CINE › PRESENCIA ARGENTINA EN EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIAN
“Los suicidas” oscurecen Donostia
Basado en un relato de Antonio Di Benedetto, el segundo largometraje del director de Sábado, Juan Villegas, fue saludado con aplausos a pesar de su negrura. A su vez, una película coreana salvó la jornada
de competencia.
Por Horacio Bernades
Desde San Sebastian
La coreana Wae Chul (Nieve de abril) fue la encargada de levantarle la puntería a la competencia oficial de San Sebastián 2005, que permitió viajar por estos días de Eslovenia a Estados Unidos, de Estados Unidos a París y de París a Macondo. La eslovena Odgrobadogroba es una comedia amablemente negra a la que de pronto le cae del cielo (del infierno, más bien) una chica muda, discapacitada y violada. Terry Gilliam alcanza su grado cero en Tideland, paráfrasis de Alicia en el país de las maravillas, en la que la profusión de grandes angulares y el desfile de personajes raros parecen llamados a rellenar el vacío total. El mozambiqueño Ruy Guerra vuelve a tropezar con García Márquez en O veneno da madrugada, inadmisible versión de La mala hora. Mientras que en Entre ses mains, la francesa Anne Fontaine (la de Cómo maté a mi padre) urde sin mayor convicción una historia de atracción amorosa y posible asesino serial.
Inscripta dentro de la línea más intimista del cine de su país (representada por cineastas como Hong Sang–soo y películas como Camels, Jealousy is My Middle Name y La esposa del buen abogado), Wae Chul es un melodrama hecho y derecho, alrededor de una chica y un muchacho que se conocen en terapia intensiva, donde cuidan a sus respectivas parejas. Sucede que la esposa de él y el marido de ella eran amantes. En medio del dolor y el desconcierto, al borde del duelo, ambos tendrán una historia de amor efímera, apenas tentativa. Es justamente ese carácter transitorio y frágil el que Hur Jin–ho (responsable de dos hitos del cine coreano reciente, Christmas in August y One Fine Spring Day) sabe transmitir muy bien. Aunque quede también la sensación de que en cualquier momento la-película-coreana-sobre-la-imposibilidad-del-amor-duradero puede llegar a convertirse en un nuevo cliché.
Coproducción entre Brasil, Argentina y Portugal en la que actúan Jean Pierre Noher y Luis Luque, O veneno da madrugada representa la tercera ocasión en que el mozambiqueño Ruy Guerra reincide con García Márquez, luego de Eréndira y Fábula de la bella palomera. Tan literal como las anteriores, esta vez el tropezón es más serio aún, con diálogos estudiados de memoria, declamados a voz en cuello. Todo lo cual remite en línea directa a los teatros barriales de principios de siglo. De siglo pasado, claro. No en García Márquez sino en Cortázar se basa otra película brasileña, Jogo subterraneo, vista en Zabaltegui, la paralela más importante de San Sebastián. El material de origen es en este caso Manuscrito encontrado en un bolsillo, donde el autor de Rayuela cultivaba su veta más lúdica. Con distribución internacional a cargo de la major estadounidense Buena Vista International, puede que esta segunda película del paulista Roberto Gervitz no exceda el ejercicio de estilo. Pero al menos narra con buen estilo este relato bastante solipsista, en el que un barbudo busca al amor de su vida entre estaciones de subte.
Bajando de Brasil a Uruguay, y teniendo en cuenta que la producción anual en el país vecino no excede la media docena, las tres películas presentadas en distintas secciones señalan un posible record celeste en festivales internacionales. Por el lado del cine argentino, las novedades de estos días pasan por Géminis, Monobloc y Los suicidas. Si las dos primeras habían podido verse en el último Bafici, la última es estreno internacional. Incluida en Zabaltegui y compitiendo por el premio Altadis/Nuevos Directores, Los suicidas es el opus dos de Juan Villegas, director de Sábado. No se espere aquí una comedia. Aunque sí afloran, por momentos, esos diálogos estilo “Cuento de la Buena Pipa” que caracterizaban aquella opera prima. Basada en un relato de Antonio Di Benedetto, escrita y producida por el propio realizador, Los suicidas narra la investigación emprendida por un periodista, a quien encarna unbarbado Daniel Hendler. Junto con una fotógrafa (Leonora Balcarce, la chica de El amor, primera parte) terminará investigando más su propia historia, sus propios miedos, que aquello que le encomendaron.
Sucede que el personaje de Hendler proviene de una tradición familiar en la que el suicidio es uno de los pilares. Incluyendo a su padre, que el día de su quinto cumpleaños le dejó ese regalo para toda la vida. Filmada en super–16 y fotografiada con una densa tonalidad azulada, los personajes de Los suicidas parecen verdaderos muertos vivos, capaces de confesarse su amor como quien cumplimenta un engorroso trámite. Hasta el punto que da la sensación que, de no habérsele adelantado Lisandro Alonso, Los suicidas bien pudo haberse llamado Los muertos. En contra de los usos y costumbres del público donostiarra –que no suele ver con buenos ojos las películas que tiran para abajo– en su primera pasada un sonoro aplauso y hasta una exclamación de júbilo saludaron el último fundido a negro de la película de Villegas. Más que a negro, a muy negro.