Domingo, 20 de marzo de 2016 | Hoy
CINE › HECTOR ALTERIO RECUERDA SU EXPERIENCIA EN LA HISTORIA OFICIAL
A 30 años del Oscar y a 40 del golpe militar, el emblemático film de Luis Puenzo vuelve restaurado a la cartelera local y Alterio, uno de sus protagonistas, da cuenta de la significación de la película y de los entretelones del rodaje.
Por Oscar Ranzani
Corría el año 1985 y una película argentina iba a conmover a parte de una sociedad lastimada y herida que no era la parte negadora o cómplice del terrorismo de Estado. Dos años después del retorno de la democracia se estrenaba La historia oficial, la primera ficción en abordar el robo de bebés, la complicidad civil con los represores y la luchas de las Abuelas de Plaza de Mayo durante los años de plomo. Fue también el film que logró instalar las secuelas de la dictadura en la comunidad cinematográfica internacional, tras obtener en 1986 el primer Oscar para el cine argentino. Su director, Luis Puenzo, había comenzado a pensar la película en 1982 cuando las botas todavía estaban en el gobierno, el año en que comenzaría a desangrarse el poder militar como consecuencia de la loca aventura de un genocida alcohólico que declaró la guerra de las Malvinas. El año del estreno de La historia oficial fue el mismo del Juicio a las Juntas. Tiempo después, más precisamente el 24 de marzo de 1986, a diez años del golpe de Estado, el cineasta alzaba la estatuilla dorada que otorga anualmente la Academia de Hollywood. Esa noche, entrando a la casa que había alquilado en la colina de West Hollywood, Puenzo dejó una frase para la posteridad: “Aquí está, mírenlo bien, es nuestro”. La historia oficial venía de ganar el Premio del Jurado Ecuménico al Mejor Film en el 38º Festival de Cannes y Norma Aleandro, de obtener el premio a la Mejor Actriz, ex aequo con Cher (por Mask, en el caso de la actriz norteamericana). El próximo jueves, cuando se cumplan cuarenta años del golpe de Estado, se reestrenará La historia oficial, en una copia restaurada (ver recuadro).
“Qué rápido pasó todo, carajo. ¡Madre mía!”, dice desde otro lado del teléfono –y del mundo, España– el gran Héctor Alterio, cuando Página/12 le recuerda el reestreno de La historia oficial con motivo de las tres décadas que pasaron desde que obtuvo el Oscar. Alterio interpretó al empresario Roberto, vinculado con el poder militar. Casado con Alicia (Norma Aleandro), una profesora de historia, ambos “adoptan” a Gaby, una niña que, con el correr de la trama, se descubre que es hija de desaparecidos. Y La historia oficial presenta a un hombre violento que está totalmente en contra de que su mujer quiera saber la verdad acerca del origen de la niña y de lo que estaba pasando en el país. Tanto se mimetizaron estos dos grandes actores con los personajes que en la escena en que se pelean el personaje de Alterio y el de Norma Aleandro, el actor tenía que dar la cabeza de Aleandro contra el marco de una puerta, pero Alterio le erró al marco y le dio la cabeza contra la pared de verdad y ninguno de los dos cortó la escena. El veterano actor no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y la gran actriz se bancó la escena, según relata el camarógrafo Héctor Morini en el libro que cuenta la historia de La historia oficial, elaborado por la gerencia de Fiscalización del Incaa de la anterior gestión de Lucrecia Cardoso.
