Mar 16.02.2016
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CINE › CIRO GUERRA ES EL DIRECTOR DE EL ABRAZO DE LA SERPIENTE

“Colombia es un país que se desconoce a sí mismo”

El cineasta colombiano narra el encuentro entre un chamán amazónico y su viaje con dos científicos, en una relación que se da a lo largo de cuatro décadas. El film, en cuya producción participó una empresa argentina, está nominado al Oscar y se estrenará aquí el jueves.

› Por Oscar Ranzani

El cineasta colombiano Ciro Guerra tenía ganas de filmar una película en el Amazonas y supo que iba a ser posible cuando se topó con los diarios de los primeros exploradores que recorrieron la Amazonia colombiana. Ellos eran Theodor Koch-Grünberg, etnólogo alemán que brindó su aporte indispensable para reconocer las tribus de la región, y el estadounidense Richard Evan Schultes, un botánico que documentó las propiedades alucinógenas de ciertas plantas de la selva. Inspirado en esos relatos de viaje, Guerra construyó el largometraje de ficción El abrazo de la serpiente, con la historia de Karamakate, un chamán convertido en “chullachaqui”, es decir, un ser privado de emociones y de recuerdos, hasta que al conocer a unos de los exploradores su vida podría llegar a tener otro sentido. Y el film –con una exquisita fotografía blanco y negro, y hablado en lengua originaria– focaliza en el encuentro entre ese chamán amazónico y su viaje con los dos científicos mediante la narración de una relación que se da a lo largo de cuatro décadas. El film se estrenará el próximo jueves en la Argentina.

El abrazo de la serpiente es una coproducción entre Colombia y la Argentina. Las empresas argentinas son MC Producciones, de Marcelo Céspedes, y Buffalo Films, de Hori y Esteban Mentasti. El film tuvo un recorrido internacional importante y ganó numerosos premios, entre ellos el Art Cinema Award de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes 2015. El abrazo... es también una de las cinco nominadas a Mejor Película Extranjera de las 88º entrega de los Oscar, que se celebrará el 28 de febrero. Después de sus dos primeros largometrajes, La sombra del caminante (2004) y Los viajes del viento (2009), Guerra tenía la intención de hacer una película menos personal que las anteriores. “Quería hacer una que fuera lo contrario, que se fuera a lo desconocido, e invitar al espectador a que viaje hacia lo desconocido. Entonces, empecé a investigar y leí los libros de los exploradores. Me encontré con una historia que no se había contado, y que es gira alrededor del conocimiento, de su búsqueda y de sus límites”, dice en la entrevista con Página/12.

–¿Qué expectativas le genera la posibilidad de un Oscar?

–Honestamente, en lo personal no espero nada. Estamos más que satisfechos con todo lo que ha pasado con la película. Sólo han sido buenas noticias. No esperábamos llegar hasta acá. Fue un camino muy grato y estamos muy agradecidos. Lo que pueda pasar sería maravilloso, pero me siento muy tranquilo. Pensé que iba a estar más nervioso con este tema, pero realmente estoy muy tranquilo.

–¿Y cómo vive la sociedad colombiana la primera nominación para una película de su país votada por la Academia de Hollywood? ¿Lo vive tan tranquila como usted?

(Risas) –No, realmente ha sido una noticia que ha puesto a la gente muy contenta y hubo mucha alegría. Fue una noticia durante varias semanas y recibí la felicitación del presidente. Y la volvieron a poner en los cines y está resultando un éxito muy grande de taquilla.

–¿Vio las películas que compiten con El abrazo de la serpiente?

–He visto dos: la jordana Theeb y la francesa Mustang. En general, son películas de mucho nivel y es un gran honor para nosotros.

–¿Cómo influyó en el gusto de los espectadores colombianos una historia alejada de los tópicos del narcotráfico y la prostitución?

–No creo que esos temas estén tan presentes en el cine colombiano. Es más una impresión que existe, pero si entras a mirar más profundamente no se han hecho tantas películas sobre esos temas. Igual, la gente vio mi película como algo muy sorprendente, muy novedoso y diferente a lo que estaba acostumbrada.

–¿Esta historia plantea, de algún modo, una mirada sobre los orígenes de las violencia en su país?

–Sí, ésa es una lectura que muy poca gente hace, pero sí: la película va hacia el corazón de los orígenes de nuestro conflicto, que es el tema de la tierra y la posesión. Colombia es un país que se desconoce a sí mismo muy profundamente. Lo que ha pasado siempre fue una gran duda para todos nosotros. Entonces, el cine es una herramienta para que conozcamos parte de nuestra historia y de dónde venimos como sociedad.

