Vie 27.04.2007
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CINE › “TRES DE CORAZONES”, DIRIGIDA POR SERGIO RENAN

Un mafioso estilo Nicholson

› Por Horacio Bernades

5

TRES DE CORAZONES Argentina, 2007.

Dirección: Sergio Renán.
Guión: Carlos Gamerro, Rubén Mira y S. Renán.
Música: Adrián Iaies.
Intérpretes: Nicolás Cabré, Mónica Ayos, Luis Luque, China Zorrilla, Sergio Boris y Luciano Suardi.

En sus anteriores incursiones en la obra de Juan José Saer –Palo y hueso, de Nicolás Sarquis (1968), Nadie nada nunca, de Raúl Beceyro (1988), y Cicatrices, de Patricio Coll (2001)–, el cine argentino le hizo honor al mundo del escritor santafesino, hecho de lentas y minuciosas descripciones, sequedad de tono e ironía cruel y sesgada. No puede decirse lo mismo de Tres de corazones, opus 9 de Sergio Renán. Que no respeta tanto la letra de El taximetrista como su espíritu. Pero sólo para tropezar con sus propios fallos.

Como en una variante urbana de Palo y hueso, hay en Tres de corazones un triángulo, constituido por una figura de autoridad y dos jóvenes. Se trata de Angel, el pibe de nombre obvio que vuelve a su ciudad natal (Nicolás Cabré, en un personaje que en el relato original permanecía anónimo); Dora, la puta que también vuelve (Mónica Ayos), y Coria, suerte de regente menor de ese pequeño infierno (Luis Luque). Desde el momento en que conchaba a Angel como chofer en su flotilla de taxis, Coria establecerá con él una relación paternalista, dicho esto tanto en el sentido de protección como de explotación autoritaria. El carácter edípico no hará más que reforzarse cuando Coria aparezca en compañía de Dora. Que no sólo refuerza la flotilla paralela que el tipo maneja en un tugurio de las inmediaciones, sino que además podría convertirse en su esposa.

Mientras que el relato original trabajaba esas tensiones y abatimientos en tono característicamente neutro, la adaptación hecha a seis manos entre el escritor Carlos Gamerro, Rubén Mira y Renán opta por un costumbrismo rancio, que eventualmente vira al grotesco más chirriante. La película cae a pique entre diálogos de enfático coloquialismo, actuaciones llenas de subrayados (o de tics, como en el caso de China Zorrilla, que hace la mamá de Coria), una fotografía llamativamente oscura y una puesta en escena empantanada en el más convencional naturalismo. De ese pozo emerge gracias al personaje de Coria, villano de opereta amenazante y patético, temible y ridículo, que da pie a una notable composición de Luis Luque. Recordando a muchos personajes de Scorsese, este farsesco demonio llega a anticipar el de Jack Nicholson de Los infiltrados. Película que en el momento de escribirse el guión de Tres de corazones todavía no se había estrenado.

Como lo demuestra la escena culminante, la película queda como encandilada con la composición de Luque. Allí, la cámara sigue a Coria mientras personifica ridículamente a Sandro, y en ese movimiento se olvida de los otros dos, que libran su drama a unos pasos de allí. A esa falta de control de los materiales con los que trabaja habrá que adjudicar tanto el jazz billevansiano de Adrián Iaies (que no guarda relación con el mundo que se muestra) como la escena en que Angel apunta “inconscientemente” a Coria, un gesto de la más extrema falsedad. O ese otro momento en que, enfrentado a su padre (Mario Paolucci), Angel termina gritando una frase digna de aquel la puta que vale la pena estar vivo, que en algún momento supo encarnar todos los males del viejo cine argentino.

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