Jueves, 26 de noviembre de 2015 | Hoy
CINE › UN GRAN DINOSAURIO, UNA “FLOJA” DE LA FACTORíA PIXAR
Por Ezequiel Boetti
El proceso de producción más caótico de Pixar –eyección del director original, cambios radicales en el rumbo artístico y el elenco vocal, postergación del estreno de mediados de 2014 a fines de 2015– se tradujo en una de las películas más flojas de su historia. Lo que no implica que sea mala: incluso una “floja” de la compañía detrás de Toy Story, Buscando a Nemo y WallE es mejor que el ochenta por ciento del cine de animación. Los antecedentes generan una situación cuanto menos curiosa, por la cual el principal problema de Un gran dinosaurio no hay que buscarlo dentro de ella sino afuera, más precisamente en los altísimos parámetros de calidad a los que el estudio del velador saltarín acostumbró a sus seguidores de todas las edades. Seguramente ellos acudirán en masa a las salas esperando una historia de carácter humanista que incurra una vez más en temas como la familia, el crecimiento y la amistad. A ellos, tranquilidad absoluta: todo eso está. Lo que podrán extrañar es la sedimentación. Sin nostalgia ni duelos activos, ni múltiples claves de lectura, Un gran dinosaurio es apenas un ejercicio simple, efímero y feliz.
Situado en una prehistoria habitada por dinosaurios y humanos después de que el meteorito evadiera la Tierra, el debut de Peter Sohn, reemplazante de Bob Peterson como director, es el film más infantil de Pixar desde Cars 2. Esto, por un núcleo argumental, estético y ético apuntado a los más chicos, una inocencia a prueba de todo, el vaciamiento de referencias y guiños para los adultos y, sobre todo, la caída en ese vicio habitual de este tipo de producciones que es machacar una enseñanza –“hay que superar los miedos”– mediante su repetición crónica. El film, que también es lo más Disney de Pixar, levanta vuelo después de la muerte del personaje que nada casualmente cargaba con la responsabilidad moral del relato, dando pie al paso de la verbalización del concepto a su puesta en imágenes.
Sohn narra con simpleza y tersura el proceso madurativo de Arlo, un apatosaurio de 11 años, débil y miedoso, que, empujado por la idea de salvaguardar la cosecha familiar, termina perdido bien lejos de los suyos, acompañado únicamente por el niño salvaje al que inicialmente enfrentaba. Suerte de road movie en cuatro patas y a campo traviesa con el regreso a casa como objetivo, el relato campea entre la dinámica interna de esa pareja dispareja, que va del odio a la desconfianza y de allí a la amistad, siempre en tono low-fi y naïf, y la de la dupla con el entorno. Entorno que es de una belleza apabullante, no sólo por la amplitud y funcionalidad de los diseños y la gama de colores, sino porque los escenarios rocosos y boscosos –y sobre todo el agua, durante años el tendón de Aquiles de la animación digital– tienen un grado de realismo sorprendente, sostenido a lo largo y ancho del campo visual.
El recorrido se estructura sobre la base de la aparición de distintos personajes destinados a motorizar la narración, que encuentra los mejores momentos durante su última parte. Ya definitivamente despegado de la faceta más doctrinaria y pueril, Sohn raspa las piedras valiéndose de una metáfora obvia de la familia como círculo para construir un desenlace de indudable emoción. Que esta resolución dramática se dé casi sin diálogos y por la pura potencia de las imágenes muestra que Un gran dinosaurio podía haber sido bastante más que lo que finalmente es.
The Good Dinosaur/ Estados Unidos, 2015.
Dirección: Peter Sohn.
Guión: Meg LeFauve, sobre una historia de Erik Benson, Peter Sohn, Meg LeFauve, Kelsey Mann y Bob Peterson.
Música: Jeff y Mychael Danna.
Duración: 100 minutos.
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