CINE › OPINION
› Por Ricardo Bartís *
Desde hace años el teatro San Martín es tierra arrasada. Y no es una metáfora. Primero se desmontaron los talleres de realización escenográfica, de vestuario, de iluminación. Años de saberes perdidos, técnicos y artistas de enorme experiencia se perdieron.
Una programación sin criterio alguno fue desmejorando la calidad de los proyectos, llegando al disparate de entregar las producciones a empresarios privados, la utilización del teatro para fiestas, usando al ballet estable como animación.
Deterioro edilicio, basura, fachada de obra, pulgas, basura, falta de agua, dificultades para cobrar, tiempos cortos de ensayo, falta de elementos, ascensores que no funcionan, repetición de nombres en la dirección de los proyectos, etc. En los últimos años se ha acentuado el problema dejando los teatros del complejo en un estado calamitoso.
Ese teatro que debería llenarnos de orgullo, expresión contenedora de la rica y profusa producción de lenguaje teatral, se ha ido convirtiendo en algo lejano y ajeno. Tristeza y bronca, no sólo por no ser convocado (la última vez fue en 1999 con El pecado que no se puede nombrar), sino por la absoluta negligencia y falta de criterios teatrales de los funcionarios a cargo.
* Dramaturgo, docente y director teatral.
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