Jueves, 14 de diciembre de 2006 | Hoy
CINE › RICARDO BECHER Y SU “GAUCHITO GIL”
El director de la legendaria Tiro de gracia (1969) vuelve con una película realizada colectivamente con miembros de su “tribu” cinematográfica.
Por Ana Bianco
Ricardo Becher transmite vitalidad y retiene la energía y el afecto que recibe de su propia tribu, formada por jóvenes ex alumnos, devenidos en guionistas, directores, editores, músicos y actores que formaron un grupo para la realización de una película inusual: El gauchito Gil, la sangre inocente, que se exhibe en el Malba los jueves y sábados a las 22. Alejado de la docencia cinematográfica, Becher se considera en la actualidad más escritor que director: acaba de aparecer su novela La séptima década (Sudamericana) y ya tiene otra casi terminada. Sin embargo, su película Tiro de gracia (1969), sobre un grupo de marginales, se ha convertido en una película de culto y a Becher le ha deparado muchos seguidores, realizadores jóvenes que fue reclutando a partir de los ’90 con sus incursiones en el uso de nuevas técnicas en video digital. Con una cinta roja del Gauchito anudada en su muñeca, Becher –en charla con Página/12– usa el plural para referirse a la película que tiene a Tomás Larrinaga como codirector y coguionista, y a Sergio Podeley como El Gauchito, un gaucho matrero convertido en santo y extrapolado a la actualidad.
–En el prólogo del libro El espíritu de un film: El Gauchito Gil, la sangre inocente, el crítico Alejandro Ricagno se refiere a usted y a su tribu como evocadores de las aventuras de los beatknis devenidos cineastas de la vitalidad.
–Soy un gran admirador de la generación beatnik y me siento influido por el escritor norteamericano Jack Kerouac. Cuando filmamos Tiro de gracia, en el ’69, ya había leído En el camino y estaba totalmente fascinado por este autor. Los beatniks tenían un espíritu tribal. Tiro de gracia es una película tribal, por los personajes de la película y por la tribu que formamos los que la hicimos. El espíritu del film es un libro coral, escrito por mí y por otros que participaron en la filmación del Gauchito. Me identifico con la rebeldía de los beatniks, por su creatividad y su sesgo místico.
–¿Qué puntos de contacto encuentra entre Tiro de gracia y El gauchito?
–Aparentemente están en polos opuestos. Cada film respondió a una época de mi vida, de mi entorno y del mundo. Una vez más, está en juego el tema de la amistad, de la solidaridad. Al Gauchito lo llamaban el “Robin Hood correntino”, es un aspecto del mito que más me copó –además de que sea milagrero– para hacer la película. Fuimos varias veces a la fiesta del Gauchito, en Mercedes. El Gauchito es milagrero de verdad. La fe en él va creciendo en el país y en el exterior. Es un personaje fascinante, rebelde, que fue reclutado en un momento de luchas internas en el ejército entre azules y colorados. El Ñande Yara, una divinidad guaraní, le dijo que no debía derramarse sangre entre hermanos y se convirtió en gaucho matrero. Juntó una banda, una tribu que se dedicaba al robo de ganado y de alimentos en los almacenes, que repartía entre los más necesitados.
–¿Por qué usaron tres planos narrativos?
–José Campitelli, uno de los guionistas y director de arte, me propuso el tema del Gauchito, a raíz de que un chico le dio una estampita con su imagen en el subte y se puso a investigar. El primer problema era no hacer un documental, sino una ficción. Realizar una película de época es muy caro, además es un género que no me seduce demasiado y creo que no lo hubiera manejado bien. Lo primero que se me ocurrió fue trasladar el mito a la actualidad, en una tribu urbana, cuyo jefe es devoto del Gauchito y por eso lo apodan “Gauchito” y ellos también roban y reparten entre la gente pobre. Establecimos un paralelo a partir del cual nos permitía remitirnos en flashback a momentos del Gauchito original en el siglo XIX. La película es una ficción rabiosa y en una suerte de trampa narrativa. Un grupo de documentalistas que están filmando gente que duerme en la calle y marginales se conectan con la tribu del Gauchito urbana y a partir de allí deciden ir a la fiesta del Gauchito en Corrientes. El registro de los documentalistas le va dando verosimilitud a esta ficción. Nosotros éramos conscientes de que estábamos bajo el manto protector de Shakespeare, porque nuestra película dramáticamente tiene una estructura de tragedia clásica. La trasgresión a la ley es básica a toda tragedia. Las obras completas de Shakespeare las llevamos al rodaje y nunca las abrimos. En la película no hay ninguna cita textual, pero las obras estaban ahí.
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