CINE › ANGRY BIRDS: LA PELICULA, ADAPTACION DE CLAY KAYTIS Y FERGAL REILLY
Es una de las aplicaciones más exitosas de la breve historia del entretenimiento en teléfonos celulares, punta de lanza para la era de la pantalla táctil. Y, curiosamente, su paso al cine da por resultado una película muy disfrutable.
› Por Ezequiel Boetti
Había muchas razones para que Hollywood apuntara su mira a Angry Birds. Corrección: muchas no, más bien muchísimas. Miles de millones, para ser un poco menos imprecisos. Esa es la cifra de usuarios que descargaron alguna de las decenas de versiones, entre actualizaciones, ediciones especiales y spin-offs de este juego para dispositivos móviles creado en 2009 por la empresa finlandesa Rovio Entertainment, y cuyo crecimiento exponencial lo convirtió en un ícono del inicio de la era de los celulares con pantalla táctil. No por nada se trata de una de las aplicaciones más consumidas de la brevísima historia de esta tecnología. La dinámica del juego es básica: a la izquierda del escenario hay una gomera y a la derecha, una comunidad de cerditos verdes en la que yacen unos huevos robados que el usuario deberá recuperar arrojando una serie de pájaros con distintas características. Dirigida a cuatro manos por Clay Kaytis, criado artísticamente en el departamento de animación de Disney, y Fergal Reilly, uno de los veteranos del área de arte y diseño de Sony, el salto a la pantalla grande pospone la replicación de esa batalla hasta bien entrado el metraje, utilizándolo como clímax narrativo antes que como su razón de ser sin que esto implique no apropiarse del término “enojo” para convertirlo en el hilo del relato.
Estos bicharracos multicolores y enojados no vuelan, pero la película sí. Y lo hace desde su comienzo: la escena inicial lo tiene al cardenal Red (voz de Jason Sudeikis en el doblaje original) corriendo y sorteando las mil y un peripecias para llegar en tiempo y forma a su trabajo como animador de cumpleaños. El desplazamiento geográfico veloz, el humor físico cortito y al pie ilustrado en esos golpes con cuanto objeto exista, herencia del cartoon más clásico, y el traslado de un paquete celado con obstinada perseverancia remiten a la ardilla y la bellota que operan como leitmotiv de La era del hielo. Hasta allí llegan las referencias a la saga glacial –que, dicho sea de paso, anuncia su quinta entrega para estas vacaciones de invierno–, ya que después de los créditos iniciales, a sabiendas de la escasa materia base concedida por el juego, Angry Birds expande ese universo desandando el camino de la invención y la originalidad audiovisual que, desde Lluvia de hamburguesas en adelante, se convirtió en marca de agua de la división de animación de Sony.
La decisión es efectiva: Red es obligado a ir a un curso de manejo de ira –el enojo, se dijo, como hilo narrativo– en el que conocerá a Bomb, un cuervo que canaliza sus malestares literalmente explotando por los aires, y al veloz canario amarillo Chuck, que está ahí más que nada para socializar. Son, al fin de cuentas, un trío de auténticos descastados y perdedores. Como en gran parte de la Nueva Comedia Americana: no por nada Bill Hader, Maya Rudolph, Danny McBride y Josh Gad figuran en el elenco vocal. Angry Birds recién empezará a parecerse al juego cuando llegue a la isla una comitiva de chanchos verde flúo. Chanchos que, de tener tres ojos, serían algo así como una versión porcina de los marcianitos de Toy Story. La comunidad acepta a los visitantes con hospitalidad y alegría. Salvo Red, que desconfía de ellos. Hasta que las verdaderas intenciones de su arribo se conozcan y, con eso, arranque la revoleada de pájaros. Menos volcado a la moraleja que al slapstick y más cerca de la explosividad que de la blancura de un producto infantil, Angry Birds perderá algunos puntitos en sus últimos minutos, cuando una pátina de sentimentalismo rompa con el tono de un relato que, en sus mejores momentos, es tanto o más explosivo que Bomb.
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