–En ese sentido, ¿la película es una manera de reivindicar a los antepasados?

–Sí, para las comunidades indígenas ha sido muy significativo que la película se hable en las lenguas indígenas, a punto de desaparecer algunas de ellas. Y debía acercarme a ellos como dueños de un conocimiento milenario que todavía sigue siendo importante para el ser humano.

–Pese a que el Amazonas ocupa el cuarenta por ciento del territorio colombiano, sigue siendo un misterio para sus habitantes. ¿Por qué sucede esto?

–La sociedad ha crecido de espaldas a esa región. Es muy poco el conocimiento que tenemos de las diferentes culturas que hay ahí. Los vemos simplemente como indígenas pero no tenemos conciencia de la diversidad de culturas, de idiomas y de conocimiento que hay allí. No es una historia que conozcamos. Al ver la película, mucha gente se sorprende por lo que ha pasado. Y no hemos tenido un diálogo cultural. No hemos dialogado con una literatura amazónica o con un cine amazónico. Entonces, el conocimiento del Amazonas se ha mantenido limitado al círculo académico, a los círculos de los etnógrafos y antropólogos, pero el ciudadano colombiano no tiene conciencia de lo que allí existe o de que existe.

–¿Cree, entonces, que la película puede colaborar para que valoren más la región?

–Lo máximo que podemos esperar es que la película sea una semilla en ese conocimiento y en ese respeto por las comunidades amazónicas. Y ese desconocimiento ha sido la razón por la que no le ha importado a mucha gente destruir y arrasar no sólo la tierra sino también las comunidades.

–Al pensar el rodaje, ¿se inspiró en alguna película que se haya filmado en el Amazonas?

–No, tratamos de alejarnos de los referentes cinematográficos. Nos inspiramos más en la vida misma, en la historia, en lo que ha ocurrido. La idea era ofrecer una mirada nueva yendo directamente a la raíz.

–¿Se puede decir que esta película está en las antípodas ideológicas de Fiztcarraldo, por ejemplo?

–Diría que es como un contraplano. En la película de Herzog, los indígenas no tienen una mayor figuración, no son personajes. La mía es la historia del otro lado, con la esperanza de que se vea la diferencia.

–Por otro lado, en las películas de Herzog está el tema del colonialismo...

–Sí, cuando entras a investigar la historia del Amazonas, el asunto es que un personaje como Fiztgerald (el que compuso Klaus Kinski) es un genocida, pero la película lo presenta como un soñador bucólico. Ahí es donde te das cuenta de que la historia ha sido contada desde un solo lado. No puedo decir que El abrazo... tenga la mirada de los indígenas, pero toma su punto de vista y, de alguna manera, trata de construir un puente entre esa forma de entender el mundo y la nuestra. Si la película presentara el punto de vista indígena de manera documental se volvería casi incomprensible para el espectador. Es una forma tan diferente de entender el mundo que la sensación que podría producir sería la de una desorientación total.

–Es una historia que entretiene porque tiene aventuras, pero también reflexiona sobre la destrucción de una cultura. ¿Cómo combinó ambos aspectos al momento de pensarla?

–Sigue la tradición de la narración de aventuras y está en un movimiento constante. Es una película en la que el espectador está metido dentro de una aventura. Es un viaje hacia lo desconocido. Y durante ese viaje se encuentra con el rostro del horror y la amenaza, pero al mismo tiempo es un viaje revelador. No se trata de acusar o de juzgar. Siento que el cine debe ser una experiencia, tanto hacerlo como verlo. En la medida en que sea una experiencia hacerlo, se convierte en una experiencia para el espectador. Eso es lo que creo que el espectador busca: que el cine lo transporte.

–¿Cómo fue el trabajo con los indígenas? ¿Cómo les explicó, por ejemplo, qué es el cine y qué es actuar?

–Estaba preocupado porque pensé que iba a ser muy difícil para ellos, porque son personas que no tienen contacto con la actuación, el cine ni el teatro. Pero para ellos es muy importante la narración de historias. Y tienen una fortaleza muy grande que es la tradición oral. Esa tradición oral que han mantenido durante siglos les da una capacidad muy aguda de escuchar. Ellos saben escuchar. No es fácil encontrar actores que sepan escuchar, inclusive actores formados y profesionales. Entonces, cuando tienes un actor que sabe escuchar, tienes la mitad del camino recorrido. Y ellos lo hicieron con muchísimo entusiasmo y alegría. Fue una experiencia maravillosa para todos.

