CINE › PALESTINOS GO HOME, DE SILVIA MATURANA Y PABLO NAVARRO ESPEJO
› Por Ezequiel Boetti
Se sabe, pero siempre es pertinente recordarlo: en el cine en general y el documental en particular, la objetividad no existe. Igual que en el periodismo, siempre, incluso cuando se procure ampararse en la independencia y la profesionalidad, hay un punto de vista, un peñón construido sobre la base de la subjetividad del propio director desde el cual observa y filma. Nada malo, entonces, con que una película evidencie desde dónde habla. El problema es cuando se intenta que esa posición no se devele mediante la articulación de imágenes y sonidos sino al revés. Esto es, cuando se piensa qué se quiere decir y se limita a buscar fuentes que lo validen, como si el procedimiento de hacer una película fuera similar al de una tesis de grado. Palestinos go home es un ejemplo cabal de ese tipo de cine que desecha de raíz su potencial como vehículo para la reflexión para alinearse al modelo que lo concibe como un canal comunicativo de sentencias, una forma panfletaria y grosera de señalar con el índice quiénes actúan bien y quiénes no, quiénes son víctimas y victimarios.
Nobleza obliga, debe reconocerse que el conflicto entre Israel y Palestina es un tema cuanto menos complejísimo. Y cuanto más, inabarcable. Esto por las consecuencias presentes, pero sobre todo por los factores e intereses culturales, históricos, sociales, políticos, religiosos y económicos que vienen enracimándose desde hace ya setenta años. Los realizadores Silvia Maturana y Pablo Navarro Espejo parecen conscientes de lo anterior, y por eso eligen centrarse únicamente en la comunidad palestina argentina y chilena, esta última la más grande de toda la región, según se lee en la información de prensa. Las voces cantantes son la de una joven que descubre que su abuela paterna provino de Palestina y la de la presidenta de la Federación de Entidades Argentino-Palestinas, Tilda Rabi. Ambas hablan sobre las penurias propias o familiares con descendientes y víctimas de la diáspora. Tiene su lógica, entonces, que entre ellos sobrevuele un odio visceral hacia el sionismo e incluso hacia todo lo que provenga del credo de la Estrella de David.
Maturana-Navarro no van un poco más allá. La voluntad crítica rige todas y cada una de las decisiones del relato, convirtiéndose así en su único motor. Relato que en realidad no es tal: las entrevistas clausuradas con cortes de montaje más abruptos que los de una publicidad y los saltos geográficos y temáticos (de Chile a un grupo de chicos pro-palestinos que aprovechan una invitación a Israel solventada por ese país para mostrar las protestas en Jerusalén, y de allí de vuelta a Chile, como si nada hubiera pasado) regidos por el arbitrio confabulan contra cualquier intento de construcción dramática y climática. Así, los testimonios forman un todo casi uniforme, a excepción del de ese hombre que llora cuando recuerda una vida que ya no es. La cámara, entonces, decide golpear bien abajo del cinturón acercándose a su rostro enrojecido, confirmando que las sutilezas –ideológicas, formales, temáticas– habrá que buscarlas en otra sala.
(Argentina/Chile/Uruguay, 2016)
Dirección y guión: Silvia Maturana y Pablo Navarro Espejo
Duración: 95 minutos
Estreno exclusivo en el cine Gaumont (Rivadavia 1635)
(Versión para móviles / versión de escritorio)
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