Con los años de consolidación democrática proliferaron las películas sobre las consecuencias que dejó la dictadura argentina. En ese sentido, Alterio cree que La historia oficial abrió un camino para el cine argentino de reivindicación de los derechos humanos. “Y para los que colaboramos en esa película, con todas las incógnitas que se nos presentaban, recién salidos de esa maraña tan complicada, dio como resultado un aprobatorio general por parte de los premios que le otorgaron y que le permitieron tener una repercusión notable”. El prestigioso intérprete asegura: “Y yo, que participé en ella en mi función de actor, me sentí más como vocero de algo: como ciudadano para que no se repita lo que sucedió. Y esta película dio la vuelta al mundo. Me dio una satisfacción inesperada. No es que hice un trabajo actoral como tantos que hacemos, sino que esto era algo que me hacía sentir muy bien e importante”, asegura un Alterio convencido con la misma fortaleza ideológica que lo caracterizó siempre y por la que fue perseguido por la Triple A y obligado a exiliarse en España en 1974 para salvar su vida. Vale recordar que este actor de raza nacido el 21 de septiembre de 1929 participó en cuatro de las seis películas nominadas al Oscar en toda la historia del cine argentino: La tregua, Camila, El hijo de la novia y La historia oficial.
–¿La historia oficial expuso las consecuencias del terrorismo de Estado a nivel internacional en un momento en que era necesario hacerlo?
–Sí, tuvo la repercusión lógica que se le atribuye a una película cuando es reconocida a través de los premios. Y, entonces, la distribución de la película fue muchísimo mayor. Y se la estábamos contando a gente con una idiosincrasia totalmente distinta a la de uno, con historias totalmente distintas a las de uno. Y la idea era que eso llegara emocionalmente y que el mensaje calara de tal manera, como para decir que “Buenos Aires no es Río de Janeiro y aquí pasó esto”. Realmente me siento muy feliz de haber colaborado con Puenzo en esta película, más allá de mi trabajo de actor.
–¿Cómo fue meterse en la piel de un amigo de los torturadores cuando usted vivió en carne propia la persecución política?
–Ese es el juego actoral con el que mentimos. Tratamos de que esa mentira calara y fuera creíble. Para el actor siempre es una satisfacción tener que hacer cosas que sean ajenas a uno. Entran en juego una cantidad de cosas que se van repitiendo con los años. Es el oficio y la credibilidad, aunque también tiene que ver con algo que hacíamos de pequeños cuando jugábamos a los policías y ladrones y cada uno asumía un rol distinto y trataba de darle la verosimilitud suficiente para que el compañerito o el amiguito se lo creyera.
–¿Ser actor es jugar de grande?
-Sí. Y yo seguí jugando a “ser de”. En el caso de que tenga que hacer de alguien que esté alejado de mí, mucho mejor.
–¿Por qué?
–Porque me da la posibilidad de calar en profundidad personajes tan detestables como el coronel Varela que hice en La Patagonia Rebelde o tantos otros que nunca han tenido que ver conmigo, pero que me entretenía mucho hacerlos.
–¿Cómo analiza la vigencia de la película a treinta años de su estreno?
–Tendría que estar en Buenos Aires. Fíjese que llevo 42 años alejado de mi país. Y todo lo que percibo es un poco superficial. Pero pienso que si después de tantos años tuvieron la posibilidad tecnológica de poder remozarla quiere decir que es muy importante. Y la van a disfrutar ustedes en Buenos Aires. No sé cuándo se estrenará aquí en España, pero también va a ser algo muy importante.
–Algo muy destacable de la película es que por primera vez el cine argentino abordaba el tema de la complicidad civil con los represores, un tema que tardó mucho en ser investigado por la Justicia argentina. ¿Cree que éste fue el mayor aporte al tema?
–Sí, pero eso se pudo hacer cuando la cúpula militar estaba en declive y no tenía la fuerza que tuvo en un principio con Videla y los otros militares enquistados en el poder durante más de siete años. Creo que ese aporte fue de La historia oficial pero a través de Aída Bortnik (guionista) y Luis Puenzo, que elaboraron esa propuesta sobre una verdad, pero muy bien hecha por parte de los dos.
–La película también expuso el drama de la apropiación de bebés por parte de los represores en tiempos en que el tema no aparecía en los medios ni en las mesas familiares de buena parte de la sociedad. En ese sentido, ¿qué significa para usted la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo?
