR
Cinderella Man, EE.UU., 2005
Dirección: Ron Howard.
Guión: Cliff Hollingsworth y Akiva Goldsman.
Fotografía: Salvatore Totino.
Música: Thomas Newman.
Intérpretes: Russell Crowe, Renée Zellweger, Paul Giamatti, Craig Bierko, Paddy Considine, Bruce McGill.