CINE › LOS DIRECTORES ARGENTINOS DE LA COMPETENCIA INTERNACIONAL
Sergio Wolf, Andrea Testa, Francisco Márquez y Edgardo Castro explican qué significa para cada uno la experiencia del Bafici en su competencia más exigente y coinciden en que el cine que importa es aquel que interpela e interroga a su público.
› Por Juan Pablo Cinelli
La 18ª edición del Bafici vuelve a ser la llave en mano para que mucho cine argentino encuentre el público que las salas comerciales le suelen negar. Muestras, focos, retrospectivas, una competencia propia y la participación destacada en otras tres, son los múltiples espacios que se alimentan de la enorme cantidad de cine que se produce en el país. Dentro de esos espacios, hay uno en particular que se destaca por su trascendencia: la Competencia Internacional. En ella, cada año un reducido núcleo de dos o tres películas nacionales tiene la posibilidad de medirse con una buena muestra del cine que se produce en el mundo al margen de los grandes medios de producción. En esta oportunidad dicho honor la cabe a tres trabajos: La larga noche de Francisco Sanctis, de Andrea Testa y Francisco Márquez, con un guión basado en la novela homónima de Humberto Constantini (ver página 30); La noche, debut como director del actor Edgardo Castro, una cara conocida para los habitués del festival; y Viviré en tu recuerdo, segunda película en solitario de Sergio Wolf. Tres universos en apariencia distantes entre sí, pero con múltiples lazos que se estrechan por debajo de sus superficies narrativas.
La larga noche de Francisco Sanctis es un nuevo ejercicio en torno a los años de la dictadura que coloca a su protagonista –y con él a cada espectador– en una clásica situación hipotética del tipo “qué harías si...”. En este caso: qué harías si tuvieras la posibilidad de salvarle la vida a una persona en el momento justo en que está por convertirse en uno de los 30 mil desaparecidos. La película es el relato minucioso de lo que le ocurre al tal Sanctis, un cuarentón con dos hijos y una vida de empleado administrativo, que una noche recibe de una ex compañera de universidad a la que no ve desde hace años, una información que puede evitar que dos personas sean secuestradas por un grupo de tareas. “Para nosotros el Bafici tiene una significación emocional. Es un espacio que queremos porque nos formó cinematográficamente. Proyectar por primera vez nuestra película acá tiene un gran valor emotivo”, confiesa Márquez sobre el lugar que su trabajo ocupa en el festival. “Creo que no soy muy consciente de la magnitud de todo esto”, agrega Testa. “Estoy muy expectante de cómo va a ser esta primera proyección con el público, con la familia del escritor, porque la compañera de Constantini de toda la vida va a estar ahí y cumple 90 años. Creo que después de esa primera visión voy a tener mas clara la magnitud de lo que significa el Bafici”, completa la directora.
En el caso de La noche, se trata de un tour de force por la vida de una serie de personajes, y en particular uno de ellos (interpretado por el propio Castro), cuyo ámbito natural es ese momento que marca el final del día, al que se hace referencia desde el título. Un vertiginoso espiral descendente hacia una versión carnal del infierno, por la que sus criaturas deambulan ávidas y voraces, más cerca de la compulsión que del deseo, muchas veces casi en estado de inconsciencia, para desembocar en un final en el que la ternura funciona como una oportuna redención. Castro se muestra exultante. “Para mi el Bafici es un lugar muy familiar. Mi primer protagónico en cine como actor fue con Castro, de Alejo Moguillansky, y a partir de ahí estuve en casi todas las ediciones del festival, siempre como actor. Por eso ser parte de la Competencia Internacional con mi primer trabajo en la dirección es muy importante. Mucho más si tenemos en cuenta el tipo de película que hice.” La expectativa de Castro tiene que ver sobre todo con los altos niveles de explicitud que registra su película y con el trabajo junto a un elenco de actores no profesionales, cuyas vidas se encuentran ligadas al universo nocturno, que le dan al film un valor de verdad poco frecuente. “Que ellos estén acompañándome en la apertura de mi proyección del Bafici me hace pensar que existe la justicia.”
