CINE › OCHO DIRECTORES ARGENTINOS DEBATEN SOBRE EL CINE DE HORROR
“Si no hacés un docudrama o una denuncia, quedás afuera”
Reunidos en el festival de género Buenos Aires Rojo Sangre, los realizadores tratan de desentrañar su gusto por la basura, analizan su lugar en la pantalla y detallan los trucos para filmar el terror a bajísimo presupuesto.
› Por Julián Gorodischer
El debate que los congrega pretende detectar qué belleza hay en la basura. Y aún más: ¿existe un trash argento? Ocho directores de cine, reunidos en el marco del Festival Buenos Aires Rojo Sangre (que termina mañana, en el complejo Tita Merello, de Suipacha 442), van en busca de su propio placer morboso, de su especial predilección por las escenas de crimen y sexo explícito. O fundamentan sus cruces entre ficción y realidad cuando se trata de sufrir... ¿En qué minuto lo macabro les resulta inspirador? Este es un pequeño viaje a sus mentes afiebradas hasta descubrir cómo fue que Guillermo Bergandi (director del largometraje El marfil, sobre el cuento La pata de mono de Jacobs) decidió abrir el ataúd en el que yace su abuelo para filmar sus restos e incluirlos en una ficción sobre cadáveres. O es un intento de que Ayar B. (de Mercano el marciano) explique las razones que fundamentan su obsesión por gorgonas que convierten en piedra a todo el que las ve.
Más aún, es pura insistencia para que Fernando González (autor de Yume, un corto de terror de tipo japonés) defienda su controvertida decisión, para un corto futuro, de transformar a los desaparecidos de la dictadura militar en zombies que buscan una venganza y un castigo. “Por ahora eso está suspendido”, aclara González. “Me advirtieron que no la hiciera por el quilombo que se me vendría encima: el público de Argentina es más cerrado que en cualquier otra parte del mundo”.
Se les pide que traten de hacerse entender: ¿cuándo se convierte lo asqueroso en bello? “Belleza en lo asqueroso es encontrar manchas de sangre en todos lados –dice Ayar B., jurado del festival y coautor de Mercano el marciano junto a Juan Antín–, tripas, el cerebro. Como dice Sofía Gala: ¡Un fuego! ¿Por qué es bello? El rojo es un lindo color...”. Tetsúo Lumiere, director de Mi reino por un platillo volador, completa la argumentación: “Es la búsqueda de molestar al otro, de decir qué desagradable que es esto, pero sin poder dejar de verlo. Lo importante es causar algo que nos sacuda, como sucede con el largometraje Supermondo Trasho, de Mariano Peralta, que nos saca del lugar en el que estábamos. John Waters (Pink Flamingos, Adictos al sexo) es mucho más prolijo, pero con más dinero detrás”. ¿Es el afán de la mera provocación? “No –sigue Ayar B.–, es un intento de compensación de todo aquello que nuestros viejos no nos dejaban ver cuando éramos chicos. Me gustan los tiros, la violencia, el sexo, eso que se suele definir como cine basura. Pero no todo empieza ni termina en Ed Wood: yo vi Plan 9 del espacio sideral, y no me convence. Ed Wood es un mito, pero no aparece en ese film”.
–¿Cómo es ese minuto en que lo macabro se les vuelve inspirador para contar una historia?
Guillermo Bergandi: –Ocurre cuando me doy cuenta de que tengo un C.V. con mucho cáncer y muchas muertes en el pasado de mi familia, y entiendo que para sacarme el miedo a morirme tengo que afrontarlo. Quería ver la carne como gelatina, los gusanitos.
Entonces abre la puerta de la bóveda, pide al sepulturero que lo deje ver el interior del ataúd (“con plata todo se arregla”) y ve a su abuelo. Era carne deshecha y huesos. “¿Si eso es bello? Me fui a los detalles, hice el contrapunto con imágenes lindas: quería mostrar que el más rico y el más pobre terminan en lo mismo...”. En el debate, Ayar B. se diferencia como aquél al que le gustaría trasladar esa incorrección (lo que no se debería estar mostrando) a un plano no puramente individual, con resonancia social..., como una puesta en debate de temas que no ingresan a la agenda mediática con facilidad. ¿De qué quiere hablar? “Hoy la cultura oficial es el cine político”, se queja. “Ya es hora de contar algo incorrecto, como pasó en Alemania, donde después de la Segunda Guerra no querían hablar y ahora se pueden reír de la tragedia. Haría algo cómico sobre Malvinas o la dictadura, aunque soy consciente de cuando hay muertes reales, el asunto se torna más delicado, y algunos lo harían sólo para llamar la atención”.
Fernando González: –En cine es todo relativo, es una cuestión de gusto personal. Los japoneses se dan ciertas libertades que acá no se pueden entender: pueden filmar a un tipo disfrazado de pollo matando a tiros a una persona. Acá llega a producirse una escena como la de El club de los suicidas (una legión de adolescentes saltando a la vía del subte), y la condenan desde una visión puramente moralista.
