Se cumplen cien años del nacimiento de un mito de la industria del cine, John Wayne, y los recordatorios se multiplican desde Hollywood y Cannes hasta Winterset (Iowa) ciudad natal del Duke. El Festival Internacional de Cannes hizo un hueco en su programación para el reestreno restaurado de dos clásicos, Río bravo y Hondo; los estudios Warner reeditaron en DVD algunos de sus films más populares. Su figura aparece en sellos, estatuas y a través del Instituto de Oncología que su familia fundó en su honor. Pero hay un sitio donde no se recordará demasiado al gran vaquero del cine: la obsesión californiana por la juventud parece haber borrado casi todas las huellas visibles del actor en Newport Beach, el lugar donde pasó sus últimos años. En la ciudad adoptiva de Wayne, las menciones a su nombre están desapareciendo lentamente. La casa donde vivió con su familia desde 1965, cuando le diagnosticaron cáncer de pulmón, cambió tanto que ya no figura en la ruta turística de la ciudad. El restaurante que durante una década mantuvo la mesa donde disfrutaba de sus filetes preferidos como un altar, cerrará este año sus puertas para dejar paso a algo más moderno. El club de tenis John Wayne fue rebautizado, para invertir el dinero que se pagaba por el uso del nombre en modernizar las canchas. Hasta el aeropuerto bautizado en 1979 como John Wayne –a pesar de las quejas del actor, que no quería vuelos comerciales en la zona porque le molestaban– puede perder este nombre si prospera en el ayuntamiento la petición para cambiarlo por Aeropuerto de Orange County. California, al parecer, prefiere mirar hacia adelante. John Wayne murió hace veintiocho años y, según la encuesta Harris de popularidad, la posibilidad de encontrar un norteamericano que nunca haya visto una película suya es absolutamente remota.