Para Wolf en cambio su participación representa muchos regresos. En primer lugar como competidor a un festival del que fue director entre 2009 y 2012. Pero también una vuelta a su primer trabajo, Yo no sé que me han hecho tus ojos, codirigido junto a Lorena Muñoz, en el que intentaba hacerle justicia a la figura semiolvidada de Ada Falcón. Partiendo de una escena sin sonido descartada de aquella película, en la que el director y la cantante dialogan pero sin que nunca llegue a saberse acerca de qué, en Viviré en tu recuerdo Wolf transita el camino de la memoria en busca de aquellas palabras perdidas. “Esta es una película que hice prácticamente solo, con el apoyo de la Universidad del Cine, y la hice muy rápido en comparación con las anteriores”, recuerda Wolf, que habiendo sido director del festival es consciente del lugar que le ha tocado. “Estar en la Competencia Internacional es un orgullo, pero también me produce un efecto aterrorizante, porque como ya no soy programador, desconozco la programación de este año. Pero siempre aparece el chico egipcio de 21 años que hace un travelling, un plano secuencia de 130 minutos desde un avión bajando por una montaña, esas grandes proezas que son como las mejores operas primas del mundo y que decís: ¿cómo hicieron? Por eso me da mucha felicidad que la película esté en esa sección, más allá del temor.”
–Las tres películas tienen un eje muy importante en lo temporal. Viviré en tu recuerdo en esa búsqueda de un pasado íntimo; La larga noche de Francisco Sanctis en la mirada renovada de un pasado histórico; y en el caso de La noche, a partir de un punto de vista que parece anclado en un presente continuo. ¿Cómo construyeron ese vínculo con el tiempo?
Andrea Testa: –Nosotros elegimos la novela de Constantini porque habla de la dictadura, pero también porque sentíamos que el conflicto que vive el personaje puede ser actualizado y releído, más allá de que él está inmerso en la dictadura. La intención es que el espectador también pueda ser interpelado desde ese lugar, pero en el presente, porque entendemos que todavía se trata una herida que no esta cerrada en el espacio de nuestra historia.
Francisco Márquez: –Por otro lado, nosotros teníamos que hablar con las otras películas que se hicieron sobre los 70. Porque en la Argentina hay mucha cinematografía sobre la dictadura y no podíamos desconocer eso. Sin embargo el rol de la sociedad civil durante aquellos años, el de esa mayoría silenciosa que no son militantes ni cómplices directos de los militares y que se creían fuera de la historia, es un tema que el cine tampoco abordó con frecuencia.
Sergio Wolf: –En mi caso es como volver a una situación de casi veinte años atrás. Mi proyecto tiene que ver con eso, con un juego doble sobre el tiempo, porque si bien avanza sobre qué paso en esa escena perdida de mi primera película que quedo muda, en el presente el relato también vuelve hacia atrás sobre cosas que pasaron entre esa película y la actualidad. Por eso cuando digo que a esta la hice rápido, sé muy bien que no es verdad, porque también puedo decir que la película tiene veinte años. Digamos que la filmé rápido, pero es como ese cuentito de Ricardo Piglia del pintor chino. Un pintor de la corte al que el rey le pide que dibuje un cangrejo y él le dice “Sí, señor, ya lo dibujo”. Pero al otro día el cangrejo no está y el pintor dice “Mañana está”, y así pasa el tiempo, una semana, quince días, un mes. El rey se pudre y deja de pedirle el cangrejo, pero un día el tipo se levanta y lo dibuja. ¿Cuánto tardó el pintor en pintar el cangrejo? No fueron los cinco minutos en que lo dibujó, sino que hay un tiempo ahí, un tiempo de producción, de creación, que no se puede medir.
Edgardo Castro: –Hay algo de lo que dice Sergio que es así. Si bien La noche fue filmada en un tiempo determinado, yo realicé previamente un trabajo de campo muy exhaustivo y de muchos años para poder hacer una película como ésta, de las que no se suelen ver mucho en el cine, donde el tiempo es ese que esta ahí, el presente. Como actor me interesaba ir a buscar algo de la actuación que sea muy de verdad y sólo lo iba a conseguir manejando el tiempo de esa manera.
–Las tres películas también coinciden en un tipo de cine que parece surgido antes de las preguntas que de las respuestas. ¿Pero qué preguntas se hicieron ustedes para llegar al punto de poder empezar a dibujar el cangrejo?
E. C.: –Una de mis grandes preguntas al empezar a pensar la película fue desde mi lugar como actor y no como director. Pensé en hacer una película donde juntar actores y no actores para crear una ficción, pero siempre con la duda acerca de si realmente era posible hacerlo con el nivel de compromiso físico que mi idea demandaba. Otra pregunta fue cómo lograr que la gente crea en eso, porque en este país la gente ya no cree en nada. No cree en el amor, ni en el otro, pero eso ya es una sensación muy personal.
