CINE › HARDCORE: MISION EXTREMA, DE ILYA NAISHULLER
› Por Ezequiel Boetti
Hay muchas, muchísimas películas basadas en videojuegos, otras tantas que apuestan por una apropiación estética de sus mundos e incluso algunas que, aun cuando sus universos dramáticos se ubiquen bien lejos de los ceros y unos, hacen del reseteo y las vidas infinitas –normas gamer si las hay– dos elementos fundamentales de la narración: allí están los encierros temporales de Bill Murray y Tom Cruise en Hechizo del tiempo y Al filo del mañana, respectivamente, para comprobarlo. Pero lo de Hardcore: Misión extrema es, con perdón de la redundancia, extremo. Dirigido por el ruso Ilya Naishuller y producido por su compatriota Timur Bekmambetov (realizador de Guardianes de la noche, Se busca y esa grasada llamada Abraham Lincoln: Cazador de vampiros), el film es anunciado con bombos y platillos como el primero de acción filmado íntegramente en primera persona y con cámaras Go-Pro, lo que en términos formales significan noventa y pico de minutos de tomas subjetivas desde la óptica del protagonista. La novedad, en todo caso, no va mucho más allá de eso, ya que lo que él ve –y, por ende, también los espectadores– no es muy distinto a lo que ofrece cualquier exponente promedio del género.
Es interesante notar como, a medida que la tecnología digital avanzó hasta permitir niveles de realismo escalofriantes, los videojuegos le vampirizaron al cine gran parte de sus características constitutivas, desde la división entre grandes estudios e independientes –con toda las diferencias económicas, de alcance y de desarrollo técnico que esto implica– hasta elementos germinales de su lenguaje, arco dramático incluido. No por nada los adelantos de los títulos 2.0 más importantes hoy son auténticos trailers que tranquilamente podrían exhibirse en la previa a una proyección comercial en sala. Hardcore sería, entonces, una suerte de retribución de los primeros al segundo, el síntoma inequívoco de que esa relación durante años unilateral ahora alcanza el estatus de simbiótica.
El film arranca con un personaje desmemoriado en busca de su identidad, situación que lo obliga a desovillar las circunstancias de su pasado reciente, tal como ocurría en Max Payne o Hitman, nada casualmente dos de los tantos títulos concebidos para distintas plataformas devenidos en películas. El del tal Henry incluye, entre otras cosas, una corporación dispuesta a crear cyborgs y un conocimiento absoluto a la hora de manejar cuanta arma exista, desde pistolas y cuchillos hasta ametralladoras y bazookas, que aplicará a intervalos regulares durante todo el metraje. En los interines, escenas de transición operan como descansos ante tanto ajetreo, a la vez que preludio de una nueva balacera. Así, encerrada en ese loop estructural, las sensaciones que produce Hardcore van de la sorpresa por su forma, de ahí al hastío ante la reiteración y concluyen con la certeza de que el de Naishuller es un ejercicio de estilo. Adrenalínico, violentísimo, autoconsciente e incluso, en sus mejores momentos, entretenido, pero ejercicio al fin. En ese sentido, es lo más parecido a pararse en la vidriera de un Garbarino para ver a un tercero ganando una partida de Counter-Strike.
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