CINE › ALEX DE LA IGLESIA ANTICIPA EL ESTRENO DE MI GRAN NOCHE
El director de El día de la bestia y La comunidad volvió a concebir un film pletórico de humor negro, personajes extravagantes, psicópatas, ritmo narrativo frenético y veneno humano en grandes dosis. Pero esta vez, con un agregado notable: el protagonista es el cantante Raphael.
La duodécima película del realizador bilbaíno Alex de la Iglesia, Mi gran noche –que se estrenará en la Argentina a fines de febrero– posee los condimentos a los que tiene acostumbrados a sus fans el director de La comunidad y El día de la bestia. Esto es: humor negro, personajes extravagantes, psicópatas, ritmo narrativo frenético, veneno humano en grandes dosis... Pero lo que resalta a simple vista en el elenco –donde hay históricos como Santiago Segura y menos clásicos pero convocados en los últimos años como Pepón Nieto– es la enorme estrella de la música que significa en España el veterano cantante Raphael. ¿Raphael, el Niño? Sí. Quienes conozcan toda la filmografía de De la Iglesia seguramente recordarán que fue Raphael, precisamente, a través de uno de sus temas, quien inspiró el título de Balada triste de trompeta, film en el que también realizaba un cameo vestido de payaso en una pantalla de cine. Desde el aspecto estrictamente cinematográfico, puede asegurarse que el cineasta vasco “resucitó” a Raphael en la gran pantalla. Para argumentar esto hay que tener en cuenta que hace cuarenta y cinco años que Raphael dejó al cine hecho un recuerdo tras su última actuación en Volver a nacer, de Javier Aguirre, que significó su séptimo largometraje como protagonista. Pero corrían otros tiempos y todavía primaba el celuloide... Y en Mi gran noche, Raphael hace una parodia de las estrellas de la canción, actitud que lo involucra en relación a su profesión. Todo comienza cuando José (Pepón Nieto) es convocado por una empresa de trabajo temporario como figurante para trabajar en un galpón, situado en las afueras de Madrid. ¿El plan? Participar de la grabación de un programa de televisión. Pero no cualquier programa: se trata de la gala de Nochevieja; es decir, las horas previas a la llegada del Año Nuevo que se filmará con anticipación: en el mes de agosto. En ese lugar donde todos parecen odiarse y no solamente fingen la llegada del nuevo año, la estrella de la fiesta es Alphonso (Raphael), que buscará ser el más convocante de la jornada. Como toda estrella, tiene su rival. En este caso, es Adanne (Mario Casas), que es mucho más joven, apuesto, y que seduce con su espíritu latino. Pero si bien la violencia es moneda corriente, nadie sospecha allí adentro que la vida de Alphonso está en riesgo. Y eso no es ninguna broma.
“La idea surge, como siempre, de contar una historia de personajes”, dice Alex de la Iglesia en diálogo telefónico con Página/12, mientras rescata que algo que les gusta mucho a él y a su coguionista Jorge Guerricaechevarría “es contar una historia de personajes encerrados en un lugar del que no pueden salir”. De la Iglesia también señala que a la dupla le apasiona “el mundo de la televisión desde un punto de vista de amor-odio”. Y lo argumenta así: “Es una especie de fascinación y terror ante lo que supone la televisión en nuestras vidas. No sé por qué, pero todo lo mejor y todo lo peor que me ha pasado ha sido a través de la tele. Y creo que en muchas de mis películas ya se insinuaba esta película. Es como una especie de conclusión de un proceso extraño de comedia o de tragedia grotesca. Es una sátira sobre la televisión. Entonces, también surge de encontrarte con la posibilidad de trabajar con personajes extremos desde el punto de vista cómico”, expresa el cineasta.
–Sí. Quien más, quien menos, lo lleva de mejor o peor manera, pero prácticamente todos los que conozco efectivamente tienen una manera única y exclusiva de ver las cosas. Son así. Es imposible evitarlo. Y también incluso los que nos dedicamos al cine. Si quieres, la televisión es también una manera de hablar del cine sin hablar del cine. Es que no me siento capaz de hacer una película sobre el cine, pero sí sobre la televisión.