–Curiosamente su película es tremendamente verosímil, una de esas que uno sabe que se trata de una ficción, pero a la vez se siente casi como documental.
E. C.: –Esa fue la idea. Que uno esté mirando y no pueda distinguir la actuación de la realidad, y para eso es necesario atravesar de verdad por ciertas cosas que la historia demandaba. De hecho la película empieza con una escena muy fuerte, como para que quede claro que a partir de ahora todo lo que se muestre va a ser de verdad. Pero es una ficción. Yo soy muy fanático de John Cassavetes, de Werner Herzog, de esos niveles de intensidad que manejan y de poder dirigir una película desde adentro, como ellos, donde el cuerpo de los actores esta muy atravesado por sus personajes. Por eso sucede eso que decís, de pensar: “Bueno che, pero esto es un documental”; o como piensan otros, que La noche es autorreferencial. Y yo te digo que si hiciera una película biográfica sería diez veces peor que ésta. Y diez veces más oscura.
F. M.: –En nuestro caso hay una primera pregunta elemental, que fue orientando el relato, y que tiene que ver con la cuestión de si se puede estar por fuera de la Historia. Es algo que el personaje se pregunta en la novela: ¿cómo puedo seguir con mi vida si me dan esta información y al final no hago nada? Eso nos pareció interesante: pensar cómo se vincularía con su mujer, con sus hijos. Después cada personaje tuvo sus preguntas y a cada uno lo fuimos interrogando. Por ejemplo el personaje del amigo de Francisco, que en la novela tenía un perfil muy fascista. Pero nosotros tuvimos que trabajar con un background de películas sobre la dictadura anteriores a la nuestra, y tratamos de complejizar más al personaje. Entonces pensamos en qué era lo que hacía que él pensase de ese modo. Y llegamos a la conclusión de que ese pensamiento era una coraza que le permitía mantenerse a salvo y sobrevivir. Trabajamos interrogando a los personajes sin pretender que sea la película quien responda, sino intentando trasladar esas preguntas al público.
–Hay generosidad en esa modificación que busca comprender al personaje antes que juzgarlo...
A. T.: –No ponernos en el lugar de jueces fue nuestro dogma para hacer la película. No queríamos juzgar, sino entender algo que es muy complejo y contradictorio. De hecho: ¿qué somos capaces de hacer nosotros hoy por aquellos que no tienen sus derechos básicos garantizados? Les pasamos caminando por al lado... hacemos cine. Pero: ¿y qué es lo que hace ese cine? Por eso no queríamos pararnos desde lo militante para decir “esto está mal”, sino que pensamos la manera de ponerlo en debate.
E. C.: –Pero cuando vos te preguntás qué hacemos nosotros por aquellos que no tienen derechos, te respondés “hacemos cine”. Y yo te digo: sí, hacemos cine. Mi película es eso, denunciar y mostrar gente que no tiene derechos. Con el cine podemos incluir a esa gente y decir que no todos hacemos la vista gorda.
S. W.: –Las preguntas y la curiosidad siempre son el punto de arranque de mis películas. Es más, creo que existe un cine de certezas y que hay un cine de preguntas, en un sentido amplio. Por supuesto que esto es más notorio en los casos más radicales, donde los realizadores y los personajes se formulan preguntas, donde no hay necesariamente un recorrido prefijado, sino algo que va apareciendo a medida que la película se escribe, se hace o se edita. En ese sentido el Bafici es el espacio ideal, porque es un festival de gente que se formula preguntas. Y es un festival de la curiosidad, con una diversidad de películas que ponen este problema como tema, en donde la deriva y la estética narrativa son una continuidad de las preguntas que se hace el director, pero que la película no necesariamente responde. Porque muchas veces esos puntos suspensivos forman parte de la lógica y el sentido de esas películas. Creo que durante mucho tiempo el arte fue muy afirmativo y me parece que ya es hora de que deje de serlo, porque tampoco es que el mundo ha encontrado respuestas para tantas cosas a partir de aseverar y afirmar tanto. Más bien creo que el problema es volver a preguntarse por qué uno hace cine; cómo se produce una película; por qué el personaje hace esto o lo otro; o por qué tengo que filmarla ahora si la película no está lista. En ese sentido estoy a favor de las películas que no se convierten en una comprobación cinematográfica de lo que uno ya sabía cuando empezó a hacerla. Las películas que me gusta ver o hacer son aquellas que piensan el cine de ese modo, en las que no se sabe todo de entrada, donde los personajes se permiten dudar y no todo se resuelve con un tiro, un casamiento o un entierro.
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