Jueves, 27 de septiembre de 2007 | Hoy
CINE › JODIE FOSTER Y SU NUEVA PELICULA, “THE BRAVE ONE”
En el film de Neil Jordan es una mujer que, tras un brutal asalto, toma justicia por mano propia: “El tema aquí es el miedo transformado en ira, algo típicamente norteamericano”.
Por Enric González *
Desde Roma
Jodie Foster es uno de los personajes más singulares que dio Hollywood. A los tres años ya era estrella de publicidad (protagonizaba los anuncios de Coppertone, marca célebre por un perro, una niña y un trasero desnudo), y a los 14 estuvo a punto de ganar un Oscar por su papel de prostituta infantil en Taxi driver. Más tarde logró dos estatuillas como mejor actriz, en 1988 y 1992. Entretanto había estudiado en una escuela francesa, había aprendido italiano y se había doctorado en Literatura Inglesa en la Universidad de Yale. Un tipo llamado John Hin-ckley, que la había perseguido durante años, disparó en 1981 contra el presidente Ronald Reagan para llamar su atención. No se le conoce compañía sentimental, tiene dos hijos y jamás habla de su vida privada: el pretexto de la charla es su última película, The brave one, dirigida por Neil Jordan y producida por ella.
–Acaba de protagonizar una película sobre una mujer que sufre un asalto brutal, compra una pistola y empieza a cometer homicidios. ¿Cuál es el tema? ¿La venganza, el miedo?
–Hay muchos sentimientos primarios en esa historia. El ansia de justicia, en el sentido de ajustar cuentas con la realidad. También la venganza. Pero sobre todo el miedo. Más exactamente, la necesidad de convertir el miedo en ira a través de un arma.
–Usted es actriz, directora y productora. Casi nada se escapa a su control. Y, curiosamente, varias de sus películas más recientes, La habitación del pánico, Plan de vuelo o The brave one giran en torno de una mujer que tiene miedo.
–Decidí que, después de todos estos dramas, haría una comedia. En pocos días viajo a Australia para empezar el rodaje. Es la historia de una mujer que escribe novelas de aventuras, con personajes muy valientes y masculinos. Ella, sin embargo, no se atreve a salir de casa. Todo la asusta. ¿Se da cuenta? Otra vez el miedo. Es cierto, me atraen de una forma irresistible los personajes que tienen miedo.
–¿Y eso le ocurre desde siempre? ¿Influye el hecho de ser madre?
–No vivo como una persona miedosa. No voy acompañada de guardaespaldas y viajo con mi familia por todo el mundo, incluyendo lugares no del todo seguros. No soy asustadiza ni, creo, hiperprotectora con mis hijos. Y, al mismo tiempo, sé que el miedo me consume. Soy una persona extremadamente organizada y propensa a controlarlo todo. Pienso antes de hablar. Planifico. Eso probablemente quiere decir algo.
–¿Es el miedo un elemento central en la sociedad estadounidense?
–Estoy absolutamente convencida. Especialmente desde los atentados del 11-S, que nos marcaron de una forma profunda. Nueva York es una ciudad segura, con un policía en cada esquina. Aun así, el miedo resulta perceptible. Se trata de miedo a algo abstracto, irreal. El miedo es una emoción insoportable, hace falta transformarla. Y nosotros, tras el 11-S, de forma típicamente norteamericana, lo transformamos en ira. Cuanto más miedo, más poder necesitamos. Es lo que pasa con las armas: comprás una, te la metés en el bolsillo y te sentís poderoso.
–Lo que acaba de decir podría ser también una explicación de la guerra de Irak y de ciertas actitudes de la Casa Blanca.
–Posiblemente. Pero no me gusta hablar de política.
–Usted es famosa desde los tres años. ¿Cómo logró sobrevivir?
–De verdad, no lo sé. Supongo que, al menos en parte, por mi personalidad. También ayudó mi madre, que, pese a todo, consiguió educarme de forma más o menos equilibrada. Y mi capacidad para compartimentar mi vida y distinguir el trabajo de la realidad. Desde muy pequeña soy consciente de que puedo pasar horas yaciendo sobre un charco de sangre, maquillándome como una prostituta o recitando discursos como si supiera de qué hablo, pero a las seis de la tarde dejo de ser actriz y soy una persona.
–Hablaba del éxito en la adolescencia. Todas las niñas actrices pasan por crisis, y algunas no las superan.
–He hecho mis travesuras. Ocurre que no soy autodestructiva.
–¿Disfruta de la fama?
–En todos estos años no le encontré ninguna ventaja. El respeto es estupendo. Y todos queremos que la gente nos considere guapos, inteligentes, buenos profesionales. La fama es otra cosa, una cosa estúpida que hace que la gente crea conocerte cuando en realidad no sabe nada de vos. Yo estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para proteger mi vida privada. Aprendí desde pequeña que la fama puede robarte la vida.
–¿Qué haría usted si uno de sus hijos decidiera ser actor?
–El mayor me pide a veces que lo haga aparecer en una película o en TV. Y yo le advierto que no le voy a conseguir trabajo. Que haga teatro después de la escuela, si quiere. Obviamente, no le interesa: lo que quiere es salir en TV. No creo que de verdad desee ser actor.
–¿Está segura?
–Hay un problema: tiene la personalidad del actor. Necesita ser el centro de atención. Veremos qué ocurre. Nunca le impediría desarrollar su vocación, pero en ningún caso participaría en su carrera. A mí me gusta ser madre, no la madre del artista. Es realmente extraño mantener una relación profesional con tu hijo pequeño.
–Como la que su madre mantenía con usted.
–Amo a mi madre, aunque tuvimos nuestros problemas. De una forma u otra, conseguimos superarlos, pero no se lo aconsejo a nadie. Esas relaciones no constituyen la mejor receta para ser feliz.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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