Vie 26.08.2016
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CINE › SANGRE EN LA BOCA, CON LEONARDO SBARAGLIA Y EVA DE DOMINICI

A las piñas, en el ring y en la cama

Con la excusa del box, un campeón en retirada y su joven pupila se dejan llevar por sus pulsiones y deseos y se dan de tortas.

› Por Juan Pablo Cinelli

Segundo largometraje de ficción del argentino Hernán Belón, Sangre en la boca significa además una nueva colaboración con el actor Leonardo Sbaraglia, quien junto a Dolores Fonzi habían coprotagonizado su trabajo anterior, la interesante e intensa El campo (2011). Aunque aquella trataba sobre la crisis de una pareja que acababa de tener su primer hijo y se tomaba unos días en una estancia para esperar que bajaran las aguas, y esta narra la pasión arrebatada que surge entre un boxeador en el final de su carrera y una jovencísima aspirante a pugilista, en ambos casos se trata de exploraciones acerca de los mecanismos complejos de los vínculos amorosos y las consecuencias de sus posibles devenires.

En El campo todo ocurría de manera contenida, con diálogos en los que la tensión desbordaba las palabras dichas entre susurros y medias voces, porque aquella pareja parecía dispuesta a todo con tal de reprimir la implosión de un vínculo que parecía cada vez más inevitable. En cambio en Sangre en la boca la acción es siempre física y no deja espacio para procrastinación alguna. Sus protagonistas no pueden evitar ser tomados e incluso actuados por sus propias pasiones y para cuando quieren ponerse a pensar en qué es lo que ocurre, la película ya les pasó por encima. Y si en El campo había una barrera mental que impedía que la debacle se precipitara en los hechos, acá es el deseo el que manda y de ese modo no es la cabeza sino el cuerpo el plano en el que la acción se concreta.

En ese sentido los boxeadores son el vehículo perfecto para traducir eso en un vínculo signado por la violencia. Si bien al principio de la historia esta aparece como un juego entre Ramón, el campeón experimentado, y Déborah, la joven admiradora que busca su aprobación, la violencia acabará siendo en realidad el lenguaje a través del cual se comunicarán estos dos personajes, cada uno atormentado a su manera. Y también será el canal que encontrará la pasión para fluir sin que tabique alguno alcance para contenerla: ni un matrimonio aparentemente feliz de muchos años y dos hijos en el caso de él; ni los celos, ni las pequeñas pistas que la tragedia va comenzando a dejar en el camino de ambos protagonistas.

Del mismo modo en que la acción física motoriza a los personajes, también es el primer motor cinematográfico de una historia cuyo guión, escrito a cuatro manos junto al dramaturgo Marcelo Pitrola, se basa en el cuento homónimo de la escritora venezolana Milagros Socorro, sobre el que el propio Belón ya había realizado un cortometraje en 2008. Y el registro del cuerpo es el camino que el director elige para narrar, hecho evidente no sólo por el peso de lo estrictamente boxístico dentro de la trama, sino por la forma minuciosa en que retrata los encuentros amorosos entre Ramón y Déborah. Planos fijos y paneos sobre los cuerpos desnudos, trenzados sobre una cama, una mesa o bajo la ducha; planos detalle de culos femeninos y masculinos en acción; el ojo de la cámara observando con obsesión cada músculo que se tensa; excursiones a través del sudor de la piel; la sangre y la saliva que se mezcla en besos que desbordan de labios y lenguas por todas partes.

El cruce entre amor y violencia –más sutil, casi metafórico en el inicio; explícito y gráfico a medida que el relato toma color (y calor)— es el camino que Belón utiliza para contar la caída de Ramón. Y si bien es posible cuestionar si realmente hay una necesidad dramática que argumente a favor de una exhibición carnal tan gráfica y reiterada, también se debe reconocer que el director nunca confunde violencia con crueldad, mostrando sobre el desenlace un cariño y un respeto por sus criaturas que no es habitual en relatos como éste, de intenciones tan abiertamente trágicas. Una clase de nobleza cinematográfica que merece y debe ser destacada.

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