CINE › SEBASTIAN BORENSZTEIN DEBUTA CON “LA SUERTE ESTA ECHADA”
“Por naturaleza busco el humor, el efecto cachetazo”
Sebastián Borensztein estrena el próximo jueves La suerte está echada, su primera incursión en el cine, marcada por una narración, la mufa y las malas rachas, con ritmo veloz y cierto influjo de la lógica publicitaria. La protagoniza Marcelo Mazzarello.
› Por Julián Gorodischer
Su debut en el cine llega con una obsesión temática: la suerte. Sebastián Borensztein puso el ojo en el mal de ojo, o en esa sensación inmotivada que todos habrán sentido alguna vez cuando las cosas no salieron demasiado bien. En su primera película como director, se dirá que las cosas salen del todo mal. La suerte está echada busca la identificación de masas, recoge el legado evidente de su pasado en la TV y la publicidad, el ritmo vertiginoso y la bajada moral, también el cuentito apoyado por chistes y gags... Entrega el protagónico absoluto al actor menos pensado (Marcelo Mazzarello), y lo consagra como mufa: léase como aquel que provoca su desgracia y la de su entorno, señalado cada vez que pasa, marginado por ser parte de una minoría que hasta está privada de un orgullo como comunidad. ¿Alegoría social? ¿Acaso La suerte está echada responde a una demanda colectiva que atribuye a la Argentina una predestinación fatal?
–Quedarse con eso –contesta Sebastián Borensztein– es no saber adónde estás parado. ¡Empecemos a analizarnos! No pensemos, como país, que nos determina la mala suerte. Aunque esté todo dado para que nos vaya bien, si no nos está yendo bien es que no estaba todo tan dado. Los japoneses lo hicieron sin tener nada; nosotros no hicimos nada, teniendo todo. La adversidad tiene que ver con la actitud: el talento es una herramienta que si no se asume no lleva a nada. Pero lo más fácil, claro, es creer que estamos meados por dinosaurios...
–¿La película es una réplica a esa creencia?
–Les pide que cambien su actitud para que cambie así su suerte. La lectura metafórica pasa por otro lado: en cómo se resuelve lo de afuera cuando se cambia lo de adentro.
Era imposible –dice– no convertir la historia del mufa en un continuado de gags. Cuando la trama está por emocionar, se arrepiente y hace que la confesión de Felipe a su padre (¡Te quiero!) quede cercana al fallido... En el comienzo, Felipe (Mazzarello) se encuentra con un suicida en el parque, le pide que vaya hacia él, lo convence de salvarse... ¡y triunfa el deseo de vivir!... hasta que un camión con acoplado se lleva puesto al suicida arrepentido: la mufa será traspasada. La solución, tanto propia como para su familia, será buscada en términos mundanos: aprendiendo tango o gestionando un romance, pero –ante todo– resolviendo cuentas pendientes del pasado.
Se sumarán derivas imprevisibles, malentendidos, acumulación de fallas, escenas melodramáticas interrumpidas con gags, superposición de males que provocan más risa que escozor, componiendo una tortura marcada por el exceso, con influjo notorio de la publicidad: Borensztein hace avanzar la narración rápido y con efectos inmediatos. A Felipe le va mal, muy mal: despedido por mufa, empobrecido, entorpeciendo su vida cotidiana y la de su padre enfermo terminal, con su hermano (Gastón Pauls) recién despedido y abandonado, agobiados los dos por el sino de lo sobrenatural. “Necesitaba que Felipe tuviera una circunstancia muy adversa –sigue Borensztein– pero sin una implicancia física, sin un accidente de por medio, y que estuviera fuera de su órbita resolverlo. Quería averiguar qué cosas intervienen para que pasen las cosas: cuánto influyen las decisiones de uno, las de otros que uno no conoce, y un cierto caos general. Quise probar que cuando uno logra desentrañar sus conflictos más profundos el afuera cambia.”
