CINE › ENTREVISTA A CAMILA GUZMAN, DIRECTORA DE “EL TELON DE AZUCAR”
Hija del documentalista chileno Patricio Guzmán, radicada desde niña en Cuba y hoy residente en París, la cineasta presenta en el festival porteño un film que seguramente llamará al debate. Se trata de un intento de autocrítica desde el corazón de la revolución. “Lo que ahora más deseo en el mundo es presentar esta película en Cuba”, señala.
› Por Mariano Blejman
“La Alemania Democrática abre sus fronteras”, decía un recuadrito del diario cubano Granma, a pie de página, a principios de los ’90, cuando la caída del Muro de Berlín. “Así fue como nos enteramos de la caída del Muro”, cuenta en primera persona la realizadora Camila Guzmán en su film El telón de azúcar. Y, a punto de subirse al avión que la traerá a Buenos Aires para la presentación de su film, que participa de la “Selección Oficial Internacional” del 9º Bafici, Guzmán asegura con su claro acento cubano ante Página/12 que ella no recuerda cómo y dónde se enteró de la caída del Muro. “Yo no lo recuerdo, no éramos conscientes. Algo que debería haber sido una gran noticia para nosotros pasó casi desapercibida. Lo que vino después fue una gran sorpresa. Nunca fui consciente de que el 85 por ciento de la economía cubana dependía de la Unión Soviética. Con la sorpresa, vino la desilusión”. El telón... cuenta la historia de los pioneros cubanos, de la que esta chilena exiliada desde niña –hija del documentalista Patricio Guzmán, director de Salvador Allende– fue parte durante su infancia, años que recuerda como los más felices de su vida. ¿La Cuba de los ’80 fue una ilusión? ¿O fue una realidad? El nivel de bienestar económico, la estabilidad política, la niñez como espacio intocable en el recuerdo permanecen en el relato de la directora que –hoy radicada en París– vuelve, para revisar cómo fue ser pionera (y repetir de memoria “seremos como el Che”, o las proezas de Camilo Cienfuegos) pero también para intentar una autocrítica desde el corazón de la revolución. Lo que sorprende de El telón... es tanto la honestidad de la directora para señalar las contradicciones del sistema –y también sus beneficios–, como la participación en el film de la Escuela de cine de San Antonio de los Baños de Cuba.
–El del film es un tipo de discurso bastante escuchado entre los jóvenes cubanos. Sin embargo no hay registros de este tipo de autocrítica en Cuba. ¿A qué cree que se debe?
–Pasé mucho tiempo hasta llevar a cabo esto. Cuando estudiaba cine no pensé que podía dirigir, y cuando en el ’94 y ’95 empecé a estudiar, pensaba que alguien iba a contar la historia antes, que alguien iba a hablar de esa época. Pasó mucho tiempo y nadie la hizo. En el ’99 escribí el proyecto por primera vez y siempre me pregunté por qué nadie más habló de eso. Para mí fue siempre muy extraño.
–¿Y tiene una respuesta?
–No, la verdad que no. Hay gente que me ha dicho que uno cuando está afuera tiene una distancia que no se tiene estando adentro, y quizá la gente de adentro no la hizo porque no tiene otra distancia...
–¿Usted vivió dos exilios: primero de Chile a Cuba, y luego a Francia?
–Nunca me sentí exiliada viviendo en Cuba, es una experiencia bastante poco común. Los exiliados chilenos que pararon en Europa o Canadá tuvieron experiencias muy diferentes. Los que caímos en Cuba, con mi familia, no andábamos en el clan de chilenos, conocíamos dos familias que eran parientes, pero nosotros nos sentimos cubanos. Por supuesto, siempre supe que era chilena, y me hablaron de Salvador Allende, pero nunca me he sentido exiliada. Fuimos parte de la sociedad. Nos dieron casas en barrios populares, todos nuestros vecinos eran cubanos de a pie, me di cuenta de que venía de un exilio después de que me había ido de Cuba. Asumir el lado del exilio es relativamente nuevo, nací en Chile por casualidad de la vida, mis padres sí lo son... yo me siento más bien cubana.
–¿Y cuándo salió de Cuba?
–Salí en el año ’90. No tenía vocación de cineasta, había empezado a estudiar ingeniería civil en la Universidad de La Habana, y mi padre me propuso trabajar de asistente en La Cruz del Sur. Pedí una licencia en la universidad, y esa licencia duraba seis meses, pero en eso se alargó todo mucho. En el ’92 o ’93 fue el momento de la peor crisis en Cuba, no había guaguas (colectivos), gasolina, luz, cigarros, y todo el mundo me decía que no era momento de volver. Y en eso llevo 17 años, esperando, el tiempo se fue concretando en el exilio de alguna manera.
–¿Nunca se animó a volver?
–Como que la vida se fue por otro lado y no volví...
–¿El film es una vuelta a los lugares de su infancia?
–Es una especie de retrato de generación, que es una generación que tuvo una experiencia un poco extraña. Nosotros teníamos 20 o 22 años, y con el Muro de Berlín se cayeron los ideales para los cuales habíamos crecido. La generación más grande estaba más formada a los 30 y la más chiquita nunca vivió la utopía; la nuestra quedó cortada. El punto de partida es recuperar la infancia, el punto de vista de niña fue que Cuba era un paraíso; cuando uno es adulto lo ve de otra manera. Pero la felicidad y el bienestar general fueron reales. Se habla mucho de Cuba en el mundo, y en Europa hay una imagen bastante negativa. Pero hubo una época que duró 20 o 30 años donde las cosas sí funcionaron. Era importante recuperarlo y ponerlo en una cajita. Durante muchos años fue verdad, es una especie de necesidad extraña para no olvidarnos de que durante una época las cosas funcionaron bastante bien.
–La suya parece más bien una crítica desde el interior de la revolución...
–Le agradezco que lo vea de esa manera. En los ’80, cuando empezó la Perestroika en la Unión Soviética, muchos nos alegramos porque era la idea de reformar el sistema dentro de la revolución. No soy para nada procapitalista, la idea era: “Esto no está del todo bien, pero cambiémoslo desde adentro...”.
–Pero es consciente de que el film se puede usar también en otro sentido.
–Todavía no presenté la película en los Estados Unidos. Sin embargo, es cierto que las reacciones cambian bastante. Hay gente que la ve un poco diferente, pero creo que es gente lejana a Cuba, y que no quiere aceptar críticas, que se quedó con el sueño de la revolución, que cree que la revolución es lo que fue, y no quiere aceptar que vengan a criticar eso...
–¿Cómo fue el rodaje?
–Es un proyecto que escribí en el ’99; me fui a La Habana como 5 o 6 meses, quería reconocer el nuevo país. Ya había hablado con mis amigos, la mayoría siempre estuvieron en la película, hay un par de amigos que entre tanto se fueron, por eso no los filmé, y fue hecho todo de una manera muy primitiva y muy artesanal. Tuve una pequeña beca en París, y recibí el apoyo de la Escuela de San Antonio de los Baños, gracias al cual obtuvimos todos los permisos para poder filmar libremente. No tuve ningún problema. Filmé todo lo que quise filmar, y fue duro porque éramos dos, reclutamos a un chofer que ahora es un gran amigo, y trabajábamos 6 o 7 días por semana, muchas horas. Fue un rodaje duro pero casi todos lo son. Me gano la vida como asistente de dirección, y haciendo producción de películas, y estuve un año y medio, mientras trabajaba en otros proyectos, realizando el montaje en mi computadora. Montaba y trabajaba, hasta que mandé la maqueta a la sección “Cine en construcción” en San Sebastián, que es un gran espacio, es el único lugar en el que ayudan películas que están semihechas. Y ese premio le cambió el destino a la peli, ganamos el premio de Televisión Española, pagué las deudas, le pagué al equipo que había estado tres años trabajando gratis, y tuvo una buena posproducción.
–¿Cómo fue el planteo del proyecto a los cubanos?
–Mandé el proyecto, decidieron acogernos y me trataron como una princesa. Ellos no tenían medios como para poner un equipo, pero sí me ayudaron. Me explicaron cómo se hacían las cartas de los permisos, y, como el correo no funciona, hay que ir oficina por oficina dejando las cartas, que al cabo de un tiempo te responden con un sí o un no. La única autorización que realmente necesitaba era la del Ministerio de Educación, para poder filmar en las escuelas, pero nadie me pedía nada. Y siempre fue lo que fue: la desilusión del proyecto siempre estuvo presente. El proyecto iba cambiando, pero yo le decía a Julio García Espinosa, director de la escuela, que con él siempre tuvimos ciertas divergencias políticas, pero fue capaz de respetar mi punto de vista y aceptarlo: “Estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo”, le decía yo. De hecho, para él, el personaje preferido de la película es el que se queda.
–Hay una lista larguísima de los que se fueron...
–En esa lista hay amigos de la época, de mi clase, que efectivamente poco a poco se empezaron a ir. Una de mis mejores amigas se acaba de quedar en Barcelona, ahora vive en Madrid, pero es nuestra realidad hoy día. Hay mucha gente que se fue: dos millones de exiliados, y la gran mayoría son de mi generación, y ahora tienen entre 35 y 40 años.
–¿Y cómo vive la actualidad cubana?
–Si habrá cambios o no es un misterio para la gente que está adentro también. No me gusta hablar de eso, no sé qué está pasando en la cotidianidad ahora. No estoy informada, pero lo que sí espero, pase lo que pase, es que Miami no entre, que nos deje hacer nuestro propio proceso.
* El telón de azúcar se da hoy, a las 18.15, en el Hoyts 10; el martes 10, a las 22, en el Hoyts 6; el jueves 12, a las 21, en el Atlas Santa Fe 2.
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