El proceso de transformación de lo asqueroso en bello comienza con una idea semiabstracta, por lo general con alguna derivación erótica. Fabián Forte, autor de Dosis (ganador del concurso Telefé Cortos), sintetiza el germen de la creación en una imagen orgiástica, de las que –dice– abundan a esta altura hasta en publicidades de champú o lavarropas. “Me inspira el mito de las mujeres vampiro y el trafico de órganos: historias sobre amigos que conocen a dos mujeres en la calle, participan de una orgía, y se convierten en cuerpos transformados en depósitos. Nunca narro en una zona grotesca, o en el borde”. Lo bello, para él, aparece muchas veces en el cruce de la ficción con lo real, en ese minuto en que induce a los actores a tener sexo de verdad. “Hasta en el cine de Lars von Trier hay una penetración en primer plano”, se defiende Forte. “Doy muchas vueltas de tuerca para que el espectador piense que algo va a pasar y resuelvo hacia el lado opuesto... juego con la cabeza de la gente, trabajo con el espacio off, con lo que no se está viendo...”. No es el único, entre los convocados, que se atrevió a cruzar el límite entre la puesta en escena y su marco real, algunos con inspiración en el film The Blair Witch Project, que jugó a asustar a los actores en el bosque para obtener una gestualidad más expresiva en las escenas para espantar.
–En lo macabro –sigue Fabián Forte– se esconde una belleza, como se ve en las fotos de Joel Peter Witkin: cabezas de ancianos y un bebé muerto se convierten en belleza gracias a la composición de cada cuadro. Desde lo macabro, se puede llegar a hacer algo fuertemente visual, como en cualquier video de Marilyn Manson.
–¿Alguna otra experiencia de cruce entre la ficción y la realidad de los actores?
Demián Rugna (de Nido de almas): –El límite lo marca la cámara... Trabajé con sufrimiento real: el personaje se tenía que sentir muy mal, era julio, con cuatro grados bajo cero, y el personaje sufría el frío de verdad. Pero no fue una novedad; el recurso fue usado hasta en El exorcista, en escenas de la posesión de Linda Blair. Y el cineasta William Friedkin lo hizo con temperaturas mucho más bajas.
Guillermo Bergandi: –Yo trabajé con heridas reales; el ketchup no servía y pedí un cuchillo para cortarme. Siempre me resistí a fingir el vómito, preferí que me dieran para comer y ponerme los dedos...
–¿Qué otros secretos tienen para narrar historias de horror con presupuestos bajos?
Ayar B.: –Cuando hay menos plata, hay que ingeniársela con cosas absurdas, salir con algo de humor que descoloque la narración.
Ezio Massa: –Para hacer la película Más allá del límite, tuvimos que desarrollar escenas de acción sin infraestructura. La sangre hay que trabajarla con kero (una miel líquida y oscura) y con colorante de tortas, o tal vez con jugo de remolacha. Son pequeños truquitos que uno va creando.
Cintia Martínez (de Valentino): –Un recurso para enfrentar el bajo presupuesto es relegar lo sobrenatural al fuera de campo. Dejamos al espectador la tarea de imaginar lo que pasa. Solamente damos pistas con el sonido: sirve para generar un sentimiento, y es extraño que esa técnica suela dejarse de lado. Yo estoy convencida, más allá de los costos, de que el sonido es el cincuenta por ciento de la película.
–¿Cómo se produce un efecto especial sin dinero?
G. B.: –Si queremos un monstruito no podemos lograrlo porque no tenemos la plata ni los maquilladores; nos queda jugar con la imaginación del espectador.
D. R.: –Cine clase B es esencialmente tener un bajo presupuesto: todo ronda con lo fantástico. Pero la pauta es transgredir desde lo temático. Me gusta tocar todas las perversiones, sé que lo que vende es el sexo, la orgía, y entiendo que cuanto más retorcido sea lo que cuente, la narración será más eficaz.
Sus películas saturan las escenas de crimen no organizado, desbordado, aquel que siempre deja pistas de más, el que enchastra, se evidencia, se autodelata... Revisitan narraciones de vampiros ahora convertidos en niños amenazantes, como para innovar (Cintia Martínez), o cierran filas detrás del policial negro aunque se le vean los hilos al efecto especial, como si la defensa de las películas de género fuera una causa personal (Ezio Massa), o se nutren de esa materialidad tan fértil para narrar que es la leyenda urbana: cuchillos colocados en los toboganes para cortar a las niñas, mujeres que seducen con la secreta intención de robar los órganos de su víctima o amuletos que conceden deseos que desencadenan antes la tragedia que el bienestar.
Se mueven en estado de resistencia activa, en una zona en la que se saben marginados y no hacen nada para adecuarse al gusto de los otros. “En la Argentina –protesta Ezio Massa– dominan el prejuicio y la condena... Si no hacés un docudrama o una denuncia políticamente correcta, no te podés pagar un festival, te quedás afuera. Basura se le llama al despojo. Prefiero pensar en cine de género, pero hoy es imposible ingresar al Incaa con una película de este tipo”. Los ocho que debaten aseguran que no quieren transmitir una alegoría, ni adecuarse al género testimonial, ni decir nada más allá de las imágenes. ¿No queda impugnada la narración de la masacre en el mundo post 11/9? “No es una narración política, ni pretendemos asociarnos a ningún discurso testimonial”, se escuda Fabián Forte. “No es un cine que esté dialogando con la actualidad, con la realidad inmediata. ¡Es ficción!”.
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