Dom 15.05.2016
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CINE › SPIELBERG, BELLOCCHIO Y RITHY PANH EN EL COCTEL DEL FESTIVAL DE CANNES

Hollywood se roba la primera plana

El director que allá por 1982 se consagró en el festival con E.T. vuelve ahora con otra película familiar, El buen amigo gigante, su primera coproducción con Disney, que opacó la presencia de grandes films del italiano Marco Bellocchio y el camboyano Rithy Panh.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Cannes

Steven Spielberg, Mark Rylance y la niña Ruby Barnhill ayer acapararon los flashes de Cannes.
Imagen: EFE.

La primera plana del fin de semana fue acaparada, con creces y por partes iguales, por Steven Spielberg y Walt Disney, que con su primer emprendimiento conjunto, The BFG, basado en el relato de Roald Dahl, tomaron por asalto la Croisette, el bulevar marítimo que durante el Festival de Cannes se convierte en la gran vidriera de la muestra. Primero, El buen amigo gigante (así se llamará la película en Argentina cuando se estrene el 15 de septiembre) tuvo dos funciones a sala llena en el inmenso Grand Théâtre Lumière del Palacio de los Festivales. Entre medio de ambas, Spielberg y su equipo –que incluyó a la plana mayor de los estudios del tío Walt– ofrecieron una colmada conferencia de prensa, plena de palabras de amor y buenas intenciones, como corresponde a una película cuyo mensaje (esos que Hitchcock decía que había que dejar en manos del cartero) es “aceptar las diferencias”, como definió el propio director. Y luego, ya hacia la noche, los estudios Disney ofrecieron su exclusiva “Cannes Beach Party” a la cual, pese a un cielo encapotado, era más difícil entrar que a un clásico de Boca y River en la Bombonera, entre la inmensa fila de invitados y las estrictas medidas de seguridad. Eso sí, no había banderas ni camisetas: predominaban los smokings, las pajaritas negras y los vestidos largos, como corresponde a la etiqueta nocturna del festival.

El buen amigo gigante es la primera película familiar de Spielberg desde el fracaso de público de Las aventuras de Tintín, hace cinco años, y con esta adaptación de Roald Dahl tanto su estudio Amblin como la Disney Co. pretenden dar en Cannes un golpe de efecto similar al que el director produjo aquí mismo cuando en 1982 estrenó E.T. en el festival, catapultándola al mundo. Es muy temprano todavía para hacer conjeturas, pero el impacto no necesariamente puede llegar a ser equivalente. No hace falta decir, una vez más, que Spielberg sigue siendo el gran narrador de siempre y que técnicamente BFG –la abreviatura de Big Friendly Giant– es un prodigio, al punto de que el gigante del título (interpretado por Mark Rylance, el ganador del Oscar al mejor actor secundario en marzo pasado por Puente de espías, el film anterior de Spielberg) armoniza sin dificultades con la pequeña niña (Ruby Barnhill) de la que se hace amigo. Pero toda la estética de la película tiene el empalagoso, anacrónico regusto Disney, que es parte indeleble también de la cultura cinematográfica de Spielberg, desde que “a los 7 u 8 años vi Blancanieves y los siete enanitos y quedé aterrorizado y fascinado con ese mundo”, tal como él mismo lo reconoció.

Pero aunque se esfuerza por disfrazarlo, el Festival de Cannes no funciona solamente como parte de la máquina de promoción de Hollywood. En funciones especiales, fuera de concurso, estos días pasó también Exil, la nueva película del camboyano Rithy Panh quien desde la extraordinaria S-21, la máquina roja de matar (2003) tiene como único objeto de estudio el genocidio que practicó el Khmer Rouge, la temible organización política liderada por Pol Pot que durante su reinado de terror, entre 1975 y 1979, dejó un saldo de casi tres millones de muertos. Entre ellos, los padres y hermanos del director, el único sobreviviente de su familia. Como en toda su obra previa, Panh vuelve obsesivamente, una vez más, sobre ese período tremendo, pero esta vez a la manera de un pequeño poema visual, un monólogo lírico en el que una voz en off que representa la suya va reflexionando –con la ayuda de textos tan disímiles como pueden serlo los de Mao Tse Tung, Octavio Paz y el poeta francés René Char– sobre la gran tragedia que significó el comunismo llevado hasta el paroxismo en su país. En escena, apenas hay un actor que representa de manera muy sencilla, muy teatral (el set parece un escenario) pero muy gráfica la ordalía que significó para Panh sobrevivir a las hambrunas, la soledad y las ejecuciones. Unas pocas imágenes de archivo (las escasísimas que perduraron) sirven a su vez como sus sueños, o sus pesadillas, mientras el resplandor fugaz de un fósforo ilumina súbitamente, y luego devuelve a la oscuridad, la única foto que Panh logró conservar de su madre, un efecto tan simple como conmovedor.

Hablando de sueños y de madres: Fai bei sogni (Que tengas bellos sueños) se titula la nueva, estupenda película del italiano Marco Bellocchio, que inauguró la sección paralela Quincena de los Realizadores. Autor de una obra tan prolífica como coherente, que se inició con la extraordinaria I pugni i tasca en 1965 (exhibida en los “Rescates” del reciente Bafici) y que tuvo su punto más alto en los últimos años con Vincere (2009), sobre los tiempos oscuros del Duce, Bellocchio vuelve ahora sobre sus temas de siempre, típicamente italianos y que lo han convertido en uno de los grandes autores del cine europeo de las últimas décadas: el peso angustiante de la figura materna (esta vez como ausencia, a partir del suicidio de la madre del protagonista), la carga de la religión en la cultura italiana, y la lectura psicoanalítica de sus personajes. Menos bella y misteriosa que Sangre de mi sangre, su película inmediatamente anterior, que compitió en la Mostra de Venecia del año pasado, Fai bei sogni comienza de manera casi convencional para Bellocchio, pero paulatinamente va complejizando a su protagonista hasta encontrarle nuevas aristas, entre las que tiene un papel fundamental su encuentro con la médica que interpreta la franco-argentina Bérénice Bejo. La escena con ella, en un desatado baile familiar, es una de esas que suelen marcar a fuego todo un festival.

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