Sáb 07.04.2007
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CINE › ENTREVISTA A ABDERRAHMANE SISSAKO, EL DIRECTOR DE “BAMAKO”, QUE ABRIO EL FESTIVAL

“Mientras nos vamos a la ruina, la vida continúa”

El director mauritano cuenta cómo fue la realización de su película, en la que las políticas de dominación de los organismos financieros se cruzan con la vida cotidiana de Mali: “Es un poco de militancia, pero no somos realmente militantes”.

› Por Mariano Blejman

Si uno cerrara los ojos y sólo escuchara las argumentaciones centrales del film, podría decir que la historia de Bamako sucede en la Corte Internacional de La Haya, o algún otro organismo capaz de juzgar algo tan grande y poderoso como el Fondo Monetario Internacional, o el mismísimo Banco Mundial. Es más: si la discusión fuese en español con acento porteño, podría pensarse que están hablando de la Argentina, y del impacto que las políticas neoliberales tuvieron en el país. Pero no. El juicio que un grupo de jueces, fiscales y testigos (¡y qué testigos!) llevan a cabo en Bamako –film que el martes abrió la competencia oficial del 9º Bafici, y todavía tiene dos pasadas (ver al pie)– sucede en el patio de una casa de Bamako, en Mali, mientras el entorno sigue su vida cotidiana, y unos niños lloran o juegan y una mujer sale por las noches a cantar, y alguien investiga por la desaparición de un arma durante el juicio, o unos muchachos aguardan al sol, escuchando por el altoparlante.

No hay nadie sentado en el banquillo de los acusados (aunque el FMI y el BM tienen una especie de abogado defensor, un viejito francés que sabe defender sus intereses) pero, a falta de acusado presente, las consecuencias de las políticas están a la vista de todos, ante la miseria cotidiana a la que están sometidos en Mali, o cualquier otro lugar olvidado del tercer mundo. Lo que sorprende de Bamako (también el nombre de la ciudad donde tan sólo se observa el patio de tierra y algunas casas) es la capacidad que ha tenido el director Abderrahmane Sissako de conjugar en esta obra maestra una mezcla de discusión político-jurídica sobre el destino de la humanidad junto a la preocupación sobre los detalles, como el funcionamiento de, por ejemplo, un ventilador para paliar el calor. Sissako nació en 1961 en Kiffa (Mauritania), creció en Mali y estudió cine en Moscú entre 1983 y 1989. Ha dirigido The Game (1991), October (1993), Le chameau et les bâtons flottants (1995), Abriya (1996), Rostov-Luanda (1997), Life on Earth (1998) y Waiting for Happiness (2002). En conversación con Página/12, el director explica en su correcto francés cómo es que tuvo que salir de su país para poder volver a hacer el film como él quería.

–¿Por qué plantea el juicio en ese escenario prácticamente casero?

–Ese es un tipo de Corte familiar, una Corte a la africana, que suele suceder con la familia y con amigos de la familia, y que se usa para resolver problemas puntuales. Esta es también nuestra manera de vivir, aunque aquí se esté hablando de temas más “grandes”.

–La discusión es claramente universal...

–Es como el caso de la Argentina, también. Las multinacionales que prácticamente son dueñas de la humanidad sin grandes cambios proponen una política que existe desde hace muchos años, y estimulan a cumplir sus instrucciones con la promesa de hacer que la gente sea rica. Pero el Banco Mundial y el FMI finalmente trabajan para que la gente sufra; las ventajas son para las grandes naciones, que son las que toman también las grandes decisiones. Esta política de dominación en los países africanos y en América latina también es la que me llevó a evaluar la posibilidad de hacer un juicio contra el Banco Mundial y el FMI, organismos que en la realidad son prácticamente intocables.

–Pero, su argumentación política, ¿también tiene otro nivel de interpretación, vinculado con la cuestión estética?

