CINE › OPINION
› Por Mauricio Kartun *
El Complejo Teatral de la Ciudad está grave. Ni sentido tiene seguir quejándose de eso. Fantasear simplemente con que vuelva a funcionar como antes resulta ya un ensueño nostálgico. Lo arruinaron. Les dieron un libro, no sabían para qué servía y lo usaron para equilibrar la pata corta de la mesa. Si no entendés la utilidad de algo lo manoseás y lo terminás rompiendo.
Hace seis años publiqué en este diario la primera de una serie de notas sobre este derrape: (http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-16650-2010-01-15.html) De ahí en más cada temporada, sin faltar una, ese desbarranque imparable nos dio tema para hacer una biblia.
Un teatro estatal existe porque cumple con su función pública. Si no, podrá ser todo lo oficial que se quiera, pero público no. Si funcionase simplemente como una sala más, no tendría sentido alguno. Igual que una escuela del Estado: ofrece su servicio, sirve a la comunidad. Y la función de la cultura, como la educación, es incluyente. Y la inclusión hace a todo. La cultura hará siempre más contra la inseguridad que la policía más feroz.
Como en esos colegios donde el edificio está tan en ruinas que sólo podés gritar que les arreglen las ventanas que los pibes se cagan de frío, venimos gastando la garganta en el revoque y vamos perdiendo de a poco de vista los cimientos: para qué sirve, qué función cumple, qué debería hacer.
Como los funcionarios que nos tocan ahí son ignorantes, pero nada tontos, es muy posible que a fin de temporada o principio de la otra reabran alguna de las salas con trompetas y Susanas Giménez. Pero como esos veteranos que en busca de renovarse se hacen la estética tardía, es muy posible que queden divinos remozados, pero sin poder acordarse para qué demonios les servía.
Por eso los artistas tenemos el compromiso de repetirnos como una oración todos los días cuáles deberían sus funciones y sus contenidos, aun aquellos que no fueron alcanzados en ninguna de sus gestiones, eso es lo de menos, no se trata acá de defender modelos porque todos a su tiempo en esta capital miraron para otro lado. Hay que repetirse la letanía, a riesgo si no de terminar alegremente convencidos de que lo importante de un teatro público es que lo abran. Y no que abierto cumpla su función pública.
Aprovecho esta convocatoria de Página/12 para repetirme el rosario. Por razones de espacio voy sólo a lo básico. No tengo esperanzas de que el PRO rece conmigo, pero la fe es la fe.
- Entradas baratas. Pero baratas. Para cualquier bolsillo. Y al menos dos funciones gratuitas semanales de cada espectáculo. Un teatro como el San Martín debería operar como centro cultural. Un lugar donde se pueda pasar el día. Con una entrada, tal vez, que permita ver varios espectáculos de la programación diaria. Y hasta comerte algo. Si la cultura no puede ser obligatoria, como la educación, tiene que ser al menos inducida. Promovida. Es causa mayor.
- Producción de espectáculos que por su volumen espacial o de elenco o sus costos no puedan ser producidos por los otros circuitos. Y de textos de contenido trascendente que justamente por su carácter, sentido o estética no sean atractivos para el circuito comercial pero presenten sí importancia cultural.
- Espectáculos surgidos de un verdadero proceso de creación. Todos los creadores trascendentes del teatro en su historia trabajaron de la misma manera: experimentando a prueba y error. Hay un malentendido catastrófico y es que a una obra hay que “ponerla”. El director entonces es quien “pone”, va un par de meses, lleva las plantas de escenografía y dice ponete aquí, ponele más fuerza o volumen. Una modalidad surgida de exigencias de mercado que es un disparate aplicar hoy a materia artística seria. Los buenos espectáculos surgen de procesos extendidos. Cada uno requiere de su propio tiempo. Las salas públicas deben dar el ejemplo. Si no, se vende como arte lo que es pura técnica.
- Cumplir función pedagógica. El teatro se aprende en el teatro. Abrir los procesos al menos a alumnos avanzados de las carreras pertinentes, sobre todo dirección. Y hacer mensualmente de cada espectáculo un desmontaje de su proceso creador abierto a todo público. El arte canuto es un contrasentido ideológico.
- Distintas secciones horarias. Romper el mito tonto de que el teatro es sólo de noche. Como en el cine, en una biblioteca o en un museo: siempre habrá espectadores para cada sección. Y el espacio habitado estará vivo.
- Seleccionar espectáculos que una vez terminada la temporada allí puedan continuar su destino artístico en salas privadas con el aval y la colaboración necesaria. Bajar un espectáculo que funciona muy bien porque tiene que estrenar otro es energía contranatura.
- La función es cultural. No es materia ornamental, es mental. Un hecho cultural puede darte vuelta la cabeza. Puede ordenarte. Puede darle sentido a muchas cosas y darte un sentido a vos. Lo he vivido. Lo he visto. Mil ejemplos. Con que un espectador en cada función encuentre allí su ladrillo la cultura hizo su edificio y justificó la inversión. Hay que invertir. No es gasto. Invertir.
* Dramaturgo y director teatral.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux