Jue 21.02.2008
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CINE › “LEJOS DE ELLA”, DE SARAH POLLEY

Resplandor de una mente sin recuerdos

El debut como directora de la joven actriz canadiense plantea preguntas sin respuestas.

› Por Luciano Monteagudo

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LEJOS DE ELLA
(Away From Her, Canadá, 2007)

Dirección y guión: Sarah Polley, basado en el relato The Bear Came Over the Mountain, de Alice Munro.
Fotografía: Luc Montpellier.
Música: Jonathan Goldsmith.
Intérpretes: Gordon Pinsent, Julie Christie, Olympia Dukakis, Andrew Moodie.

¿Qué es el tiempo sin la memoria? ¿Pueden 44 años de vida en común esfumarse como si hubieran sido apenas un suspiro? ¿Qué queda del amor si se borran uno a uno todos sus recuerdos? Este tipo de preguntas –con la ventaja de que no espera encontrar necesariamente las respuestas– se anima a disparar Lejos de ella, la primera película como guionista y directora de Sarah Polley, la rubia llovida y frágil que algunos recordarán como la protagonista de La vida secreta de las palabras, de Isabel Coixet. Figura prominente del cine canadiense, Polley ha filmado a las órdenes de David Cronenberg (eXistenZ) y Atom Egoyan (Exótica, El dulce más allá), que ahora respalda como productor esta adaptación de un relato de Alice Munro, otro tesoro nacional del Canadá.

El paisaje, también, no podría ser más canadiense: amplio, ordenado y limpio como la nieve. Pero empiezan a aparecer grietas en esa tersa realidad en la que vive el matrimonio Anderson: el severo Grant (Gordon Pinsent), alguna vez un reconocido académico y profesor de literatura, y su mujer, Fiona (Julie Christie), que se intuye que vivió un poco a su sombra. No hay hijos a la vista y la pareja parece entenderse casi sin palabras, como si ya no las necesitara para demostrarse su armonía y su afecto. Ambos son conscientes, sin embargo, de que después de casi medio siglo de vida en común la pareja no tendrá necesariamente un final feliz: las confusiones de Fiona, cada vez más frecuentes; su mirada a veces perdida; su delicado equilibrio no hacen sino recordarles que el mal de Alzheimer se ha apoderado de ella. Y que no la piensa soltar.

Contrariamente a lo que podría pensarse, Lejos de ella elude todo lo que puede exhibir el proceso degenerativo de la enfermedad y evita chantajear sentimentalmente al espectador con el deterioro progresivo de Fiona. A la directora Sarah Polley le interesa más la evolución de Grant, ese hombre que sabe que va perdiendo irremediablemente a su mujer, frente a sus propios ojos, y que no hay nada que pueda hacer por recuperarla, por devolverla a un mundo que no sea solamente un presente perpetuo, sin conciencia y sin memoria. “Es como una gran casa de la que se van apagando paulatinamente todas y cada una de sus luces”, lee por algún lado Grant la descripción de lo que sucede con el cerebro de un paciente con Alzheimer. Y él es testigo de cómo su mujer se va apagando mucho más rápido de lo que él creía, mientras el espectador asiste a la impotencia de Grant, al esfuerzo tan tenaz como inútil que hace por retenerla a su lado.

La directora elige siempre tomar distancia de sus personajes. Se nota que los comprende y los aprecia, pero que no está dispuesta a derramar ninguna lágrima fácil por ellos. El retrato que hace de la clínica geriátrica en la que Grant debe internar a Fiona es tan imparcial como cáustico: nadie diría que no es todo lo que debe ser un lugar para albergar a ese tipo de enfermos y, sin embargo, sólo puede resultar siniestro. Tanto como para que Grant pierda a Fiona el mismo día en que ella decide internarse, por su propia decisión, porque sabe que ya no es dueña de sí misma.

Proviniendo de una directora que es, antes que nada, actriz, se entiende que la película esté sostenida básicamente en el trabajo de sus intérpretes. El del desconocido Gordon Pinsent como Grant es notable por su control y su sobriedad; la reaparecida Julie Christie –que no ha perdido nada de su legendaria belleza– contribuye a su vez con pinceladas suaves, que dejan ver apenas el abismo al que se asoma; Olympia Dukakis como la esposa de otro interno de la clínica, por el que Fiona desarrolla un nuevo afecto, impone su fuerte personalidad neoyorquina, que funciona como un antídoto a la tradicional reserva canadiense. A la película de Polley se le podría cuestionar esa insistencia en la culpa con la que por momentos castiga innecesariamente al personaje de Grant, o esa enfermera mucho más sabia y comprensiva que las que uno suele encontrar en la triste realidad. Pero no se le puede negar su sinceridad y, en algún punto también, su discreta valentía.

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