Vie 08.06.2007
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CINE › “SOÑANDO DESPIERTO”, DE MICHEL GONDRY, CON GAEL GARCIA BERNAL

La ciencia dura de los sueños

El director de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos hizo ahora una comedia romántica pasada por ácido lisérgico.

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SOÑANDO DESPIERTO
(La science des rêves) Francia, 2006.

Dirección y guión: Michel Gondry.
Fotografía: Jean-Louis Bompoint.
Música: Jean-Michel Bernard.
Intérpretes: Gael García Bernal, Charlotte Gainsbourg, Miou-Miou, Alain Chabat.

“Hola, bienvenidos a Televisión Educativa. Esta noche les vamos a mostrar cómo se preparan los sueños. La gente piensa que es un proceso muy fácil y simple, pero es bastante más complicado que eso. Como pueden apreciar, se trata de una delicada y compleja combinación de ingredientes. Primero, ponemos algunos pensamientos al azar, luego le agregamos un poco de reminiscencias del día, otro poco de recuerdos del pasado...”

La receta entre didáctica y cómica que, después de un redoble de tambores, va desarrollando con ejemplos Stephane (Gael García Bernal) en un estudio de TV hecho de cartón pintado sienta el tono de Soñando despierto, tercer largometraje del director francés Michel Gondry después de Naturaleza humana (2001) y la sorprendente Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Si el elemento onírico siempre fue consustancial a su cine –y a sus videos, considerando que Gondry trabajó para Björk, Massive Attack, Lucas y Oui Oui, entre decenas de grupos y solistas de todo el mundo–, ahora es el motivo central de La ciencia de los sueños, el delicado título original, que quizá se pudo haber respetado para su estreno en la Argentina.

La trama de la nueva película de Gondry es mínima, apenas la excusa para que el director y guionista encuentre los disparadores que le permitan poner en acto su imaginación desbordante. Recién llegado de México, país que debió abandonar luego de la muerte de su padre, de profesión inventor, Stephane aterriza en el que fuera el departamento parisino de su infancia, allí donde parece guardar algunos de sus mejores recuerdos. Tímido, sensible, inseguro, Stephane se siente solo a pesar del reencuentro con su madre (Miou-Miou), se gana la vida en un modestísimo estudio gráfico que vende calendarios –que dan pie a algunas de las fantasías más delirantes de la película– y anhela a Stéphanie (Charlotte Gainsbourg), una dulce vecina a la que no se atreve a abordar si no es, por supuesto, en sueños.

Como en Eterno resplandor..., Michel Gondry establece un dispositivo narrativo donde es difícil, si no imposible, identificar la línea donde termina la realidad y comienza la imaginación, al tiempo que la multiplicación de los idiomas (inglés, español, francés) contribuye a hacer del film un universo puramente mental, donde el lenguaje parece ser un entramado de cables sueltos. Lo curioso del caso es que esta exacerbación de las fantasías logra crear un fuerte efecto de verdad, a partir de los recursos más simples –trucas de cámara, sobreimpresiones, elementos de utilería– que recuperan el espíritu de los primitivos del cine y del más ingenuo cine de animación, un poco a la manera del que hacía en los años ’50 el checo Jiri Trnka.

Por otra parte, Soñando despierto ratifica la condición de romántico incurable de Gondry, aunque aquí elige una variación de tono, como si se tratara de una comedia romántica de enredos pasada por ácido lisérgico. Si la tesis de Eterno resplandor... afirmaba que una relación amorosa resiste mal el paso del tiempo porque uno ama menos a una persona que a la imagen que tiene de ella, la nueva película de Gondry es más optimista, pero con reservas, en la medida en que se trata de unos amores cruzados, de dos enamorados que apenas se atreven a declararse el uno al otro, a riesgo de perderse.

Más allá del vuelo poético que tiene más de una escena, de la gracia y la ingenuidad con que Gael García Bernal y Charlotte Gainsbourg les ponen a sus personajes, de la locura que le imprime Alain Chabat al jefe de Stéphane, convertido en un desopilante heredero de Max Linder, Soñando despierto no siempre consigue sostener durante todo su desarrollo el mismo nivel de interés. Es como si por momentos Gondry no pudiera alcanzar el lirismo que le impone a la película un poco por la fuerza y entonces se conformara simplemente con ser pueril, con volver a la más prosaica adolescencia.

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