Jueves, 6 de diciembre de 2007 | Hoy
CINE › EL DIRECTOR RUMANO CRISTIAN MUNGIU HABLA DE “4 MESES, 3 SEMANAS, 2 DIAS”
El ganador de la última Palma de Oro del Festival de Cannes y pionero de la nueva ola del cine rumano explica cómo, durante la dictadura de Nicolae Ceausescu, el aborto perdió su connotación moral y se percibió como un acto de resistencia femenina contra el régimen.
Por Luciano Monteagudo
La llamada telefónica es a Bucarest. En la capital rumana ya son más de las siete de la tarde y, avanzado el otoño, es fácil imaginar una noche fría y cerrada. Sin embargo, la oficina productora de Cristian Mungiu parece estar en plena actividad: las distintas líneas están permanentemente ocupadas. A los 39 años, Mungiu es uno de los directores más jóvenes en haber ganado la Palma de Oro del Festival de Cannes: en mayo pasado, su segundo largometraje, 4 meses, 3 semanas, 2 días, obtuvo el premio de mayor prestigio del mundo del cine, y desde entonces la película –producida con recursos mínimos, financiada por él mismo– lo ha llevado por todo el mundo. Cuando finalmente Mungiu se pone al habla con Página/12 cuenta que acaba de llegar de Taipei y de Berlín, donde 4 meses... recibió el premio de la Academia Europea del Cine a la mejor película del año. El nuevo cine rumano está en su apogeo y Mungiu –uno de los pioneros de este movimiento, con su ópera prima Occidente (2002)– surfea bien la cresta de la ola: habla un inglés impecable y se prodiga en festivales y entrevistas, como la charla que mantiene con Página/12 a miles de kilómetros de distancia.
–¿Cuál fue el punto de partida de 4 meses, 3 semanas, 2 días? ¿El tema del aborto?
–No, en realidad fue el deseo de contar una historia acerca de mi generación. Porque soy parte de una generación bastante especial: nací en 1968 y pertenezco al período del baby boom que hubo en Rumania por aquella época, desde que en 1966 en mi país se prohibieron por ley el aborto y todo tipo de anticonceptivos. La consecuencia fue que –desde 1967 hasta 1972 sobre todo– hubo cantidad de nacimientos. Pero la paradoja es que la mayoría de esta gente, a comienzos de los años ’90, siguió el camino del exilio y me encontré con muchos de ellos en el exterior, cuando empecé a viajar a festivales con mi primera película, Occidente, que trataba precisamente sobre eso, sobre aquellos que habían dejado Rumania por una vida mejor en el mundo desarrollado y no siempre la habían encontrado. Muchos se sintieron identificados y me dijeron que querían seguir viéndose reflejados en el cine. Y cuando estaba pensando de qué manera abordar de nuevo a esta generación y ya había empezado a escribir otro guión, me encontré con una chica que me contó su propia historia. Es una historia real, sucedida unos veinte años atrás, en el final de la dictadura de Nicolae Ceausescu. Yo ya conocía esta historia, a través de otra de las mujeres involucradas, pero no había pensado en llevarla al cine hasta que escuché su versión, que me impresionó mucho. Descubrí todas las emociones y frustraciones que había concentradas allí, me di cuenta de todo lo que significaba esa experiencia personal para mi generación y me puse a trabajar en el guión de lo que ahora es 4 meses, 3 semanas, 2 días con la consigna de ser lo más fiel posible a esa historia, sin imponerle cambios en función dramática, porque me parecía que ya estaba todo en el relato original.
–¿El aborto es todavía tema de debate en Rumania?
–No, la verdad es que ahora me di cuenta de que es un tema sensible en muchos otros países, pero ya no lo es en Rumania, donde actualmente nadie lo discute. Como le explicaba, en 1966 en Rumania impusieron una ley prohibiendo el aborto. El efecto fue inmediato: hasta los años setenta las generaciones de niños eran varias veces más numerosas que las generaciones antes del ’66. El número promedio de niños en un aula creció de 28 a 36. El número de clases en los colegios pasó de 2 o 3 a 9 o 10. Ante esta situación, las mujeres pronto comenzaron a acudir al aborto ilegal. Para el fin del comunismo, fuentes confiables indican que más de 500.000 mujeres murieron como resultado de los abortos clandestinos. Eso sin contar las que murieron sin acudir a un hospital y, por lo tanto, no están contabilizadas. En ese contexto, el aborto perdió su connotación moral y se percibió más como un acto de rebelión y resistencia contra el régimen. Después de 1989, una de las primeras medidas de la Rumania libre fue legalizar nuevamente al aborto. La consecuencia fue casi de un millón de abortos en el primer año: el número más grande, por lejos, de cualquier país europeo, sobre todo considerando que la población era de diez millones de mujeres. Aún hoy, el aborto todavía es utilizado como un método anticonceptivo en Rumania, con más de 300.000 casos anuales.
–El régimen de Ceausescu era comunista, pero en el tema del aborto ¿tuvo una influencia la religión católica?
–No, de ninguna manera. Es una confusión habitual, somos ortodoxos pero no católicos. En la decisión de Ceausescu no hubo ninguna motivación religiosa. Fue una medida puramente política y económica: le parecía que así podía desarrollar más y mejor al país. Ceausescu era un megalomaníaco y pensaba que Rumania podía pasar a ser un país de mayor importancia regional si aumentaba la tasa de natalidad y crecía la población. Decidió que nos teníamos que multiplicar para que él pudiera tener más poder sobre una nueva generación de socialistas.
