CINE › “RAMBO - REGRESO AL INFIERNO” O LA VUELTA DE SYLVESTER
› Por Diego Brodersen
RAMBO: REGRESO AL INFIERNO
(Rambo, EE.UU./Alemania, 2007)
Dirección y guión: Sylvester Stallone.
Intérpretes: Sylvester Stallone, Julie Benz, Matthew Marsden.
Rambo regresa, un poco (bastante) más viejo, pero con las mañas de siempre. Confirmando lo ocurrido el año pasado con Rocky Balboa, Sylvester Stallone –en su cuádruple rol de productor, guionista, director y protagonista– parece dispuesto a resucitar las mayores glorias del pasado, esos personajes que hicieron de su figura uno de los grandes héroes de acción de los años ’80. La historia de John Rambo es todo un paradigma de una era: el ex soldado mutó de loco de la guerra a héroe nacional en un par de películas. Si en Rambo (1982) el muchacho se defendía de las injusticias de una sociedad que había olvidado la locura de Vietnam –es cierto, sobreactuando quizás un poco–, en la segunda entrega volvía a la zona de riesgo en una misión militar de rescate y en la tercera ayudaba a los rebeldes mujadines de Afganistán a vencer a los malditos comunistas (Rambo III se estrenó en 1988, apenas un año antes de la caída del Muro de Berlín). Claro que tomándose el asunto de manera personal, solitario y pragmático como siempre.
Casi veinte años han transcurrido desde entonces y ahora el tipo anda tranquilo cazando cobras en Tailandia. Hasta que un grupo de médicos cristianos le pide ayuda para trasladar medicinas al vecino país de Burma, donde poblados enteros de campesinos empobrecidos son masacrados por la violencia del régimen militar, dejando un gigantesco tendal de muertos y heridos. Bastará con que los bienintencionados occidentales sean secuestrados en plena selva por un ejército de sádicos profesionales para que nuestro héroe –acompañado por un grupo de mercenarios bien entrenados– se interne en territorio enemigo para intentar el imposible rescate. Claro que nada es imposible para Rambo, y una vez que el film abandona los tristes remedos de carnadura psicológica que intentan pasar por personajes, los tiros empiezan a volar hacia los cuatro puntos cardinales, precisamente lo que el film promete y, desde ese punto de vista, cumple a rajatabla.
Esta cuarta y tardía entrega no intenta ser otra cosa que una versión aggiornada de tanto film de acción descerebrado, de esos que en los años ochenta surgían como esporas en las salas de cine y, en mayor medida aún, en el mercado del video hogareño. Si bien el guión se encarga de disponer aquí y allá algunos comentarios inútiles acerca del círculo vicioso de la violencia y la necesidad de cambiar el mundo a partir de una necesaria comprensión humanística, la misma película se encarga de desmentirlo rápidamente. Meta palo y a la bolsa, Rambo-Regreso al infierno termina enchastrando la pantalla con ríos de sangre, miembros amputados y cabezas reventadas, dejando a la película de zombies más sangrienta muerta de tanta envidia. Cuanto mayor el calibre de la bala, más grande el daño corporal, y así Rambo cumple con su misión volteando muñecos como en un videojuego hiperviolento, insensibilizando a la audiencia con tanta explosión y víscera digital.
“Pero, ¿está buena? ¿Logra ubicarse a la altura de la leyenda?”, se preguntará más de un fanático. Posible respuesta: muy lejos de esa “primera sangre” del film seminal, donde la escalada de violencia se sentía real y humana; mucho más cerca de las caricaturescas secuelas. Como en una feria de atracciones que promete adrenalina en estado puro, la película hace lo único que puede para sostener esa premisa, sin ironías ni segundas lecturas: la acumulación de dosis cada vez mayores de acción insensata para no caer en el inevitable bajón. Cuando en el minuto ochenta comienzan a trepar los títulos de cierre –con Rambo back in the USA, quizás ante las puertas de una nueva aventura– la respuesta dependerá de la tolerancia del espectador a la sustancia en cuestión. El cine, bien, gracias.
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