CINE › SOLO LA VERDAD, CON CATE BLANCHETT Y ROBERT REDFORD
› Por Ezequiel Boetti
Si el arribo a la cartelera argentina de Sólo la verdad no hubiera estado en carpeta desde hace varios meses, sería inevitable pensarlo como consecuencia directa del sorpresivo Oscar a Mejor Película para En primera plana. Pero lo cierto es que, más allá de tener al periodismo como ámbito común, el parentesco no va más allá de lo cronológico y temático. En términos de forma y contenido, la dupla funciona como reverso perfecto, con el galardonado film de Tom McCarthy haciendo del oficio una actividad digna de los espías de John le Carré (invisible, gris, plena de tiempos muertos y empantanamientos burocráticos, ejecutada por hombres y mujeres regidos por la voluntad inquebrantable de su profesionalismo) y Sólo la verdad apostando por la épica de la disciplina concebida como cuarto poder, una definición de manual permitida que la emparienta con un ejercicio casi altruista y de la cual los personajes se apropian.
El primer largometraje como realizador del hasta ahora guionista y productor James Vanderbilt (Zodíaco, El sorprendente Hombre Araña) está más cerca del idealismo y romanticismo de salón de la serie The Newsroom que del naturalismo sucio y sincopado de En primera plana, aun cuando su aura de pesimismo sugiera lo contrario. Similar es un punto de partida “real”, en este caso lo ocurrido a mediados de 2004 con la producción del programa 60 minutes y la puesta en marcha de una investigación que en teoría iba a poner contra las cuerdas la carrera política de George W. Bush, por entonces en plena campaña electoral para un segundo periodo en la Casa Blanca. La recopilación de información sobre el supuesto beneficio de permanecer en la Guardia Nacional de Texas y no prestar servicio en la Guerra de Vietnam, su chequeo, la búsqueda de fuentes y la preparación del envío, siempre con la productora Mary Mapes (Cate Blanchett) a la cabeza, conforman el centro de la primera y mejor parte del film. Esto porque, por un lado, Vanderbilt construye su intriga con vértigo y coherencia, pero sobre todo porque, al igual que McCarthy, se inmiscuye en el mundo del trabajo limitándose a mostrar a un grupo de personas tratando de hacer el suyo de la mejor forma posible.
Sobre la mitad del film, Mapes deja de funcionar sólo como anclaje moral (entrega, profesionalismo, rigor) para convertirse en uno también emotivo (los intentos de equilibrar trabajo y familia, los traumas con el padre alcohólico), obligando al espectador identificarse con ella ante el tembladeral posterior a la emisión del programa. Las consecuencias fueron escandalosas no para el mandatario republicano, sino para el equipo de la CBS, cuya imposibilidad de probar la veracidad de los documentos terminó con varios miembros obligados amablemente a renunciar, ella despedida después de una investigación interna y el legendario presentador Dan Rather, hasta ese momento una de las voces más creíbles de la pantalla chica estadounidense, retirándose un par de años después. No es casual que él esté interpretado por Robert Redford. Al fin y al cabo, la última hora exhibe una corrección política en línea con sus últimos trabajos como director, dejando de lado la investigación para convertirse en una crítica al corporativismo que se ilustra con la alineación de los ejecutivos del programa con las obligaciones económicas del canal. Los periodistas, entonces, como meros corderos de los leones empresariales.
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