CINE › QUENTIN TARANTINO Y LOS PROBLEMAS DE LOS 8 MáS ODIADOS
El director de Kill Bill no gana para sustos. Primero recibió amenazas de los sindicatos policiales, por expresarse en contra de la brutalidad de los uniformados en su país. Y ahora su nueva película sufre la competencia desleal por parte de Star Wars.
› Por Ezequiel Boetti
Difícil catalogar la llegada de Star Wars: el despertar de la Fuerza como un “estreno”. Su carácter masivo, la expectativa acrecentada gracias a las presentaciones y charlas en cuanta feria o exposición geek existiera y una campaña de marketing diagramada con frialdad nórdica –en Estados Unidos se vende hasta alimento para perros con la forma de los personajes– convirtieron su lanzamiento en un evento que trascendió las salas oscuras aun antes de llevarse a cabo, generando así muestras de fanatismo que rayan lo patológico. Sin ir más lejos, a comienzos de noviembre se supo la historia de un texano llamado Daniel Fleetwood quien, ante la posibilidad de que un cáncer terminal de pulmón no le permitiera llegar con vida al 18 de diciembre, consiguió ver el film antes que nadie. Todo, claro, previo acuerdo de confidencialidad. Las casi 23 mil personas que asistieron a alguna de las 173 proyecciones simultáneas realizadas a partir del primer minuto del jueves marcan que aquí no fue la excepción a la fiebre galáctica. El problema, en todo caso, es que de aquí hasta fin de año contagiará incluso a quienes no quieran. Basta hacer la prueba de chequear los horarios de la cartelera para ver que sus 451 copias –record absoluto de la era multisalas; el anterior era Rápidos y furiosos 7 con 365– coparon literalmente medio país: en toda la Argentina hay alrededor de 900 salas.
La situación no es muy distinta en Estados Unidos, donde el período que va desde las vísperas navideñas hasta los primeros días de enero es uno de más jugosos de las boleterías. Allí se desató una auténtica batalla de distribuidores y exhibidores que perjudica no sólo a los films pequeños, sino también al último trabajo del mismísimo Quentin Tarantino. El director de Pulp Fiction se desayunó a mediados de la última semana con que el estreno navideño de su western The Hateful Eight no contaría con el emblemático Cinerama Dome de Los Angeles, una de las tres salas del mundo que aún conservan un particular sistema de proyección surgido en la década de 1950 y compuesto por tres equipos analógicos que emiten imágenes de forma sincronizada sobre una pantalla semicircular. La mala nueva se debe a que Episodio VII estará exhibiéndose allí durante todas las vacaciones invernales por pedido explícito de Disney, empresa que hace tres años compró LucasFilm por la friolera de 4050 millones de dólares y desde entonces comercializa todos los productos de la franquicia.
Tarantino realizó la premiere mundial en la sala de la polémica el 7 de diciembre. Durante el acto reconoció que hizo el film con el Dome en la cabeza. “Es la primera vez que la veo acá y fue como si nunca la hubiera visto, no así”, dijo a Deadline.com. La frase está lejos de un acto demagógico: según el portal, el logo de Cinerama aparece en los créditos iniciales. “Fue una noticia realmente mala y me molestó. Están haciendo todo lo posible para joderme”, sentenció el miércoles en el programa de radio de Howard Stern. El director también afirmó que cuando la empresa dueña de la sala, ArcLight Cinemas, le anunció a Disney que estrenaría The Hateful Eight el 25 de diciembre (aquí se verá desde el 14/1 con Los 8 más odiados como título), recibió como respuesta la amenaza de retirar El despertar de la Fuerza de todos sus complejos. Según Deadline, el largometraje de J. J. Abrams también se proyecta en el Chinese Theather, incumpliendo así un pacto tácito según el cual un film no puede ocupar simultáneamente ese espacio y el Dome.
“Es vengativo, es cruel, es extorsivo. Que todos los periodistas de espectáculos llamen a Disney y pidan comentarios sobre sus prácticas extorsivas”, trinó antes de recordar que hizo “mucha plata para Disney y ellos no necesitan vengarse de esa forma”, en referencia a que durante los años en los que la compañía del ratón condujo los destinos del estudio Miramax se estrenaron Pulp Fiction, Jackie Brown y las dos Kill Bill, conjunto cuya recaudación global superó los 600 millones de dólares. Ni siquiera su amistad con Abrams, a quien conoció durante su participación como actor en un par de capítulos de la serie Alias, pudo salvar la situación: “Yo lo quiero mucho. Mi pelea no es con él ni con la gente de Star Wars, sino con los altos mandos de la empresa”, aclaró.