–Para mí fueron fundamentales las Abuelas en plena persecución. Insisto en que todo esto lo he vivido desde afuera. Podría haber estado ahí dando vueltas con las Madres, pero yo estoy a 15 mil kilómetros de distancia y vivo un poco de soslayo todo eso. Pero bueno, pienso que hicieron un papel fundamental. Fue una cosa sumamente importante y de una trascendencia que va más allá de los límites geográficos de la Argentina.
–¿Se enteró haciendo la película de cosas que no creía que tenían esa dimensión o estaba bien informado ya por entonces?
–La información que tenía era siempre a través de Aída y de Luis, quienes nos proporcionaban a nosotros todo lo relacionado con esa historia. Mientras la íbamos haciendo no estábamos muy seguros de lo que iba a resultar. No sabíamos exactamente. Era una propuesta real, concreta y verdadera, pero de ahí a que fuera aceptada había una distancia, pero sin embargo ocurrió así: para nosotros fue una cosa realmente notable. Son muy pocas las películas en las que uno se siente importante, de saber que está colaborando con una propuesta que va más allá del entretenimiento.
–¿Y cómo recuerda los días de filmación?
–Hicimos muchas escenas en la casa de Puenzo. Me acuerdo de la secuencia en que mi personaje se molestaba por la presencia de una Madre de Plaza de Mayo. Y eso era en las habitaciones de la propia casa de Puenzo. No era un decorado, ¡era la realidad!
–¿Fue un acto de coraje de todo el equipo hacer esta película en un momento en que los militares no tenían el rechazo colectivo que tienen hoy en día?
–Sí, en mayor o menor grado, cada uno asumió su responsabilidad profesional, cívica e ideológica. Cada uno sabe lo que aportó. Pero no hubo problemas porque estábamos realmente consustanciados con nuestro trabajo.
–La película reflejó el no saber lo que estaba pasando, el desconocimiento a través de la figura de Alicia y su posterior toma de conciencia. ¿De algún modo interpeló a ese espectador pasivo que fue, a su vez, un ciudadano pasivo?
–Sí, sí, porque el “No te metás” es una cosa muy argentina. Y eso realmente caló mucho, mucho, porque despertó curiosidades, miedos, temores, suspicacias. Despertó una cantidad de eventos que, por lo general, dadas las características que tiene mucha gente, se trata de ocultar.
–¿Cree que, como le sucede al personaje de Norma Aleandro, que la culpa y el dolor pueden estimular la búsqueda de la verdad?
–Sí, lo que pasa es que estaba tan bien hilvanado ese personaje por Aída y Puenzo y por la creación que hizo Norma Aleandro que daba la sensación de que era verdad absoluta.
–En un reportaje que le hicieron a su recordada amiga Aída Bortnik cuando viajaron a Cannes, ella contaba que los periodistas alemanes le preguntaron: “¿Cómo hicieron una película sobre la historia reciente cuando nosotros tardamos cuarenta años en hablar del nazismo?”. ¿Qué conclusión saca usted de esto?
–Cada uno tiene su historia. Con todo lo que pasó con Hitler es verdad. Creo que le pusimos cojones al trabajo. Estábamos convencidos de que íbamos bien. Y, evidentemente, nos dejaron, porque podría haberse levantado el militar de turno y decir: “Esto no va y no va”. Y ahí podría haberse acabado y nos hubiera pasado lo que les sucedió a los alemanes.
–¿Cómo vivió la obtención del Oscar y qué visión tiene acerca de este premio?
–Más allá del resultado económico para la distribución masiva que se produce tras obtener un premio de esta naturaleza, no me afectan los premios. En este caso, los valoro por la repercusión que logró la película. Los valoro a partir de eso, pero no mucho más. Personalmente, los premios que otorgan a mi trabajo no me movilizan mucho.
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