CINE › “TAKESHIS’”, UN KITANO AUTORREFERENCIAL
El fuerte sesgo nihilista que siempre caracterizó el cine de Kitano deja aquí de ser una fuerza creativa para convertirse, en cambio, en un freno.
› Por Luciano Monteagudo
Guión y dirección: Takeshi Kitano.
Fotografía: Katsumi Yanagijima.
Música: Nagi.
Montaje: Takeshi Kitano y Yoshinori Ota.
Intérpretes: Beat Takeshi (Kitano), Kotomi Kyono, Kayoko Kishimoto, Ren Ohsugi, Susumu Terajima, Tetsuo Watanabe y Akihiro Miwa.
Se exhibe los viernes y sábados de noviembre, a las 22, en el MALBA.
Tal como lo indica su título, Takeshis’ es un film autorreferencial, una suerte de 8 y medio de Kitano, que vuelve la mirada sobre sí y sobre sus múltiples oficios –como cineasta, actor y comediante de televisión–, pero sobre todo como un personaje en sí mismo. ¿Quieres ser Takeshi Kitano? también podría titularse su nueva película, parafraseando a la comedia bizarra de Spike Jonze. Durante casi dos horas, Kitano –todavía con el pelo teñido de rubio, después de su experiencia en Zatoichi– se ve reflejado en una galería de espejos deformantes, que multiplican su imagen hasta la exasperación. Esta suerte de autorretrato cubista, con ese montaje fracturado que ya es una marca en el cine de Kitano, no se propone precisamente como un elogio a su figura, que difícilmente resulta favorecida. Pero aun así el film no puede escapar a la incómoda sombra del narcisismo y la autocomplacencia.
¿Cuánto hay de la propia vida de Kitano en Takeshis’? Bastante, sin duda. Pero el director de Flores de fuego también quería presentar distintos personajes de sí mismo –el director consagrado, el actor de renombre, el payaso mediático–, como si fueran las marionetas del bunraku, el tradicional teatro de muñecos japonés, donde se ve al mismo tiempo al títere y al titiritero. La idea es que cada espectador vaya completando por su cuenta el perfil de Kitano a partir de estos elementos dispersos.
Su film se abre y se cierra con la que sin dudas es la imagen más perturbadora de su nuevo trabajo. Durante la Segunda Guerra Mundial, un soldado japonés yace herido de muerte en el piso, boca abajo. Cuando alcanza a levantar el rostro, se descubre a Kitano, que a su vez ve las botas de un soldado estadounidense. No es, por cierto, la imagen de un liberador, sino la de un opresor, que luego levanta su rifle y le apunta a la cámara –los ojos de Kitano, que son también los del espectador– para una inminente ejecución a sangre fría. “Esa imagen proviene de mi infancia”, aclaró Kitano cuando presentó su película en la Mostra de Venecia 2005. “Muchos elementos de mi nueva película tienen su origen en sueños o pesadillas de cuando era niño y ésta es una de ellas. Ya saben, después de la guerra, Estados Unidos tuvo una gran influencia y afectó la cultura de Japón. Quizás esa imagen tenga que ver también con eso.”
Ninguna de las imágenes que vienen después, lamentablemente, tienen la potencia, el interés o la carga simbólica de este comienzo. La película, por el contrario, se va desdibujando paso a paso y contiene incluso algunos momentos particularmente desafortunados, como esos tristes juegos circenses –con clown incluido– o la parodia de sus propios films sobre la yakuza, que banalizan las escenas culminantes de algunos de sus clásicos, como Sonatine o Flores de fuego.
Se diría que ese fuerte sesgo autodestructivo que siempre caracterizó el cine de Kitano, ese nihilismo que impregnaba cada uno de sus films (y que era particularmente evidente en Escenas en el mar), deja aquí de ser una fuerza creativa, una forma de rebelión contra el conformismo del mundo para convertirse en cambio en un freno antes que en un motor. A pesar de la infinidad de situaciones que presenta, Takeshis’ es un film que parece paralizado, suspendido de la propia crisis de su autor. La mala noticia es que aquello que podría haberse interpretado como un traspié pasajero, un momentáneo dilema creativo, tiende a perpetuarse. Su película más reciente, Kantoku’ Banzai! (¡Gloria al cineasta!), que Página/12 tuvo la oportunidad de ver en el Festival de Toronto, dos meses atrás, sigue en la misma línea autoparódica de Takeshis’. Aquí Kitano pone en escena una vez más su desorientación –¿qué película hacer? ¿un melodrama familiar a la manera de Ozu? ¿volver al cine de yakuzas?–, pero no logra hacer nada interesante con esa confusión personal, sino apenas compadecerse de sí mismo.
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