Jueves, 14 de enero de 2016 | Hoy
CINE › JOY, EL NOMBRE DEL éXITO, DIRIGIDA POR DAVID O. RUSSELL
El director devuelve el cuento de hadas –Cenicienta– a su versión más disfuncional y lo entremezcla con el film de mafiosos. Le da entonces al público pochoclero la historia de triunfo que le gusta ver, pero le mete de contrabando altas dosis de enfermedad familiar.
Por Horacio Bernades
Tratándose de una versión materialista de Cenicienta, es coherente que el príncipe azul de Joy sea un lampazo. En su opus 8 –que a la hora en que se lee esta nota estará recibiendo varias nominaciones al Oscar–, David O. Russell entrecruza cuento de hadas, épica feminista y una suerte de neorrealismo a la americana, con una heroína que para consumarse como princesa de sí misma deberá comportarse antes como mafiosa, imponiéndose como leona de la jungla social. Tercera reunión al hilo del realizador con Jennifer Lawrence y primer protagónico excluyente de ésta en un film del realizador, Joy se basa en la historia de Joy Mangano, una señora que inventó el Lampazo Milagroso (sic, uno que se escurre solo, evitando que su portadora tenga que ensuciarse las manos limpiándolo), convirtiéndose gracias a él en la multimillonaria dueña de una firma de limpieza. Habituado a enrevesar los géneros, para contar la historia de la Sra. Mangano el realizador de El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, 2012) y La gran estafa americana (American Hustle, 2013) fusiona la celebración del Sueño Americano y su parodia, devuelve el cuento de hadas a su versión más disfuncional (vía la familia de Cenicienta) y lo entremezcla con la película de mafiosos, hasta alcanzar lo que podría denominarse “vulgata feminista de masas”.
El comienzo encuentra a Russell en modo Flirting with Disaster (1996) y I Heart Huckabees (2004), comedias enrarecidas por su grado de locura familiar, núcleo temático permanente para el realizador de Tres reyes. Apenas treintañera, Joy (Jennifer Lawrence) es, por imposición de los demás y asunción de su parte, el centro de la familia. Madre separada que trabaja para ganarse el pan, Joy debe hacerse cargo no sólo de sus dos hijos sino de su madre, que se pasa la vida mirando una única telenovela (la reaparecida Virginia Madsen), su ex marido latinoamericano, que mientras espera que le salga algún improbable contrato como músico vive instalado en el sótano de su casa (el venezolano Edgar Ramírez), la hermana postiza que la odia (no tan) sordamente (Elisabeth Röhm) y ahora también su papá (Robert De Niro), a quien diecisiete años después de haberse ido de casa una señora entrega en la puerta, diciendo “se lo devuelvo, no puedo seguir haciéndome cargo de él”, como si fuera un perrito.
La única que ayuda un poco es la abuela, que además de cuidar y querer a Joy como hada buena es, de manera algo arbitraria, la narradora del cuento (Diane Ladd). Está faltando la bruja. No por mucho tiempo más: gracias a un servicio de solas y solos, papá va a conocer a una viudita italiana (Isabella Rossellini) que se complacerá en acosar a la Cenicienta de este relato. El tener que hacerse cargo de todos y de todo, incluyendo arreglos de urgencia de cosas rotas, es el lastre que impide a Joy levantar vuelo. Que la chica es capaz de volar alto queda demostrado desde pequeña, cuando con unos papeles y unas tijeras sabía darle cuerpo a su imaginación. Es lo que volverá a suceder cuando, en medio de la encerrona en que está, se le prenda la lamparita, imagine el Lampazo Mágico, se lo muestre al encumbrado dueño de un canal de televentas (Bradley Cooper), éste compre y la audiencia televisiva también. Pero el melodrama impone sus reglas, y éstas indican que para llegar al cielo falta sortear todavía un par de poderosos obstáculos.
Ladeado por Annie Mumolo, coguionista de Damas en guerra, Russell juega a dos puntas, entregándole al público yanqui (y al del resto del mundo, cada día más yanqui) la historia de triunfo que le gusta ver, pero metiéndole de contrabando altas dosis de enfermedad familiar. Habida cuenta de que el anillo de poder es aquí el más craso de los objetos domésticos, está claro que la fábula de la self-made woman puede verse, si así se desea, como parodia de sí misma. Así como la historia de amor que se espera (entre Lawrence y Cooper, claro) tal vez nunca llegue. Hasta alcanzar su Sueño Americano, el derrotero de la protagonista devela el carácter mafioso de la sociedad estadounidense. Pero lo alcanza, confirmando que ésa es una sociedad de oportunidades para todos.
Esa habilidad de darle a cada público lo que cada público quiere ver denota la astucia del realizador, pero también le pone límites a tan calculada maniobra. Ganadora del Golden Globe en la categoría respectiva el domingo pasado y nominada seguramente a esta hora al Oscar como Mejor Actriz Protagónica por tercera vez en su breve carrera, Jennifer Lawrence confirma presencia, entrega y credibilidad, en un papel que le permite mostrarse vulnerable, pero también dueña de un fuerte cable a tierra. Todo como corresponde. Demasiado como corresponde, tal vez sienta el espectador habituado a que Russell lo desacomode más.
(Joy, EE.UU., 2016)
Dirección: David O. Russell.
Guión: David O. Russell y Annie Mumolo.
Fotografía: Linus Sandgren.
Duración: 124 minutos.
Intérpretes: Jennifer Lawrence, Robert De Niro, Bradley Cooper, Edgar Ramírez, Isabella Rossellini, Diane Ladd, Virginia Madsen.
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