–Fantástico. La verdad es que Raphael es más moderno que tú y que yo. Es un tipo que vive constantemente el presente y que no se plantea nunca qué es lo que ha hecho, qué es lo que ha dejado de hacer. Y cuando le mandé el guión, me dijo que sí. Al principio, yo no me lo creía. Creía que iba tener un montón de peros a la historia porque, en definitiva, es reírse de sí mismo. Es reírse de su personaje y de cómo lo ven los demás. Pero él ha demostrado que no tiene nada que ver con ese personaje diciendo que sí a la película.
–Me sorpendió mucho. El dice que no es un villano sino que es una persona que intenta recuperar su terreno (risas). El no lo ve como malo. Es un tipo muy divertido y muy inteligente. Solamente una persona que ha sobrevivido a todas las décadas (de hecho, ahora tiene más éxito que nunca) puede hacer un personaje con el que sepa reírse de sí mismo, que tenga muchísimo sentido del humor y que sobre todo esté por encima de cualquier polémica.
–(Risas). Sí, nos lo planteamos. El me dijo: “Quiero seguir rodando. Escribe una película para mí solo, en la que sea el protagonista absoluto”. Y le dije: “Vale, pero si lo hacemos, ten en cuenta que vas a tener que hacer de asesino profesional”. Y me contestó: “No me importa” (risas). Así que si algún día tenemos un guión sobre un asesino profesional, no dudes que tendremos a Raphael entre los candidatos.
–Sí, digamos que es una sátira. También es una tragedia grotesca de personajes que solamente conocen el odio como medio de comunicación. Y efectivamente es una comedia delirante.
–En España sí que es muy importante. La Nochevieja es el momento en que toda la familia está para celebrar el Año Nuevo. Entonces, en España es un símbolo de una especie de unión, fraternidad y de alegría entre la gente. Y por eso era el sitio perfecto para colocar el detonador de la comedia y para destruir precisamente esa imagen de alegría y de buen rollo, de “todo el mundo aplaude”, “todo el mundo ríe”. Y es mentira: nadie quiere aplaudir, nadie quiere reír, todo el mundo quiere salir de una especie de prisión mental en la que se encuentra.
–(Risas). Creo que es evidente. Sin duda. Mandamos a construir la mesa de maquillaje que utiliza Alphonso. La mesa en la que él se maquilla y se viste sigue los esquemas de construcción de la Estrella de la Muerte.
–Por supuesto, creo que forma parte de nuestra cabezas. Pero más que nada es un elemento narrativo. Cuando lo ves a Alphonso de espaldas frente a su espejo de maquillaje ya sabes de qué va el personaje, ya lo entiendes. Cuando construyes personajes que se tienen que entender de un brochazo, utilizar elementos simbólicos funciona muy bien. En sus primeras frases ya sabes cómo es el personaje, ya entiendes. Y eso es muy bueno para la comedia.
–Sí. Pero no creas que sea una cuestión exclusiva del mundo del espectáculo. Me imagino que un centro comercial con sus tiendas y con sus presiones será lo mismo. O un banco. Una sucursal de un banco puede ser un lugar en el que la gente se acuchilla por nimiedades. Creo que, en realidad, ahora la vida es un cúmulo de mentiras en el que todos nos vemos involucrados y necesitamos aparentar una cordialidad que no existe. No creo que sea exclusivo del mundo del espectáculo. Lo que pasa es que a nosotros se nos nota más. Los que vivimos en este mundo de actores, actrices e intérpretes trabajamos con nuestro cuerpo, con nuestro cerebro, con la creatividad. Y eso provoca que las cosas estén más claras, que se nos vea venir antes.
–Sí. Es que no se me ocurre otra manera de mostrarlo. No hago comedia porque me guste sino porque lo necesito. O sea, porque es la única manera de relacionarme con el mundo. Y, de hecho, me parece muy sano. Intentar pensar el mundo de una manera trágica solamente lleva al dolor y al aburrimiento. Creo que la cultura está para sobrellevar lo insoportable.
