CINE › “CORAZONES”, DE ALAIN RESNAIS, CON ANDRE DUSSOLLIER, SABINE AZEMA Y PIERRE ARDITI
A diferencia de la festiva comedia musical Conozco la canción –el último largometraje que se vio de Resnais en Argentina, casi diez años atrás–, Corazones es un film no menos accesible, pero sí más grave, más oscuro, a pesar de sus perversas pinceladas de humor.
› Por Luciano Monteagudo
Dirección: Alain Resnais.
Guión: Jean-Michel Ribes, basado en la obra teatral de Alan Ayckbourn.
Fotografía: Eric Gautier.
Música: Marc Snow.
Intérpretes: Sabine Azéma, Lambert Wilson, André Dussollier, Pierre Arditi, Laura Morante, Isabelle Carré.
Lo bueno del cine de Alain Resnais es que con él siempre es una sorpresa: ¿qué se puede esperar de cada nueva película suya? A priori, nunca se sabe: desafía todos los prejuicios, un poco como el portugués Manoel de Oliveira, como si con la edad (Resnais ya anda por los 85 y Oliveira ¡99!... y presenta el mes que viene una nueva película en la Mostra de Venecia) se hubieran liberado de todas las ataduras y se permitieran darse todos los gustos, aun los más caprichosos. En el caso de Corazones se trata casi de un folletín sentimental, un pequeño rosario romántico de amores encontrados que viene a ratificar (ver nota aparte) la debilidad del Gran Director Intelectual por las artes representativas de la cultura popular. Esta faceta de Resnais comenzó a asomar en los años ’80, una época de su obra que es la peor conocida en Argentina, y en la que dio muestras de una doble pasión, que es la que ahora alimenta Coeurs: el teatro de salón (lo que los franceses llaman théâtre de boulevard) y el melodrama.
Tanto La vie est un roman (1983) como Mélo (1986) reconocían una deuda con esos géneros finiseculares, al mismo tiempo que introducían una variante que entonces –diez años antes que Ciudad de ángeles, de Robert Altman, film que se supone iniciador de la tendencia– era casi desconocida: la posibilidad de trabajar con historias independientes entre sí pero conectadas desde el guión por una voluntad demiúrgica, que va tejiendo los hilos secretos de una trama mayor. Es ahora también el mismo caso de Corazones, que presenta una serie de desencuentros entre diversos hombres y mujeres que no necesariamente se conocen entre sí, pero que sin embargo están atravesados por el mismo hilván que va enhebrando sus destinos.
Sucede que Thierry (André Dussollier) y Charlotte (Sabine Azéma) trabajan en una agencia inmobiliaria que le busca un nuevo departamento a Nicole (Laura Morante), víctima de una crisis de pareja. Su compañero Dan (Lambert Wilson), un ex militar dado de baja deshonrosamente, ahoga sus penas en alcohol en el bar de Lionel (Pierre Arditti), un alma solitaria, que sabe escuchar con paciencia de psicoanalista los pesares de sus clientes. A su vez, Lionel cuenta con la ayuda de Charlotte para cuidar a su padre enfermo, mientras Gaëlle (Isabelle Carré), la hermana de Thierry, busca pareja a través de Internet y se topa con Dan.
Basada en una pieza del escritor británico Alan Ayckbourn, esta ronda de la fortuna –que recuerda un poco a La ronde (1950) de Max Ophüls– está organizada a la manera de una suite con distintos movimientos, pequeños dúos cuya tonalidad es la melancolía o la desolación. Sin embargo, una escenografía muy calculada, preciosista, deliberadamente artificiosa introduce inmediatamente una distancia, una nota de ironía sobre esos encuentros y desencuentros, que empiezan o terminan con una tenue nevada de utilería, como si los personajes no pudieran escapar del invierno de su descontento.
A diferencia de la deliciosa, festiva comedia musical Conozco la canción –el último largometraje que se vio de Resnais en Argentina, casi diez años atrás–, Corazones es un film no menos accesible, pero sí más grave, más oscuro, a pesar de sus perversas pinceladas de humor, como esos cassettes que la piadosa Charlotte le presta a Thierry y que además de un programa musical religioso grabado de la TV contienen un strip-tease casero, quizá de la propia Charlotte. Rodeado de su troupe de actores de los últimos veinte años –particularmente Dussollier, Azéma y Arditi–, Resnais hizo en Corazones un film casi exclusivamente para ellos, en el que en cada escena pudieran ser capaces de estar simultáneamente en dos lugares a la vez: bajo la piel de sus personajes, sufriendo sus penas de amor, y también, al mismo tiempo, mirando desde afuera, con una resignada sabiduría, los vaivenes de la eterna, triste, circular comedia humana que les toca protagonizar.
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