Viernes, 6 de noviembre de 2015 | Hoy
CINE › TRAMO FINAL PARA LA COMPETENCIA ARGENTINA DEL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA
Desde la típica candidata a alzarse con un hipotético Premio del Público hasta una fallida apuesta a la ingenuidad y el absurdo, pasando por una relectura del cine de Lucrecia Martel, hubo un poco de todo al borde del mar, incluso el último Perrone.
Por Ezequiel Boetti
Desde Mar del Plata
Punto final para la Competencia Argentina. O, mejor dicho, casi final, ya que el agregado de un día a la extensión habitual del festival –diez este año contra nueve de los anteriores– generó el desdoblamiento del último par de proyecciones en dos jornadas, dejando el cierre a cargo de Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad, de Carolina Rimini y Gustavo Galuppo, que se verá durante hoy y mañana. Entre miércoles y jueves, en estricto orden cronológico, por estas playas pasaron tres películas: la road movie Cómo funcionan casi todas las cosas, de Fernando Salem; una que replica gran parte de las formas y temas del cine de Lucrecia Martel titulada Paula, de Eugenio Canevari; y una última que hace lo propio con el deliberado artificio y patetismo naïve del universo de Wes Anderson titulada Hortensia, dirigida a cuatro manos por Diego Lublinsky y Alvaro Urtizberea. En la Competencia Latinoamericana se proyectó Samuray-S, otro eslabón de la nueva etapa lírica y formalista de Raúl Perrone.
Todos los años y casi sin excepción, la Competencia Argentina tiene al menos una película que rápidamente se convertiría en firme candidata para alzarse con un hipotético Premio del Público. Elaboradas con un ojo en los potenciales efectos de la platea, generalmente se trata de historias de aprendizaje cargadas de bondad y en las que nada puede salir del todo mal, con personajes queribles aun en sus facetas más oscuras, narradas con un tono lúdico y directo. La de este año se es Cómo funcionan casi todas las cosas. Rodada integrante en San Juan sin que esto implique un ápice de pintoresquismo, la ópera prima de Fernando Salem es una mezcla de road movie y relato de iniciación centrada en una chica (Verónica Gérez) que sale a la ruta para vender las enciclopedias del título, pero que en realidad, y quizá sin que ella lo sepa, busca otra cosa. Porque, como en nueve de cada diez películas ruteras, el viaje importará menos que el arribo a destino. Viaje que será sin demasiadas sorpresas, pero amable y eficaz en sus modestas intenciones, sobre todo gracias al oficio indudable de una selección de intérpretes fundamentales del cine argentino contemporáneo que incluye a Esteban Bigliardi, Rafael Spregelburd, Pilar Gamboa y María Ucedo.
Hay muchas películas nacionales recientes –ficciones y sobre todo documentales– centradas en los avatares de la clase baja, otras tantas en los de las clases medias y algunas más en los de la alta, pero pocas sobre las tensiones entre ellas. Quizás el ejemplo notorio más reciente de entre estas últimas sea Los dueños, aquel film tucumano ganador de una Mención Especial en la Semana de la Crítica de Cannes y visto en este festival en 2013, que mostraba una lucha de clases encarnada en la tirantez entre los hacendados y sus peones de una finca de la Provincia de la Casita. Paula, debut en el largometraje de Eugenio Canevari, tematiza esa misma cuestión pero con un tono seco, lóbrego y denso –no por nada el director ha reconocido a las primeras películas de Steve McQueen como una de sus referencias–, situándose más cerca de La ciénaga que del film tucumano.
Como el debut de Lucrecia Martel, en Paula hay piletas, chicos y una aristocracia en vísperas de una implosión personal, familiar y social. El punto de vista es el de la chica del título, quien trabaja en una estancia de las afueras de Pergamino cuidando a los hijos de un matrimonio de hacendados. Ellos no parecen percatarse de ella, invisibilizándola en la rutina. Por eso difícilmente noten su incipiente embarazo. Sin familia a la vista ni apoyo del hombre responsable de su condición, y descartada la posibilidad del aborto, Paula (Denise Labbate) se moverá por la estancia en un silencio casi fantasmal, acorde a un film que también bebe del cine de terror cuando aplica un uso certero fuera del campo y hace de lo latente una norma.
Lo que Hortensia –una Amélie vernácula, como bien señala el catálogo– necesita para ser feliz es casarse con un chico rubio y hacer el zapato más lindo del mundo. O eso creía a los 14 años, cuando escribió una carta que ahora, a sus 22, relee. Un panorama totalmente opuesto (recientemente desocupada, con su padre fallecido a causa de una electrocución con una ¡heladera Siam! y corneada por su ahora ex novio) es la excusa ideal para proponerse cumplir al pie de la letra con sus pautas. Suerte de maximización del desajuste y del absurdo, el de Diego Lublinsky y Alvaro Urtizberea es un relato wesandersoniano poblado por personajes que parecen moverse regidos por pulsiones ajenas a las del mundo contemporáneo, casi al borde de la lisa y llana tontería. También propio del director de El Gran Hotel Budapest es un trabajo de arte deliberadamente artificial y atemporal. ¿El resultado? Una película más liviana que cerveza brasileña, con todo lo bueno y lo malo que esto implica.
Este cronista contó no menos de cuarenta personas abandonando la sala del shopping Los Gallegos durante la primera proyección de Samuray-S. Las razones de la huida en masa no hay que buscarlas en un mediodía que se prestaba para unos mates a la vera del Atlántico, sino en el grado de radicalidad elegido por un Raúl Perrone en cada película más alejado del realismo costumbrista del oeste del conurbano bonaerense que caracterizó gran parte de su obra. Programado en la Competencia Latinoamericana, el film redobla la búsqueda de lirismo y experimentación iniciada en P3nd3j05, aplicando un tratamiento formal similar (ausencia de diálogos y sonido directo, formato de imagen cuadrado, un trabajo visual expresionista y en blanco y negro, fundidos encadenados y trucajes) a una serie de historias encadenadas sobre amores trágicos protagonizados por guerreros en decadencia. El problema es que lo que antes era espontáneo y sorprendente ahora muestra fisuras, reiteraciones y una dosis de impostación (allí están los subtítulos con faltas de ortografía), como si Perrone estuviera encerrándose en sí mismo y preocupado por validar su propio estilo.
* Hortensia y Samuray-S se exhiben por última vez hoy a las 16 en Paseo Aldrey 5 y Cinema 1, respectivamente.
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