Se obsesionó con explorar ese cruce entre predestinación y decisión, y, durante el armado del guión, sólo se le aparecía la cara de Mazzarello, su musa inspiradora. Lo llamó y le dijo: ¿Me prestás tu cara para crear? Y le dijo más: Si después esta historia no te gusta, no la hagas. Nunca le importó que este Felipe cargara con el rótulo de actor de televisión. Decidió que La suerte está echada jugaría en los límites de la comedia popular, sin miedo a emparentarse con programas, entregando fallidos y equivocaciones casi como en la comedia brillante y hasta con un pequeño tratado moral dicho por una voz en off sobre las bondades del hacerse cargo y no tirarle la culpa a la magia negra. Ahora, en la entrevista con Página/12, insiste en dirigir la interpretación: no anclarla en la cuestión sobrenatural y, en cambio, hacer foco en el problema real: “Un tipo con una cuenta pendiente con su padre”, repite. ¿Alguna coincidencia con su vida personal?
–Yo viví, de chico, la trastienda del Teatro Maipo, viendo chicas divinas en poca ropa, conozco ese atrás (como el padre de Felipe, en la ficción), el poder de seducción que tiene todo eso para un novato. Pero el padre de Felipe es un fracasado y mi papá era personalmente exitoso, un buen padre.
–Su película podría ser la crónica de una minoría estigmatizada...
–Hay muchas lecturas –dice Borensztein–. Yo me propuse remitir al mufa porque me parece divertido contar a estos parias perseguidos por la Inquisición, unidos por la desgracia, hasta tratar de sentirse orgullosos de su condición. Nunca estuve en un club de mufas, pero quise que conformaran grupo para que en algún momento buscaran la resignación y ya no intentaran quitarse la maldición de encima.
–¿Por qué contar historias de estigmatizados?
–No hay nada más horrible que alguien te señale y te coloque el cartel de algo, y más si lo hace en un momento en que estás un poco más débil, bajo en tus defensas... Si te lo creés, y empezás a generártelo vos mismo, cada vez que toques una bombita va a explotar.
–Pero La suerte... nunca se decide entre atribuir el drama a la decisión o a la predestinación...
–En eso hay una ambigüedad: cada uno se puede acomodar para donde más lo sienta. En definitiva quién puede decir cómo funcionan la suerte y el azar. Es bueno dejarlo abierto para no correr el riesgo de ser bajalínea. Lo único probado es que las sociedades tienen la necesidad de señalar siempre a alguien. Me ha pasado de estar en una reunión y que entrara uno y pasara algo. Y he dicho: paren, paren, ni en chiste lo hagan. El chisme es un reguero de pólvora, te caga la vida.
Para explicar su inclinación al humor, dirá –por si alguien no lo recuerda– que vivió toda la infancia junto a un capocómico... que era imposible sustraerse a ese influjo. Se le fue impregnando un registro humorístico en todas sus variaciones, afín al monólogo político (en sus comienzos, en la dirección de Tato de América y Good Show, junto a Tato), o descontracturando la trama de suspenso y terror con ironía (en El garante, en Tiempo final) o, como ahora, acelerando el relato de su película con chistes y gags. “Por naturaleza tiendo al humor –justifica–: la miro así en general. Estaba bueno producir el efecto cáscara de banana, el cachetazo o el tortazo. Aunque yo lo quisiera esquivar, iba a aparecer. Lo más interesante era contar tragedias sin una mirada fatalista sobre eso. En la escena emotiva, el hijo perdona al padre y se lo está diciendo... hasta que se pregunta si entró en la habitación correcta del geriátrico.” ¿Por qué descreer de lo que está contando?
“No me gusta el melodrama, pero sí busco la capacidad de emocionar –sigue–. ¿Y por qué no puede haber sorpresas después de la emoción? No es que descrea de los códigos de género: pero pensé que no me lo podía perder. Está la parte en que tenés que sentir, y después viene otra cosa.” En ese plan (cuestionar el género con humor), La suerte está echada queda emparentada con sus trabajos de la tele. Está marcada por esa distancia que Borensztein aplica entre la mirada y lo contado, allí donde el molde (de misterio en Tiempo final, el relato fantástico en La suerte...) se subvierte con humoradas. En cualquier caso, nunca habrá prejuicios sobre lo popular, ni oscilación entre una “baja o alta cultura”. ¿Y eso? Allí donde se asigna el protagónico al actor favorito del sketch catódico, y se elige privilegiar “la dinámica y el ritmo”, se resigna densidad psicológica y creación de climas a cambio de una prioridad muy personal: –Que las cosas avancen –dice– no ansiosamente, pero que nunca dejen de contar... sin postergarlo un segundo más de lo necesario... sin importar que el tipo se detenga a mirar un cartel... a contemplar el cielo... nada de eso... nada de lo que sirva sólo para mi placer personal.
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