CINE › AGENDA SECRETA, DEL ALEMAN LARS KRAUME, CON BURGHART KLAUSSNER
El procurador general Fritz Bauer fue el único alemán interesado en capturar a Adolf Eichmann cuando se encontraba prófugo en Argentina. El film de Kraume evita los clichés del thriller para profundizar en un retrato crítico de la Alemania de posguerra.
› Por Horacio Bernades
No sólo el Mossad siguió de cerca los pasos de Adolf Eichmann en Argentina, a fines de los 50, comienzos de los 60. También lo hizo el procurador general del Estado alemán de Hesse, Fritz Bauer. Aunque su participación en la detención del máximo responsable de la “solución final” del nazismo no se conoció hasta varias décadas más tarde. Curioso destino, la clandestinidad, para el intento de captura, por parte de un alto funcionario del Estado, de uno de los mayores criminales de guerra del nazismo. Esa amarga circunstancia es la que narra Agenda secreta, film alemán que participó de los festivales de Locarno, Toronto y Berlín. La película dirigida por Lars Kraume sigue la investigación de Bauer desde el momento en que recibe una carta desde la lejana Buenos Aires, avisándole que un delgado vecino de anteojitos de la localidad de San Fernando no es otro que quien tres lustros antes planificó el envío sistemático de los trenes de la muerte a los campos de exterminio del Reich.
Nadie parece interesado en capturar a Eichmann. Las autoridades alemanas, por una combinación de complicidad y cola de paja. Los israelíes, porque prefieren combatir a los árabes antes que a los nazis. De raigambre judía y socialista, el sesentón Fritz Bauer parece el único ser sobre la tierra dispuesto a seguir las pistas hasta el último confín (léase: Argentina) y traer de allí a aquél en quien Hannah Arendt verá la representación perfecta de la banalidad del mal. Habituado a abrir el correo y recibir amenazas de muerte, Bauer (Burghart Klaussner) es lo que la Torá llamaría el último de los hombres justos. El Secretario de Estado, Hans Globke, es un ex SS que cuenta con un informante en las oficinas de Bauer y que obligará al Procurador a moverse entre sombras.
Que Globke sea Secretario de Estado hace que la máxima autoridad del país, Konrad Adenauer, no mueva un dedo para atrapar a ningún criminal de guerra: cualquiera que caiga podría denunciar a Globke, haciendo caer detrás de él a todo el gobierno como efecto dominó. Bauer tiene de su lado a un único escudero fiel, el fiscal de Estado Karl Angermann (Ronald Zehrfeld, coprotagonista de Bárbara y Ave Fénix, de Christian Petzold), que comparte con él cierto secreto íntimo que da lugar a una subtrama de clandestinidad sexual. Ésta deja claro que la Alemania del “milagro” no sólo escondía sucias complicidades con el nazismo en sus más altas esferas, sino la existencia de un estado policial-moral, capaz de perseguir, chantajear y detener a un ciudadano por sus preferencias sexuales.
En versión Hollywood, Agenda secreta pondría el acento sobre los elementos de thriller: las amenazas sobre Bauer, la jadeante intensidad de la búsqueda de Eichmann, la persecutoria vigilancia de Globke sobre el protagonista, el cerco tendido sobre su ayudante. A Kraume le interesa más ver a través del caso Bauer-Eichmann en sí, en escorzo, la posguerra alemana in toto, con una soterrada herencia del nazismo de tal peso que el único modo en que la clandestinidad, la “traición a la patria” incluso, resultan las únicas vías con que cuenta un funcionario oficial, socialista y judío, para investigar a uno de los más notorios criminales de guerra del régimen caído.
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