CINE › “EL VIOLIN”, DIRIGIDA POR FRANCISCO VARGAS
Película pequeña, pero no necesariamente modesta, la ópera prima del cineasta mexicano reflexiona sobre la confrontación entre la violencia institucional y el arte y la resistencia popular. Pero no puede ocultar cierta artificialidad en el tratamiento.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes a Tesalónica, pasando por San Sebastián, Toronto, San Pablo y Mar del Plata, El violín es la película más viajada (y quizá más premiada) del cine mexicano reciente. Ganadora de los premios Ariel de la industria de su país a la mejor ópera prima, guión original y mejor actor, el primer largo de Francisco Vargas está basado en su propio cortometraje del mismo nombre, también muy celebrado. Y algo de ese origen –el de un film que tuvo una duración quizá justa para su tema y que ahora ha sufrido cierta inflación– se percibe en esta película pequeña, pero no necesariamente modesta, que habla en voz baja de grandes temas: violencia institucional versus arte y resistencia popular.
El violín es un film deliberadamente abstracto, realizado en un estilizado blanco y negro. Comienza con militares, torturas, violaciones. En un país innominado, que puede ser cualquiera (empezando por México, en las sierras de Chiapas), el ejército tiene sojuzgada a la población a pura punta de fusil y bayoneta. Sin embargo, los campesinos –hombres, mujeres, ancianos, niños– huyen al monte, se reagrupan como pueden y, algunos, resisten: forman la guerrilla decidida a enfrentar al ejército opresor. Entre ellos está Genaro, que ha perdido a su mujer, pero que todavía tiene consigo a su pequeño hijo y a su padre, Don Plutarco, un anciano manco. A pesar de esa mano ausente, Don Plutarco toca el violín: lo hace porque lo hizo toda su vida, porque no puede dejar de hacerlo, aunque sean tiempos difíciles, de oscuridad. Y ese violín será crucial a la hora de definir la suerte o la desgracia de los suyos.
Hay no sólo en el comienzo sino también en la concepción de El violín un proyecto claramente ideologizado: desde la primera escena queda muy en evidencia –en blanco y negro, como el film mismo– quiénes son los héroes y quiénes los villanos. Este esquematismo inicial, sin embargo, irá cediendo poco a poco, cuando el director ya no se preocupe tanto por subrayar la maldad de unos y la justa causa de otros y se interne en cambio en el periplo personal, solitario de Don Plutarco. Es recién allí, cuando el film se concentra en ese viejo magro y amable, de voz y modales pausados, que El violín gana en sugerencia y complejidad, algo que al inicio no parecía del todo posible.
Aunque no necesite decirlo, Don Plutarco está tan comprometido con la causa de los suyos como el que más. Sólo que ya está demasiado crecido para cargar un fusil en el monte. Pero todavía puede ayudar a conseguir municiones, internándose en terreno minado, allí donde los militares se han adueñado de su cosecha y donde su hijo esconde sus balas: bajo la tierra, como si fueran semillas. El será quien, sin decirle a nadie, irá a meterse diariamente en la boca del lobo, bajo la mansa apariencia de lo que es, un viejo violinista incapaz de hacerle daño a nadie.
La relación entre Don Plutarco y el comandante de esa guarnición militar es quizá lo mejor de El violín, porque allí hay un grado de ambigüedad e incluso de suspenso que hace a la verdadera sustancia dramática. El comandante es una bestia guerrera, claro, pero eso no le impide apreciar el arte del viejo Plutarco y recordar que él también alguna vez, de niño, quiso aprender a tocar algún instrumento y la pobreza se lo impidió. Por su parte, Plutarco tiene un plan que no comparte con nadie, ni siquiera con el espectador y que se hará evidente –en sus aciertos y errores– a partir de sus sucesivas acciones.
Esa zona gris de El violín, esa tensión entre personalidades opuestas que sin embargo se atraen y el carisma innegable de Don Angel Tavira (un genuino músico tradicional) que le aportan verdad y emoción a Plutarco, no alcanzan sin embargo a ocultar cierta artificialidad del film, su calculada corrección política, su plan de seducción de festivales internacionales.
6-EL VIOLIN
México, 2006.
Dirección y guión: Francisco Vargas.
Fotografía: Martín Boege Paré.
Música: Cuauhtémoc Tavira y Armando Rosas.
Intérpretes: Don Angel Tavira, Dagoberto Gama, Fermín Martínez, Gerardo Taracena, Mario Garibaldi.
Estreno en versión DVD únicamente en las salas Arteplex Centro, Arteplex Belgrano y Duplex Caballito.
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