Llegado este punto, es válido preguntarse si acaso se trata de otro capricho de un director conocido por sus excentricidades. Al fin y al cabo, ¿por qué tanto escándalo por una sala en un país con miles? Porque el director de Perros de la calle rodó su último trabajo en fílmico de 65mm, formato que alcanzó su esplendor en los años 50 y 60 en películas épicas como Ben Hur (la información oficial asegura que se usaron las mismas lentes) y que permite una proyección en 70mm, el doble de los 35mm del fílmico en el que hasta hace un lustro se estrenaban comercialmente todas las películas. El resultado es, según los expertos, una calidad de visionado insuperable. “Quentin quiere que la gente regrese a los cines, que encuentre algo que no pueda ver en su casa”, afirmó hace unos meses Dan Sasaki, vicepresidente de ingeniería óptica de Panavision, proveedora de equipos de filmación de los grandes estudios. En sus comienzos, los complejos IMAX tenían la capacidad técnica para este tipo de lanzamientos, pero la inminencia del apagón analógico generó el progresivo traspaso al digital. Interestelar fue, en noviembre del año pasado, el último estreno importante en este formato, y pudo proyectarse en fílmico solamente en diez de los más de 800 IMAX que hay en el mundo. Entre ellos no estuvo el de la Argentina, digitalizado en abril de 2013.
“No me di cuenta de la causa perdida que suponía la proyección en 35mm, pero tampoco sabía lo emocionado que iba a estar todo el mundo por los 70mm. Todos están esperando primero ver qué tal nos va en las dos primeras semanas, pero eso es algo emocionante. Espero que The Hateful Eight funcione lo suficientemente bien como para que este método se convierta en la nueva forma de estrenar películas de manera exclusiva para los realizadores a los que les importa”, afirmó el director. En esa línea, ideó una serie de eventos especiales que desde Navidad se realizarán en salas con capacidad para proyectar 70mm. Allí presentará el film con una obertura inicial, un intermedio y metraje adicional, dando lugar a un evento de más de tres horas. El estreno del corte oficial de 168 minutos –el mismo que se verá aquí– en salas convencionales se realizará dos semanas después.
Tarantino arrancó la década con el pie derecho. Django sin cadenas, estrenada en Estados Unidos en diciembre de 2012, se convirtió en la película más taquillera de su carrera, recaudando 425 millones de dólares en todo el mundo (la inversión había sido de 125 millones). Un año después anunció que estaba trabajando en nuevo western, centrado en este caso en un grupo de ocho desconocidos que deben convivir forzadamente a raíz de una tormenta de nieve. Para esto se rodeó de varios de sus actores favoritos (Samuel L. Jackson, Michael Madsen, Bruce Dern, Kurt Russell), el director de fotografía de sus dos films anteriores, el tres veces ganador del Oscar Robert Richardson, y ni más ni menos que Ennio Morricone otra vez a cargo de la banda de sonido, pero esta vez con una partitura compuesta originalmente para Tarantino. Las cosas marchaban sobre rieles... hasta que dejaron de hacerlo.
La primera complicación fue la filtración del guión original a mediados de enero del año pasado. La herida aparentaba ser mortal: a fines de ese mes, el realizador aseguró que cancelaba The Hateful Eight y le inició un juicio al portal Gawker por infringir los derechos de autor publicando enlaces para descargar el material. “Han perpetrado un negocio de periodismo depredador violando los derechos de las personas para lucrar. Esta vez han ido demasiado lejos”, decía la demanda. Deprimido como pocas veces, Tarantino recordó que había compartido el borrador con seis personas y señaló como responsables de la filtración a los representantes. “Se lo di a tres actores: Michael Madsen, Bruce Dern y Tim Roth. El único que sé que es incapaz de hacerlo es Tim Roth. El agente de Reggie Hudlin (productor de Django) nunca tuvo una copia, entonces tienen que haber sido los agentes de Dern o los de Madsen. Uno de ellos dejó que su agente lo leyera y ese agente lo ha filtrado por todo Holly- wood. No sé cómo funcionan estos jodidos representantes, pero no me volverá a pasar”, había dicho antes de asegurar que, perdido por perdido, iba a publicarlo para quien quisiera leerlo de forma oficial: “Se lo dejé a sólo seis personas y, si no puedo confiar en ellos, entonces no tengo ningunas ganas de hacerlo. Voy a publicarlo y punto final. Me pondré con el siguiente proyecto, tengo otros diez más”.