–¿Qué les pasaba a la mujeres si se descubría que se habían practicado un aborto?
–Bueno, un aborto no se podía hacer legalmente, en un hospital, a menos que se tuvieran muy buenas conexiones con el poder. Por supuesto, había gente cercana al poder que no corría riesgos. Pero si no se tenían conexiones, hacía falta que alguien ayudara a la mujer que se quería hacer un aborto, como se ve en la película. Pero en la mayoría de los casos sucedía que terminaban en el hospital, porque alguien tenía que terminar lo que otro había empezado. Y los hospitales tenían instrucción de no atender a la paciente hasta que hubiera declarado antes frente a la policía. Y la policía impedía la intervención de los médicos hasta que la paciente no confesaba el nombre de quién había ayudado en el aborto. Y nadie quería confesar porque las penas eran más duras para quienes ayudaban que para las mujeres que abortaban. Por eso murieron tantas mujeres, porque no querían entregar a sus amigas o familiares o a sus maridos. Y entonces las dejaban desangrar hasta que morían.
–Hay una escena de su película que fue muy discutida en Cannes y que todavía sigue siendo motivo de controversia: es cuando usted decide mostrar el feto. ¿Por qué incluyó este plano?
–Como le dije, esta película está basada en una historia real, que me contó una amiga. Y desde un comienzo quise ser completamente fiel a esa historia, quería que el punto de vista fuera no el del cineasta, sino el de esa mujer que se había enfrentado a esa situación y me la había contado tal como ella la había experimentado. Y uno de los momentos claves de su relato, de sus recuerdos, fue cuando se enfrentó al feto y a la decisión de qué hacer con él. Pensé mucho acerca del estilo de la película y de lo que yo debía hacer como cineasta. Y mi principal preocupación fue la de no tomar decisiones de orden formal, sino respetar la historia original todo lo posible. Y ese momento era tan importante en el relato que no podía obviarlo, lo consideré un deber.
–Es también un punto de inflexión en el relato, ¿no? ¿Lo necesitaba para llevar adelante el resto de la película?
–Sí, porque todo lo que sucede a partir de allí, que son casi cuarenta minutos de película, depende también del shock emocional de Otilia, que debe desembarazarse del feto. Si no hubiera mostrado el feto hubiera sido una película muy diferente. Había que saber por qué el personaje actuaba de esa manera. Quise hacer un film de un estilo muy transparente, directo, honesto, contar exactamente lo que había sucedido.
–Ese estilo realista, directo, que usted describe es el que se ha elogiado también en La noche del señor Lazarescu y Bucarest 12:08, las otras dos películas rumanas que tuvieron tanta repercusión internacional y que también se conocieron en Buenos Aires. Según usted, ¿qué tienen en común y qué de diferente con 4 meses... ?
–La nueva ola rumana de la que ahora tanto se habla es mucho más amplia que estas tres películas. Hay algo, sin embargo, que conecta a todas estas películas, a pesar de sus diferencias, y es que reaccionan contra el cine que se hacía en Rumania hasta hace unos años, que era un cine muy rígido y muy metafórico, un cine que fue el responsable de que nuestro público se alejara por completo de las salas. Cada uno a su manera, los nuevos cineastas reaccionamos contra este tipo de cine y propusimos a cambio un cine mucho más simple y directo, basado en historias personales, películas realistas donde el relato volviera a estar en primer plano. Aparte de esta base en común, creo que hay muchas diferencias entre los directores rumanos y no necesariamente compartimos una plataforma común. Y yo en lo personal disfruto mucho esta diversidad que hay en nuestro cine.
–Tengo entendido que está trabajando en un proyecto titulado Historias de la edad de oro, que refleja irónicamente los últimos años de la dictadura de Ceausescu...
–Es más complicado que eso. Con unos amigos directores empezamos con la idea de hacer seis cortos con este tema en común, seis historias diferentes, muy personales, pero que vistas en conjunto pudieran empezar a dar una idea de lo que fue aquella época. Pero de pronto se fueron transformando en historias graciosas y, por lo tanto, de cierta nostalgia y me dije: “No, no... no hubo nada gracioso en esa época”. Y estamos ampliando el proyecto para incluir historias realistas sobre esa época, que fue muy dura. Yo voy a ser el productor, pero no voy a dirigir por ahora, le voy a dejar ese lugar a gente más joven que yo.
–Y entonces, ¿en qué proyecto está pensando como director?
–Bueno, la verdad es que en los últimos meses apenas si he pasado diez días acá en Bucarest, así que por ahora todas las energías las he puesto en el estreno local de 4 meses... Pero fue algo más que un estreno común, porque organizamos una caravana (alquilé equipos portátiles en Alemania) y con la película recorrimos ciudades del interior de Rumania donde ya no quedan cines. La idea era doble: por un lado, exhibir la película en las mejores condiciones posibles y, por otro, demostrar que hay un interés genuino en ver cine, salvo que la gente no tiene dónde ni cómo, salvo en su casa. Hubo reacciones muy positivas, la película fue todo un éxito y esto nos permitió incluso hacer un pequeño documental sobre la gira. Calculamos que vieron 4 meses... más de 70.000 personas. Desde afuera puede parecer poco, pero es una cifra excelente si se tiene en cuenta que en toda Rumania hay apenas 40 salas y que una película como Ratatouille hizo entre 45 y 50 mil espectadores.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.