–¿Cómo fue el rodaje en la selva?

–Fue un gran reto. Podría haber salido muy mal y estábamos preparados para que pasara lo peor, pero afortunadamente contamos con el apoyo y la guía de las comunidades indígenas. Ellos nos enseñaron a trabajar en la selva de una manera respetuosa, que no afectara el entorno. Y trabajamos con la protección espiritual de ellos. No pasó nada malo de todo lo que podría haber sucedido. El clima colaboró, no tuvimos ningún tipo de accidente ni de enfermedad. Vimos todo tipo de animales pero nadie resultó afectado. Entonces, fue una experiencia muy exigente a nivel físico, sin duda, pero al mismo tiempo fue muy gratificante y de mucha humildad ante el mundo.

–¿Cómo era un día de rutina en la selva?

–Nos levantábamos muy temprano en medio de un campamento que quedaba a dos horas y media del pueblo más cercano, donde aterrizan los aviones. Teníamos un desayuno normal, gracias a un servicio de comida. Luego, los actores se maquillaban y, posteriormente, nos montábamos en balsas y viajábamos, a veces media hora y otras una hora, hasta la locación. Pasábamos todo el día en la selva, muchas veces en botes o en las orillas. Fue un plan de rodaje bastante exigente que nos obligaba a estar muy concentrados y muy atentos. No hacíamos muchas tomas de cada plano. Hacíamos dos o tres. No había necesidad de hacer más, porque todo estaba muy claro, pero estábamos muy abiertos a lo que pudiera pasar. Si aparecía un animal, lo filmábamos. Pero hubo un trabajo de preproducción muy bueno.

–¿Y cómo fue el trabajo de traducción del lenguaje originario al español?

–Fue al revés. El guión fue escrito en español y los indígenas lo reescribieron y lo tradujeron. En ese proceso, el guión se transformó un poco. Y luego, ellos nos explicaron lo que ocurría en cada escena. Nosotros teníamos claro lo que decía cada escena, pero hay ciertas cosas que no se pueden traducir. Entonces, se hizo lo más aproximadamente posible.

–¿Por qué decidió filmar la película en blanco y negro?

–La película está inspirada en las imágenes de los exploradores que ellos tomaron con máquinas fotográficas antiguas. Y lo que se ve es un Amazonas que es completamente diferente a la imagen uno tiene. Son imágenes que están totalmente liberadas del exotismo, de la exuberancia. Lo que se siente es como otro mundo y otro tiempo que habla a través de las imágenes. La película habla de una percepción limitada que eventualmente se expande. Y eso era esencial. Cuando filmas de esta manera, no existen las diferencias, como que la naturaleza es verde y el ser humano es otra cosa. Cada pez, cada gota de agua, cada animal, cada hombre están hechos de la misma materia. Eso es muy cercano a la forma en que los indígenas ven el mundo. Hacerla en blanco y negro afecta todas las decisiones de la película, pero para nosotros era imposible hacerla de otra forma.

–¿Cómo fue la proyección del film terminado en la comunidad indígena que participó?

–Fue muy emocionante. Se llevó una pantalla, un proyector y sonido, y convertimos una maloca, que es una casa tradicional amazónica, en una sala de cine por una noche. Entonces, llegó mucha gente de los pueblos cercanos. Hubo gente que caminó todo el día para ir a ver la película. Remaron desde ríos lejanos. Fue muy impresionante, porque era una maloca muy grande y se llenó. Estaba repleta. La gente la veía de pie. Cuando terminó, hubo gente que pidió que la volviéramos a poner y la vio de nuevo. Fue muy emocionante.

–¿Cuáles fueron sus sensaciones al volver de la selva? ¿Cambió en algo su manera de ver la vida?

–Es difícil resumir en palabras la experiencia porque es aprender a ver la vida de otro modo. Y cuando uno vuelve todo se ve distinto. Si tuviera que resumirlo en palabras, diría que lo que obtuve fue mucha liviandad. Me siento mucho más liviano ahora. Perdí mucho peso emocional, intelectual y espiritual. Y me siento mucho más transparente. Siento que veo las cosas desde una perspectiva más transparente, pero es difícil poner en palabras algo que no es posible expresar.

–Usted dijo hace poco: “Cuando estás allí te das cuenta de que no existe una sola forma de ser humano”. ¿Ese fue el mayor impacto para usted?

–Sí. Siento que tenemos una sociedad donde hay mucho agotamiento de las formas de existir. Frente a este conflicto entre capitalismo y socialismo, es muy importante que tengamos presente que esas no son las únicas maneras de existir, que hay muchas más.

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