CINE › SOLEADA, OPERA PRIMA DE LA CORDOBESA GABRIELA TRETTEL
› Por Juan Pablo Cinelli
Como ya ocurrió hace muy poco con Mi amiga del parque, último y gran trabajo de la directora y actriz Ana Katz, Soleada propone un recorrido por el mundo privado de lo femenino y permite que la mitad del universo se asome de un modo casi voyeurista a aquello que le sería difícil ver si no fuera de esta manera. Es posible que muchas espectadoras consigan identificarse o reconocer como hechos muy próximos a su propia experiencia todo aquello que es puesto en escena por esta película escrita y dirigida por la directora cordobesa Gabriela Trettel. Pero para los espectadores será distinto, porque Soleada representa la oportunidad de apreciar el reverso de una moneda que por lo general conocen de un solo lado. Cine mediante, y dicho de un modo general, Trettel realiza una representación muy vívida y verosímil del modo particular en que las mujeres perciben y se vinculan con la realidad. Pero si fuera necesario ser más específico, tal vez debería decirse que esa representación apenas se corresponde con el modo en que una única mujer reacciona ante sus propias y peculiares circunstancias.
Esa mujer es Adriana, que junto a su marido y sus dos hijos llega a una casita en las sierras para pasar algunas semanas de vacaciones. A partir de un registro naturalista muy preciso, la película exhibe el modo extraño en que Adriana va asumiendo que bien puede tomarse un descanso de su trabajo, pero que no hay forma de tomarse vacaciones de la fatalidad de ser mujer. Por supuesto que nada de esto es expresado de forma literal, sino a partir de la acumulación de hechos en los que aquellas responsabilidades de las que la protagonista no puede desentenderse, ni siquiera cuando duerme, comienzan a dejarla sin aire y sin espacio. Porque para Adriana –tal como les ocurre a otras– ser mujer es un hecho indivisible de las contingencias de ser madre y esposa. Y cuando Juan, su marido, deba volver a la ciudad por problemas en su trabajo, Adriana empezará a entender que aún casada y con dos hijos, en realidad se encuentra cada vez más sola.
Claro que se trata de una soledad paradójica, porque si bien por un lado ella padece esa carencia de compañía, incluso cuando está rodeada y hasta agobiada por los suyos, por el otro nunca tiene oportunidad de estar sola de verdad, para ocuparse de lo que realmente quisiera: de sí misma. Aunque la progresión de situaciones va dando forma a un drama, no deja de haber algo de comedia en la ópera prima de Trettel, cuya estructura se encuentra atravesada por un sentido del humor seco que hace equilibrio entre la ternura, la compasión y lo patético. Aunque la sensación inicial de agobio ante las demandas familiares de pronto le hace lugar a un aire liberador, tampoco sorprende que al final lo que se impone sea cierta inevitable amargura ante la sensación de que el mundo bien pudiera ser de otro modo. En la forma en que esa duda es puesta en escena radica el mayor éxito del trabajo de Trettel.
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