Así, en abril de 2014 organizó una suerte de lectura pública del guión en el teatro del Ace Hotel. La presentación incluyó al mismísimo Tarantino describiendo las escenas y a una decena de actores –entre ellos Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Amber Tamblyn y los acusados Bruce Dern, Tim Roth y Michael Madsen– parlamentando desde sus sillas en el escenario. Si esto suena sorprendente, ni hablar de lo que vendría después: el director aseguró que estaba trabajando en un segundo borrador y que meses más tarde encararía una tercera y definitiva versión. Aquellas declaraciones de principio de año eran, entonces, más producto de la bronca que de un auténtico deseo. Tres meses más tarde, la Comic-Con de San Diego fue sede del esperado anuncio: el rodaje comenzaría en enero. The Hateful Eight era, otra vez, la próxima película de Tarantino.
Llegó 2015 y, con él, el inicio de la producción. El proceso siguió los carriles habituales de toda película ansiada por el mercado, la crítica y el público: presentación de algunas escenas en el Mercado de Cannes, tironeos entre la productora y los distribuidores por el elevado precio, ventas a casi todo el mundo. Pero las cosas volvieron a descarrillarse el 24 de octubre, cuando Tarantino participó en Nueva York en una marcha contra la brutalidad policial y no tuvo mejor idea que opinar que la violencia es “un problema de la supremacía blanca”. “Soy un ser humano con conciencia. Y si creés que se están cometiendo asesinatos, debés ponerte en pie contra ellos”, sostuvo.
Ni lentos ni perezosos, los uniformados de varias ciudades importantes (NY, Chicago, Los Angeles, entre otras) le saltaron directo a la yugular llamando a boicotear el inminente estreno. “Los oficiales a los que llama asesinos no están viviendo en una de sus depravadas fantasías de la pantalla grande. Ellos arriesgan y a menudo sacrifican sus vidas para proteger las comunidades del caos y del crimen de verdad”, dijo Patrick Lynch, presidente del Patrolmen’s Benevolent Association. A su vez, Jim Pasco, máximo responsable del sindicato policial más importante de Estados Unidos, Fraternal Order of Police, aseguró a The Hollywood Reporter que se traían “algo entre manos, pero el elemento de la sorpresa es el más importante, algo puede pasar en cualquier momento entre hoy y el estreno”. Consciente del carácter ominoso de su afirmación, rápidamente desmintió que la violencia física fuera una de las opciones. “Los policías protegen a la gente. No van por ahí haciéndole daño. Trataremos de perjudicarlo de la única forma que parece importarle, que es la económica”, aclaró.
El responsable de Kill Bill no cerró la boca. Al contrario, la abrió más grande que nunca. “En lugar de analizar el problema de la brutalidad policial que existe en este país, es mejor atacarme. Su mensaje es claro: callarme, desacreditarme, intimidarme y, aún más importante, enviar un mensaje a cualquier otra persona conocida que sienta la necesidad de ponerse de este lado de la discusión. Tengo la impresión de ser estadounidense y que eso me da derechos, por lo que no hay ningún problema en ir a manifestaciones contra la brutalidad policial y expresar lo que pienso”, dijo. Mientras tanto, los cabecillas de la productora y distribuidora The Weinstein Company observaban pasmados cómo su negocio empezaba a peligrar. Ante esto, optaron por abrirse mediante un comunicado: “La empresa tiene una larga relación y amistad con Quentin y una enorme cantidad de respeto por él como cineasta. No hablaremos por él porque se puede y se debe permitir que hable por sí mismo”, sostuvieron.
La escalada entró en un detente durante un par de semanas y recrudeció a comienzos de este mes, en vísperas de la premiere en el Dome. “La gente me pregunta si estoy preocupado y la respuesta es no. No estoy preocupado porque no siento que la policía sea una siniestra organización que sale a la calle a enfrentarse con ciudadanos individuales de forma conspiratoria. No considero que un funcionario público deba amenazar, incluso metafóricamente, a ciudadanos particulares. Lo único que puedo imaginar es que podrían estar planeando manifestaciones contra nosotros durante la promoción, la premiere o las primeras proyecciones de la película, pero sólo eso”, dijo Tarantino. Sin embargo, el preestreno del lunes se realizó sin inconvenientes. Habrá que esperar un par de días para ver si se cumplen sus pronósticos. Y deberá moverse con cuidado: la fuerza y la Fuerza, queda claro, no están de su lado.
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