Martes, 3 de noviembre de 2015 | Hoy
CINE › FILMS DE ARIEL ROTTER Y APICHATPONG WEERASETHAKUL EN EL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA
La luz incidente, del argentino Rotter, protagonizada por Erica Rivas, es un punto alto de la Competencia Internacional, mientras que Cemetery of Splendor, del tailandés Weerasethakul, se destaca en la sección paralela Autores.
Por Horacio Bernades
Tras la presentación de Eva no duerme, el cine argentino completó su participación en Competencia Internacional del 30 Festival de Mar del Plata con la presentación de Mecánica popular, de Alejandro Agresti, y La luz incidente, de Ariel Rotter. Por fuera de las competencias oficiales brilla el apartado Autores de la megasección Panorama. A la hora de los hechos, estos grandes nombres de la cinefilia internacional pueden producir alguna decepción, como le sucedió al cronista con el nuevo film del georgiano Otar Iosseliani, pero también verdaderas iluminaciones, que es lo que sucede con Cemetery of Splendor, la película que el tailandés Apichatpong Weerasethakul viene de presentar en la última edición de Cannes.
Después de la improvisatoria No somos animales, presentada en el último Bafici, Mecánica popular representa el regreso de Alejandro Agresti a un cine “normal”, entendiendo por tal una película con guión previo, ensayos actorales, actores contratados a tal efecto y técnicos de la industria. Protagonizada por Alejandro Awada, Patricio Contreras, Marina Glezer y Diego Peretti, Mecánica popular está estructurada en dos tiempos, yendo y viniendo de uno a otro. La larga secuencia nuclear tiene lugar durante una noche en las oficinas de una editorial. Hasta allí ha llegado una joven escritora, para reclamar al director de la empresa por el rechazo de su novela. En algún momento intervendrá el sereno, quien, por lo que se informa a la mañana siguiente, va a morir. Un guión tan de hierro que fuerza a los actores a recitar sus diálogos, el decorado único, el timing de pingpong entre una línea de diálogo y la siguiente y el estilo actoral (que en algún caso se vuelve francamente desaforado) hacen de esos fragmentos nocturnos una muestra de teatro filmado como hace tiempo no se veía. Más preocupante es la adopción del punto de vista masculino y retrógrado de los personajes de Awada y Contreras en perjuicio de “la joven posmoderna”, como llaman –en los momentos más gentiles– a la escritora interpretada por Marina Glezer. Mecánica popular atrasa unos treinta años en términos de representación y algo más de un siglo en lo ideológico.
El film de Rotter vino a compensar las cosas. Estrenada dos meses atrás en el Festival de Toronto, filmada en un prístino digital blanco y negro (gentileza del notable director de fotografía Guillermo Nieto), La luz incidente transcurre en los años 60, dato del que informan, con discreción, algunos detalles de la dirección de arte. Una viuda reciente, con dos mellizas de poco más de un año, duda primero y acepta finalmente los avances de un candidato persistente. A eso se reduciría la película escrita y dirigida por Rotter si una película se redujera a su anécdota. Pero no es allí donde La luz incidente resuelve su sentido ni tampoco en el guión, como el film de Agresti, sino en la puesta en escena. Contada desde la interioridad de la protagonista (desde allí actúa Erica Rivas), La luz incidente tiene un tempo que se corresponde con el estado de duelo como aturdido en que se halla Luisa, que no necesita ponerse en palabras para hacerse manifiesto. Frente a ella, el antagonista justo, encarnado por un semidesconocido y notable Marcelo Subiotto. Un señor encantador, cuyos avances, que no tienen demasiado en cuenta los deseos y rodeos de la dama, terminan revelándose como expresión del patriarcalismo de la época. Patriarcalismo que el medio que rodea a la protagonista no hace más que reforzar. Desde la intimidad y de modo altamente elíptico, La luz incidente echa luz sobre toda una época.
Desde hace años Otar Iosseliani viene repitiendo una misma película, hecha de aristócratas decadentes pero encantadores, pordioseros dignos como aristócratas, animales exóticos, gags à la Tati y largos y bellos planos secuencia, que los actores atraviesan coreográficamente. El comienzo de Chant d’hiver, su film más reciente, es sorprendente por su desencantada ferocidad. En el primer episodio, en tiempos de Revolución Francesa, el pueblo pide y celebra un aguillotinamiento. En el segundo, soldados de un ejército contemporáneo no identificado devastan un poblado, robando vituallas, bombardeando niños y violando ancianas. Parece demasiado para el propio Iosseliani, que a los diez minutos de película abandona esa amarga invectiva y vuelve a su mundo de círculos narrativos, corridas y gags visuales, como si los dos primeros episodios nunca hubieran existido. Apichatpong Weerasethakul también pinta siempre el mismo cuadro. Pero le agrega nuevas capas película a película. Eso hace pensar al menos Cemetery of Splendor, que tal vez sea la mejor de todas (las suyas y las del festival).
Cemetery of Splendor está poblada, como películas previas, de soldados, hospitales, enfermedades, curaciones, apariciones, visiones y selva. No está dividida en dos partes, como las anteriores, y eso parece mucho más que un detalle: el opus 7 del realizador filipino fluye sin cortes, como un río de aguas mansas y engañosas, promoviendo en el espectador la sensación de flotación que produciría un bote sin remos. Los protagonistas son una voluntaria que tiene una pierna más corta que la otra y atiende a soldados que han caído bajo una enfermedad que los convierte en bellos durmientes; uno de esos soldados, al que la mujer devuelve, de tanto cuidarlo, conciencia y motricidad, y una suerte de médium, capaz de comunicarse con los soñantes. Un realizador occidental con sobredosis de New Age convertiría este material en la mayor de las indigestiones misticoides. Weerasethakul, para quien cuestiones como el karma y el mundo de los sueños son tan naturales como un pancho para un alemán, trata este mundo de curaciones y aparecidos con el ánimo de quien mira el mar, poniendo al espectador en modo contemplativo pero sin ninguna mística. “Cada tanto nos gusta vestirnos de civil y salir a pasear”, dicen unas diosas encarnadas, que en un momento se sientan a la mesa con la mujer de la pierna corta. Y siguen charlando, tan amablemente como lo venían haciendo.
* Mecánica popular se verá hoy a las 14.30 en el Auditorium. La luz incidente, hoy a las 17, en la misma sala. Chant d’hiver, mañana a las 12.40, en el Ambassador 2. Cemetery of Splendor, el viernes a las 18.30, en el Ambassador 4.
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