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Martes, 26 de febrero de 2008

CINE › LA REVANCHA DE JOEL Y ETHAN

Con una despiadada visión del mundo

 Por Horacio Bernades

Bardem en Sin lugar para los débiles.

Si todo responde a la lógica, entre el hombre que recibe un premio y la obra premiada habrá que detectar indisimulables rasgos de familia, continuidades, coherencias de estilo. En 1993, Clint Eastwood recibió el Oscar a Los imperdonables con la parca dignidad de un viejo cowboy. Spielberg se arriesgó, al año siguiente, a que lo tacharan de lacrimógeno al recoger el correspondiente a La lista de Schindler. Scorsese habló, el año pasado, a tanta velocidad como a la que corren las imágenes de sus películas. Tantas veces acusados de una visión del mundo fría, distante y despiadada, ¿alguien se habrá sorprendido el domingo, cuando Joel Coen se dirigió hacia el escenario con fastidiada resignación, mientras su hermano Ethan agradecía como quien dice “que te recontra”?

Lo que no deja de sorprender es que la Academia haya premiado, por partida cuádruple, justamente eso: la frialdad, el distanciamiento irónico, el cinismo que los autores de El gran Lebowski vuelven a lucir en Sin lugar para los débiles. Una falta de piedad que, desde el título mismo, se hace más seca que nunca. Encuentro de dos mundos sorprendentemente afines –el de Cormac McCarthy, autor de la novela original, y el de los realizadores de Barton Fink–, el de Sin lugar para los débiles es un mundo de tipos duros, de cazadores solitarios, de asesinos que se dirigen a su objetivo con sensibilidad de terminators. ¿La misma sensibilidad con la que Joel Coen se levantó de la butaca y fue a recoger sus Oscar? Es, claro, el mismo mundo de Simplemente sangre, de De paseo a la muerte o de Fargo. Pero esta vez en estado lacónico. Sin los matices que el humor, el regodeo cinéfilo y la parodia pudieran darle, por muy cruel y negro que todo aquello fuera.

Venían en baja los Coen, con dos películas entre menores y fallidas: la comedia de guerra matrimonial El amor cuesta caro (George Clooney vs. Catherine Zeta-Jones, cinco años atrás) y la remake de El quinteto de la muerte (2004). Cuya negrura, en contra de todo posible pronóstico, no les sentó bien. Después de eso se les cayó el proyecto de filmar To the White Sea, drama bélico y violento que ya tenía productor (Jeremy Thomas, el de El último emperador y El almuerzo desnudo) y elenco, con George Clooney al frente. Pero se vino abajo, porque resultaba demasiado caro para una película independiente. En el camino quedó también la adaptación de una novela de Elmore Leonard (Cuba libre), hasta que se ganaron la confianza del cada vez más renombrado Cormac McCarthy (considerado ya a esta altura, después de la publicación de La carretera, poco menos que un clásico norteamericano) y consiguiendo reunir más tarde el apoyo de dos productoras no asociadas entre sí, como Paramount Vintage y Miramax. Se les suma un elenco con Tommy Lee Jones, Woody Harrelson, el cada vez más sólido Josh Brolin y un favorito del público estadounidense como es Javier Bardem, y terminan obteniéndose cuatro Oscar de los más importantes.

Que los Coen no son muy simpáticos quedó a la vista de todo el mundo el domingo pasado (era gracioso el contraste entre la gelidez escénica de ambos y los gritos, chiflidos y chillidos que desde la butaca pegaba la actriz Frances McDormand, esposa de Joel). Que a Hollywood en particular nunca le cayeron muy simpáticos se comprueba repasando la asombrosa escasez de forzudos dorados que lucen sus vitrinas. Saludada como uno de los debuts más influyentes de los ’80, considerada una de las rampas de lanzamiento para la eclosión del cine indie, reconocida como resorte esencial para el reflotamiento del film noir, su ópera prima Simplemente sangre ganó el Gran Premio del Jurado en Sundance, en 1985. Pero para la Academia no existió. Como no existieron Educando a Arizona (1987) y De paseo a la muerte (1990). Recién a la altura de Barton Fink (1991), que venía de ganar nada menos que tres palmas en Cannes (Palma de Oro, Director y Actor), se dignó la Academia concederles a los hermanos sus primeras nominaciones. Pero se trató de menos que premios consuelo, en rubros menores (Dirección de Arte, Vestuario y Mejor Actor Secundario) y con ninguna estatuilla.

La siguiente tomadura de pelo a estos eternos tomadores de pelo fue con Fargo, que obtuvo siete nominaciones en 1997. ¿Favorita? No, qué va. Ese año, El paciente inglés tuvo doce, de las que ganó nada menos que nueve. Para los Coen quedaron las migajas de dos Oscar, al Mejor Guión Original y Mejor Actriz Protagónica (McDormand). Si bien es cierto que jamás se la dio como favorita absoluta (Petróleo sangriento, La joven vida de Juno y hasta Expiación, deseo y pecado aparecían a la par, o casi), Sin lugar para los débiles venía pisando muy fuerte desde hace meses. Obtuvo críticas de un grado de unanimidad tal vez inédito en la carrera de los Coen, muy buen “boca en boca” y premios de prácticamente todas las asociaciones de críticos de los Estados Unidos. Como resultado de todo ello, Hollywood parece haber aceptado finalmente a estos hermanos ya cincuentones, cuya condición de judíos en el inhóspito Oeste Medio americano tal vez sea una de las razones de su mirada desesperanzada y terminal.

¿Habrán aceptado los Coen a Hollywood? Si se toma como sinónimo de “bajarse los pantalones”, se diría que no. Cuando dieron el brazo a torcer (las concesiones de El amor cuesta caro y El quinteto de la muerte) es cuando peor les fue, tanto en términos de crítica como de público, y Sin lugar para los débiles es, claramente, un Coen reloaded. Por otra parte, bastaba verlos el domingo al recibir los premios, con su incomodidad, sus rostros de piedra y la sensación de que no había nada que los apremiara tanto como bajar de una vez de ese maldito escenario, para darse cuenta de que la próxima película de Joel y Ethan no será precisamente una comedia rosa. En verdad, será una comedia. Pero no rosa sino negra. Los protagonistas son dos inescrupulosos empleados de un gimnasio, que le roban sus memorias a un agente de la CIA y pretenden venderlas. El título es Burnt After Reading (trad. lit.: Quémese después de leer) y viene con elenco superestelar: Brad Pitt, el favorito George Clooney (tercera vez con los Coen), la también oscarizada Tilda Swinton y John Malkovich. Se da por descontado que va a Cannes, y en Estados Unidos se estrena en septiembre. ¿Se la verá en los Oscar, de acá a un año? Difícil: las comedias no suelen llegar allí.

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