CINE › UNA SEGUNDA MADRE, DE LA BRASILEÑA ANNA MUYLAERT
› Por Horacio Bernades
“Va a venir una amiga del interior y vamos a necesitar el cuarto de huéspedes”, le dice doña Bárbara a la fiel Val, la doméstica, cuya hija Jéssica tuvo la osadía de ocupar esa habitación, que se supone no le corresponde a la parentela del personal de servicio. Doña Bárbara y su marido recuerdan un poco a eso que sugirió el domingo pasado el inspirado Chris Rock (o sus guionistas) durante la entrega de los Oscar, sobre el racismo “liberal” de Hollywood: se puede ser muy progre de la boca para afuera, y perfectamente reaccionario puertas adentro. Hasta la llegada de Jéssica, agente disruptor, todo funcionaba a la perfección entre empleadores y empleada, en lo de doña Bárbara y el “doctor” Carlos (así lo llama Val, aunque sea artista plástico): cada uno ocupaba “su” lugar, y la convivencia era ideal. Pero llegó esa Jéssica, con sus ideas subversivas sobre el cambio social, el orden preestablecido y los roles asignados, y todo se fue âo caralho.
Migrante del Nordeste pobre, a Val se la ve feliz en la supercasa paulista, con piscina incluida y buen gusto a toda prueba, de doña Bárbara y el “doctor” Carlos. Sobrecargada de mímica y gesticulaciones, la actuación de la veterana comediante Regina Casé, próxima en estilo a la de una Nelly Láinez (o una Georgina Barbarossa, si se prefiere) sería insoportable, si no se tratara de un acierto de casting. En efecto, no es la actriz sino el personaje el que desborda. Val juega con los perros de la residencia y mima a Fabinho, el hijo adolescente de los dueños de casa, como si fuera su propio hijo. Lo mima y lo malcría: basta que pare la oreja y escuche cómo durante la cena doña Bárbara le grite porque lo pescó con una bolsa de yerba –y no para el mate– para que de inmediato le indique dónde fue que la señora tiró la maconia. Dos detalles interesantes: doña Bárbara le dice a Fabinho que de jóvenes ellos también fumaban (lo cual no le impide reprimirlo), y Val se comporta como una madre con el que no es su hijo, a la vez que vive a cientos de kilómetros de quien sí es su hija.
Como se dijo, es la llegada de la hija la que irá desarmando un orden más represivo de lo que la fachada de presunta modernidad deja ver. Jéssica viene a dar el examen de ingreso en Arquitectura. ¿La hija de la mucama, futura arquitecta? ¿Justo en la misma facultad donde va a dar el ingreso el hijo de la familia? Demasiado, para lo que el doble discurso familiar (sobre todo de la doña) está dispuesto a tolerar. La correspondencia demasiado visible de lo que se narra con el Brasil pre y post-Lula, y un final demasiado complaciente, borronean en parte un film que no carece de agudeza y capacidad de provocación, tanto como de justeza de planos.
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