CINE › EL DIRECTOR HONGKONES JOHNNIE TO LE DIO BRILLO AL FINAL DEL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA
En Competencia Internacional pasaron El club, del chileno Pablo Larraín, y Tangerine, del estadounidense Sean Baker, pero la estrella fue el autor de Life Without Principle.
› Por Horacio Bernades
Desde Mar del Plata
Con la proyección del film chileno El club y la indie Tangerine se cierra la Competencia Internacional de la 30ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que en el día de hoy anunciará sus premios. Ganadora del Premio Especial del Jurado en la última edición del Festival de Berlín, El club es la nueva de Pablo Larraín, cuya previa No (2012) representó uno de los grandes sucesos del cine latinoamericano reciente. Presentada en enero pasado en el Festival de Sundance, Tangerine es la última de Sean Baker, cuya anterior Starlet había hecho parte de la Competencia Internacional de Mar del Plata 2012. Al mismo tiempo que esto sucedía, pasaba por esta ciudad, tan veloz como sus películas, el hongkonés Johnnie To, uno de los grandes cineastas de culto del cine contemporáneo. Todo un clásico de este festival, que desde hace por lo menos una década lo tiene de “abonado” en su programación, el autor de Exiled y Election trajo con él Office, la más reciente de sus extravagancias.
Más que No, que manejaba cierto nivel de ambigüedad, El club recuerda a películas previas de Larraín, como Tony Manero (2008) y Post Mortem (2010), cuyo sentido admitía una única interpretación posible. El opus 5 del realizador chileno transcurre en una suerte de “culo del mundo” del extremo sur chileno, donde la jerarquía eclesiástica recluye a sus ovejas descarriadas. Un cura abusador, un ex capellán manchado por su participación en operativos (para)militares, uno al que se le probaron chanchullos y una monja civil implicada en el tráfico de niños son los alojados en ese Gulag de lujo, donde comen bien, toman whisky y tratan de hacer rendir a un galgo ganador. Tras el suicidio de un pupilo nuevo, las autoridades mandan como investigador a una suerte de Poirot eclesiástico, y habrá que ver si están dispuestas a que los resultados de la investigación tomen estado público. Como las películas mencionadas, El club es básicamente un desfile de abyecciones, con los personajes funcionando como demostraciones de la monoidea de que el mundo fue y será una porquería.
“Feliz cumpleaños, puta”, saluda una de las protagonistas de Tangerine a la otra, poniendo sobre la mesa un donut para compartir. Como Starlet, la nueva película de Sean Baker transcurre en una Los Angeles totalmente desprovista de glamour. La Los Angeles del downtown, básicamente, cuyas calles e interiores la cámara recorre a las corridas, siguiendo a la agitada Sin-Dee. Recién salida de prisión, la chica (que parece una versión actualizada de la también latina Rosie Pérez) se enteró de que su novio la engaña con una “blanquita con pescado”, y sale como loca a agarrarla de los pelos. Es un poco rara su reacción, porque como todos le recuerdan, su novio dealer no es la clase de tipo del que se puede esperar fidelidad. Pero Sin-Dee, que como su amiga Alexandra es travesti, tampoco es la clase de chica que pierde tiempo en razonar. Así que allá va, arrastrando a la cámara. Tangerine está narrada como debía. Con un digital “sucio” de baja definición. Con una cámara que encuadra a los tropezones. En tiempo real, cuestión de hacer sentir el corazón en la boca de Sin-Dee. Y, sobre todo, con una empatía tal con sus personajes que lo que podía haber sido una nueva Biutiful resulta, en cambio, una nerviosa y callejera sitcom casavettiana.
En algunas de sus películas –en Life Without Principle, básicamente–, Johnnie To se había metido con el capitalismo contemporáneo, siempre en el contexto del cine de género, que es el agua en que se mueve. En Office vuelve al ataque, particularizando ahora en el furioso capitalismo chino, y virando del cine de acción al... musical. Basada en una obra de teatro de la actriz Sylvia Chang, que además actúa, si algo no hace To es disimular el origen de Office. Todo lo contrario: la película eleva la condición artificiosa del teatro filmado a la enésima potencia, con decorados que son puro esqueleto, montados sobre plantas lisas, bien de estudio. Dos decorados, uno más gigantesco que el otro: el de la oficina del título y el de un hospital, donde una mujer está en coma. Tal vez este detalle esté anticipando, como una señal, el terreno del melodrama hacia el que la película se desliza –como los actores sobre los pisos lustrosos–, tras haber arrancado como sátira. Sátira política: es obvio que la inmensa corporación que sirve de ámbito es una versión a escala de la China moderna, esa que abraza el capitalismo salvaje con una decisión que ya ni los Estados Unidos parecen tener.
Film mutante como todos los del autor, Office cruza cálculos de ganancias con bailes y canciones de restorán chino, y tramas de culebrón desmelenado con el melodrama más sentido. Cuando comienza a desarrollar sus varias historias de amor (amores que el poder del dinero deja truncos; mujeres siempre traicionadas por los hombres) el nuevo To cobra cuerpo, dando carne a esos decorados del siglo XXII que dan a la primera parte un carácter logarítmico. Cuerpo, carne y romanticismo nihilista: sólo la corporación es más fuerte, dice el tango feroz de To. En vivo, el realizador de Exiled y The Mission resultó tan generoso y realista como sus películas. El cronista se retiró de la conferencia de prensa a la hora y media de iniciada, con la sensación de que ya se había hablado de todo, y To seguía contestando preguntas, en contra de una traducción (del chino mandarín al castellano, y vieceversa) que fue doble pero valió por media. Dicen que por cuestiones de estructura y sentido, traducir cualquier idioma asiático se hace cuesta arriba, y en la conferencia de prensa de To la cuesta arriba fue más empinada que la de Playa Grande.
Con una combinación de precisión, inteligencia, buen humor y sorpresa que parecía duplicar a sus películas, To empezó diciendo que había filmado Office en 3D nada más que para hacer una prueba para el futuro (efectivamente, para lo único para lo que sirve el sistema aquí es para oscurecer la imagen) y terminó jurando (¿?) que nunca oyó hablar de Ernst Lubitsch, Howard Hawks y Preston Sturges, tres de los mayores autores de comedias de Hollywood de los años ‘30 a ‘50. Entre una cosa y otra, eligió a la favorita de entre sus películas (Throw Down, 2004), contó cómo filmó un plano-secuencia de siete minutos (el inicial de Breaking News, 2004), habló sobre la posibilidad de trabajar en Hollywood (“siempre que me ofrezcan un buen guión”), sobre su proyecto de hacer una remake de El círculo rojo, de Jean-Pierre Melville (“sólo si puedo hacer algo distinto, si no qué sentido tendría”), sobre lo que tiene en cuenta al rodar una escena de acción (“el tiempo y el espacio”) y sobre su costumbre de filmar sin guion, storyboard o plan de rodaje. Todo lo cual es puesto en duda por más de uno. Se presentó sonriendo, se fue sonriendo, aseguró que de cine argentino no sabe nada y confesó que lo que más entusiasmo le despertó de este festival fueron los bifes de chorizo ingeridos en El palacio del bife, de la calle Córdoba al 1800.
* Tangerine se proyecta por última vez en la trasnoche de hoy en el Ambassador 1.
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