–Bien. La comunidad artística normalmente se toma las cosas con mucha tranquilidad. Ya me conoce, sabe el cine que hago y, de alguna manera, acepta mi sentido del humor.
–Por supuesto que forma parte de la sátira (risas). Podría haber sido croata o polaco. Lo que pasa es que actualmente los argentinos forman parte de España de manera indisoluble. La argentina es quizá la comunidad que más se ha integrado a nuestra manera de ser. Ahora, un argentino no es un tipo de la Argentina, es como de una provincia más. Es como si hablas de un gallego, de un catalán, de un andaluz. Forman parte de nuestro sentimiento y de nuestro pensamiento como uno más.
–Creo que todos somos patológicos. No hay nadie normal. Por eso sufrimos: nos han vendido que tenemos que ser normales y que tenemos que ser como esa familia maravillosa que desayuna por las mañanas antes de ir al trabajo. Es lo que vemos en los anuncios: esa especie de madre maravillosa que lleva un jersey gris con camisa blanca, el padre normalmente con barba y los niños encantadores sentados para engullir Kellogg’s. Eso no existe. No hay nadie así. Entonces, esa contraposición constante con cómo deberíamos ser y cómo somos en realidad provoca fisuras y grietas en nuestro concepto de realidad.
–No lo sé. Creo que todos los personajes forman parte de un mundo histriónico y exagerado, sin duda. Por eso es una película. Así como en una comedia blanca resaltamos lo divertido o lo simpático, en mis comedias intento resaltar ese aspecto sucio que escondemos. Pero creo que es internacional. Esta película se puede entender perfectamente en la Argentina, en Dakota del Norte o en Minsk.
–No dejo de hablar de lo que me rodea. Entonces, quizá sea así por el cómo se hace, por el momento en que se hace y por cómo me encuentro yo ahora o cómo nos encontramos todos los que vivimos en España. Es el resultado de una situación, pero no tiene una intención de reflejar ninguna realidad. Lo único que pretendo es reirme de esa extraña condición humana que nos define.
–Pues sí. Sinceramente, creo que el ser humano no es bueno. El hombre es fundamentalmente un ser que se equivoca y que piensa torcido. Lo primero que deberíamos es asumir el error, la equivocación, la muerte, el horror, todo eso que intentamos evitar desesperadamente. Intentamos sacarlo de los textos del colegio de los niños. Y por eso, luego nos encontramos con la vida real y nos da tanto miedo. Si la partida de la vida empezara diciéndonos cómo somos realmente, todos estaríamos más preparados para cuando ocurra.
–Sí, pero tampoco hago un documento sobre el comportamiento humano. Eso sería muy pretencioso. Pero sí creo que es interesante que cuando estás viendo una película te veas reflejado, o ver una situación reflejada que puede ser más o menos cercana a la tuya de una manera grotesca. Entonces, se disfruta. Uno se divierte diciendo: “Bueno, por lo menos, lo mío no es tan grave”.
–Las dos cosas. Por un lado, me gusta mucho sacar a los personajes de la vida y colocarlos en una entorno grotesco para jugar con ellos como si fueran muñecos. Por otro lado, también es cierto que una situación que teóricamente podría ser dramática la convierto en comedia cambiando el punto de vista. El truco consiste en generar una reglas de ritmo. Al generar eso, es cuando haces que el público entre o no entre en la historia.
–“Felicidad” es un término sobrevalorado. No creo en la felicidad. Creo en la alegría.
–La felicidad es importante y, entonces, ya se estropea. Es una contradicción. O sea, decir “soy feliz” es como dar importancia a tus sentimientos. Es como intentar buscar una permanencia en la alegría. La alegría no es una categoría socrática, o si quieres platónica. No es una cosa que estaría ahí en el mundo de las ideas. Me imagino que la alegría se perdería en el asunto. Lo que sí tienes es la felicidad, el dolor, todas esas cosas que los filósofos buscan. La alegría es algo que me interesa mucho más.
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