–Una de las primeras cosas que pienso para transmitir mis ideas, es hacer un cine accesible a mucha gente para que se vea en el país y en el continente. Hay que lograr que el público pueda ser tocado emocionalmente. El dispositivo es muy importante, para crear la emoción y el universalismo. Porque los africanos no tienen ganas de hablar de economía o de todo eso. Los espectadores no piensan así, está en la realidad y en la emoción la posibilidad de comunicar. Por eso, la vida de la gente que trabajó en la película también fue cambiando durante el proceso.

–¿Y cuál es el lugar de la música?

–Sirve para ayudar al espectador a entrar a esa historia. Me interesa crear por la emoción; y la reflexión también se personaliza: ése es el rol del arte en general, porque cada persona se “personaliza” a su modo...

–¿Cómo fue la relación de la gente con la temática durante el rodaje?

–Por supuesto, hubo una cierta preparación para el rodaje, se preparó el lugar para comenzar con el tribunal, con los jueces, pero el film era también la realidad del entorno. Lo que se ve en el film es también una cuestión que la gente vive en lo cotidiano, pero hay una cuestión concreta. No está hecho sólo para dar placer. Este es un film testimonial en este momento de la historia. Es un cine que testimonia no sólo para los espectadores sino también para los actores que trabajaron el film.

–¿O sea que el hecho de trabajar con esta temática cambió la percepción de la realidad que tenían los actores?

–Exactamente. Es un poco de militancia, pero nosotros no somos realmente militantes. Hay gente que milita cotidianamente contra las injusticias. Pero es una manera. En Mali hay elecciones, es una democracia que se parece a los países africanos que viven con la deuda sobre el cuello, con la sensación de tener sobre las espaldas al Banco Mundial, con gobiernos que no son muy soberanos que digamos. Sin embargo, la vida cotidiana es agradable, es tranquila, es una buena manera de vivir...

–¿Cómo se lleva con Francia?

–El francés es la lengua que hablo desde la escuela primaria. Yo vivo en Francia, trabajo entre Francia y mi país, así que es un país de adopción, que yo disfruto...

–¿Es necesario estar en Europa para poder filmar?

–... (hace un silencio) Pienso que sí, y que no. Yo tuve que ir hasta Europa para poder comenzar a hacer mi film. Hubiera preferido hacer el film a partir de mí mismo, pero en Mali no hay una política ni hay medios como para hacerlo por mi cuenta. Entonces diría que hay cuestiones a favor y en contra. Pero lo importante es que pude hacer el film que tenía ganas de hacer, fui totalmente libre de hacerlo, de elegir el tema, de haber conseguido el financiamiento. Pero mi objetivo es poder vivir, aunque me gustaría que el cine africano se pudiese financiar localmente. Yo tuve la posibilidad de hacerlo, pero hay muchos que quieren hacerlo y no tienen forma.

–Usted se centra en los pequeños detalles mientras suceden grandes discusiones. ¿Por qué?

–No hay que olvidar que es un film; no soy juez, no soy un economista. Busco las pequeñas cosas para emocionar al espectador, para mostrar que mientras debatimos, e incluso mientras nuestros países se van a la ruina, la vida continúa...

–... y la muerte también.

–Absolutamente, la muerte que partió de la vida.

Bamako se verá hoy a las 15 en el Atlas Santa Fe 1. Además, el director Abderrahmane Sissako y Fernando “Pino” Solanas dialogarán, moderados por Fernando Martín Peña, hoy a las 19 en el Hoyts 11 de Abasto. Entrada gratuita (retirar entradas con anticipación en el puesto de informes central).


La embajada argentina

¿Cómo es su contacto con el cine argentino?

–Conozco a Pino Solanas, quien tiene una experiencia política y cinematográfica importante, y como documentalista hace cosas muy interesantes. Desde que vi Mundo Grúa, de Pablo Trapero, estuve más o menos en contacto con lo que afuera se ve como una especie de nouvelle vague del cine argentino. El cine es un embajador cultural y, en el caso argentino, puso mucha energía en contar historias, y ese rol es formidable. Es un embajador muy fuerte, sobre todo porque se hace con pocos medios y encuentra una energía muy positiva, que hace conocer cierta cinematografía. Esta nouvelle vague argentina es una realidad, al menos por ahora, que muestra la situación del país social, y los jóvenes.

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