Jueves, 1 de febrero de 2007 | Hoy
CINE › “NOCHES MAGICAS DE RADIO”, LA DESPEDIDA DEL GRAN ROBERT ALTMAN
En una película cargada de dulce melancolía, el legendario director estadounidense se involucra con una serie de personajes condenados a la extinción, a los que Meryl Streep, Kevin Kline, Tommy Lee Jones y Lindsay Lohan saben sacarles el jugo.
Por Horacio Bernades
La última película de Robert Altman (1925-2006) está bien lejos de ser una típica flor de su cosecha. Es inesperada, aunque no precisamente una mala nueva. Al contrario, tal vez. De una punta a otra de su filmografía y con escasísimas excepciones, el longevo cineasta no desparramó grandes muestras de cariño sobre el animal humano. En su obra, basta que una mujer se esté duchando para que alguien tire abajo la cortina del baño (Sally Kellerman en MASH), una pareja se besa apasionadamente después de que uno de ellos acabara de vomitar (El volar es para los pájaros), todos se comportan como necios, estúpidos o criminales (Health, Las reglas del juego y unas cuantas más), se desatan terremotos y encima mueren chicos en accidentes de tránsito (Ciudad de ángeles) o alguien va y pisa un sorete de perro por la calle (Prét-à-porter).
Es una sorpresa mayor que en su despedida, este despiadado Plauto menor (que cuando se ponía serio caía con frecuencia en la solemnidad y la pompa, como lo demuestran Ese día tan frío en el parque, Tres mujeres o Quinteto) entregue una película tan llena de cariño, afecto y calidez como esta Noches mágicas de radio, en la que se lo adivina tan implicado como quizá nunca antes. Es que el punto de vista desde el cual Altman observó el hormiguero humano fue siempre el del observador no involucrado. Aquí, por el contrario, todo está teñido de una melancolía no por fúnebre menos dulce, en momentos en que el hombre, octogenario, se sabía portador de un cáncer incurable. Canto del cisne sobre otro canto del cisne, A Prairie Home Companion (tal el título original, en referencia al show radiofónico que recrea) narra la última presentación de un viejo programa de música country, al que los tiempos destinan a sucumbir. Como el propio Altman.
Con algún cambio de nombres, todo alude a un programa largamente emitido por una radio del Oeste Medio. Allí nació Altman y a esa zona, y a sus años de juventud, les había dedicado ya un magnífico documental sobre la música negra de Kansas (Jazz ’34) y un inexpresivo drama policial de época (Kansas City). Del mismo modo que en Nashville –posiblemente su mejor película, la más equilibrada y menos malintencionada– se había acercado ya a un mundo sumamente próximo al de la country music, el del folk. Conductor del programa real al que Altman homenajea esta vez, el por aquí enteramente desconocido Garrison Keillor tuvo la idea original de A Prairie Home Companion, escribió el guión y, de paso, se interpreta a sí mismo. Hallazgo total. Largo y descoyuntado, se diría que el tipo es la encarnación misma de dos términos típicamente anglosajones: lo cool y lo easygoing. Nada parece urgirle a Keillor, nada parece inquietarlo. Nada impide que siga adelante, relajado y cadencioso, con esos comerciales cantados de ruibarbo y de boliches de pueblo. Aunque la radio haya sido comprada por un grupo que lo único que quiere es sacarse de encima a él y su show y que ya ha enviado a un ejecutor a bajar la cortina (Tommy Lee Jones).
Alrededor del pachorriento Keillor los técnicos fallan, vuelan las hojas del guión, hay que improvisar entradas y salidas y una ex despechada (Meryl Streep, fabulosa por enésima vez) le escupe la letra de una resentidísima torch song. Pero Keillor sigue dando los pies con asombrosa precisión. Hay una evidente afinidad entre lo cool de Keillor y lo cool de Altman. Pero en esta ocasión el término no debe entenderse como frialdad, sino calidez contenida. Contención que permite a Altman orquestar, con la más fluida elegancia, esa puesta en escena inconfundible, hecha de largos travellings –tan cadenciosos como los propios cantantes–, que van una y otra vez del escenario a las bambalinas, disolviendo límites.
Detrás de escena, las hermanas Johnson (la muy altmaniana Lily Tomlin; una Streep frágil y fiera) recuerdan con gusto los días de la infancia mientras Lola, hija de una de ellas (Lindsay Lohan, haciendo una pausa entre desintoxicaciones) escribe letras suicidas. Dos cowboys cantantes alla Gene Autry (Woody Harrelson y John C. Reilly) rinden en escena un capusottiano numerito de coplas guarangas. Un detective como recién salido de un policial negro de los ’40 (se llama Guy Noir y lo interpreta Kevin Kline) se tropieza con todos los muebles de su oficina, mientras descubre la presencia de una misteriosa mujer rubia de piloto (Virginia Madsen), cuya aura de Parca no es porque sí nomás.
La muerte anda rondando el show, literal y figuradamente, y ante su vecindad todos –músicos, cantantes, técnicos y maestro de ceremonias– se aferran sin lágrimas a lo que aman y mejor saben hacer. El modo en que la cámara de Altman los acaricia –siempre al paso, sin aferrarse a ningún rostro– revela que hay uno más que hace lo mismo, cerrando una entera carrera de misántropo con una nota felizmente discordante. Contra todas las predicciones, el canto del cisne de Robert Altman resultó suave, bello y emotivamente cool. Como una vieja country song.
8-NOCHES MAGICAS DE RADIO
(A Prairie Home Companion), EE.UU., 2006.
Dirección: Robert Altman.
Guión: Garrison Keillor, sobre historia de Keillor y Ken La Zebnik.
Fotografía: Ed Lachman.
Intérpretes: Meryl Streep, Kevin Kline, Tommy Lee Jones, Garrison Keillor, Lily Tomlin, Lindsay Lohan, Woody Harrelson, John C. Reilly, Maya Rudolph y L. Q. Jones.
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